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Una mañana con los jardineros de la Alhambra y el Generalife

Abc.es 
El conjunto de la Alhambra y Generalife abarca un total de 65 hectáreas, de las cuales más de once corresponden a un manto vegetal que abraza los palacios nazaríes . Apoyados sobre tres colinas —la Sabika, el Mauror y el Cerro del Sol—, edificio y vegetación despliegan un poema continuo a través de cuarenta jardines, patios, huertas, fuentes, rosales, bosques, albercas y cármenes. Si la Alhambra es el Palacio de los Poemas , porque se sabe que en sus muros conserva más de treinta, ¿quiénes cuidan de ese otro libro de cipreses, acequias y alamedas? ¿A quién corresponde la tarea de podar, regar, remozar y conservar los jardines por los que paseaba el sultán y a los que Jorge Luis Borges y Juan Ramón Jiménez dedicaron sus más hermosas palabras? La tarea recae en un amplio equipo de hombres y mujeres que trabajan bajo la guía de Javier Sánchez Gutiérrez , jefe del servicio de Jardines, Bosques y Huertas, quien durante esta mañana de verano hará de Virgilio por el paseo de las Adelfas, la Tabla de los Bojes, el patio de los Arrayanes , el de los Leones y el del Ciprés de la Sultana y también por la Escalera del Agua o la Sala de la Barca junto a esa «alberca en cuya superficie toman forma las bellezas», como reza el verso 18 de su pórtico Norte. La Alhambra, explica Sánchez, es un mosaico de torres, palacios, jardines, bosques y albercas. «La armonía en esa concepción es fundamental. Por eso, cuando hablamos de jardineros, no hablamos sólo de personal técnico. Hablamos de gente que tiene en sus manos tijeras, herramientas y amor, un inmenso amor, por el lugar en el que trabaja». El monumento sólo cierra sus puertas dos días, en Nochebuena y Año Nuevo, por lo que no es posible aislar un pasaje para dedicarse de forma exclusiva a su mantenimiento, sino que debe hacerse de forma continua, como ahora, en el patio de los Arrayanes ,cuando una columna de turistas asiáticos se abre paso mientras un jardinero ejecuta un corte perfecto de los arbustos, trazando con precisión geométrica una recta con su podadora. «Trabajamos en equipos, con especialistas de distintos ámbitos. Mi papel es tratar de organizarlos a todos», explica Sánchez. «Existe un servicio de jardines, bosques y huertas que lleva toda la Alhambra verde y el agua. Dentro de ese servicio hay un departamento de Jardines y Bosques, cuyo titular es José Carlos Cano. El grupo de jardineros, personal de oficios, trabaja con Antonio Ángel Salido. La bióloga Amelia Garrido se integra dentro del equipo técnico de jardines». Siete siglos Todo es importante en los palacios nazaríes. Desde las serpientes de agua que mantienen el equilibrio biológico de las fuentes y los canales hasta las abejas que favorecen la polinización o los arrendajos que plantan los árboles de la próxima primavera. Apoyándose en estudios de polen, tratados de huertas e incluso poemas antiguos, los responsables de los jardines cuidan cada detalle: desde retirar los frutos que roban la fuerza a los naranjos del patio de Leones hasta la gestión de viveros o las topiarias.Son tan necesarias las tijeras de poder como el cuerpo de conocimientos. «Es importante tener una perspectiva histórica, conocer los errores y aciertos es fundamentales para tomar decisiones». En la Alhambra conviven las huertas nazaríes y los distintos cultivos de la almunia, con los jardines renacentistas, los del siglo XVII (jardín de los Adarves), del XVIII (jardín Bajo de la terraza oeste del patio de la Acequia), del XIX (jardines Altos del Generalife), los del siglo XX, como los del Partal, y por supuesto del XXI, cercanos al teatro. A la pregunta sobre cuál ha sido uno de los nombres fundamentales en la conservación de este prodigio, Amelia Garrido no duda al contestar. «De la época moderna, sin duda, el arquitecto Leopoldo Torres Balbán, aunque se dice que fue más jardinero que arquitecto. Cogió la Alhambra entre 1923 y 1936, un momento de declive. Hizo una minuciosa investigación histórica y científica rigurosa. Fue un revolucionario al crear las topiarias de cipreses. Tienen más de 90 años. ¿Las ves allí?». 100.000 plantas al año, 80% cultivadas en viveros propios «Hemos hablado de las huertas, de los jardines, de las plantas. Ahora vamos a pasar por el semillero». Javier Sánchez, jefe de los Jardines y Bosques, camina junto a Amelia Garrido, asesora en Jardinería y Paisajismo. Atrás ha quedado rezagado José Carlos Cano, que arranca abrojos a su paso. Este ingeniero de bosques no puede ver algo fuera de sitio, porque enseguida lo arregla: la flor de alcachofa doblada por su propio peso o la hierba enredada en mal lugar. Saca unas tijeras del bolsillo, corta y da un repaso con la mirada. Deformación profesional, dice él. Lo que Javier Sánchez llama el semillero de la Alhambra está en uno de los jardines que no se visitan, justo detrás del pabellón norte. «Este pasillo por el que vamos a cruzar es la comunicación ancestral de la Alhambra con el Generalife. ¿Recuerdas el puente por el que hemos venido? Pues bien, antes en lugar de cruzarlo, porque no existía, bajaban por aquí. Este era el paso, el callejón medieval, por el que se comunicaban desde los palacios a la finca de recreo, la Almunia». Detrás de una pequeña puerta, se abre un nuevo y sorprendente lugar. «Este es uno de los semilleros que tenemos». Cientos de macetas, unas junto a otras. Tanto para «pintar los cuadros de flor de temporada», como también para arbustos y reposición de árboles, la Alhambra tiene sus propios viveros, con una producción que supera habitualmente las 100.000 plantas al año. «Prácticamente el 80% de las plantas que se van cambiando en los cuadros de flor de temporada se producen en la propia Alhambra. Hay una parte que se compra específicamente porque necesita requerimientos especiales, pero el 80% se produce aquí, en nuestros viveros», explica Sánchez ante centenares de macetas. Cristóbal, el más antiguo de los jardineros de la Alhambra. Cristóbal Romera Fernández es el jardinero más antiguo de la Alhambra. Trabaja aquí desde hace 42 años. Ante la duda sobre qué supone dedicarle la vida entera a un sitio que no envejece, Cristóbal ríe. «Vivir 42 años de un jardín, con todas las transformaciones, es un privilegio. Ser protagonista de esa transformación es un regalo de la vida». Su padre también trabajó aquí. Primero como jardinero, luego como vigilante, que es a lo que suele aspirar la mayoría. Las condiciones son mejores, dice. «¿Ves ese cuarto? Allí mi madre y yo pasamos varias Nochebuenas con mi padre. Lo llamaban el cuarto del teléfono, porque había uno. También una mesa camilla. Entre ronda y ronda, daba unas cabezadas».«Este oficio requiere paciencia. Este es otro mundo. Para llegar a hacer ciertas reflexiones, necesitas cultivarte, no en el aspecto manual, sino cultivarte de aquí (Cristóbal señala su cabeza). Hay gente que pasa muchos años aquí, pero la Alhambra no pasa por ellos. Este lugar tiene una fuerza tremenda. La historia, el paso del tiempo. Detrás de esa tapia está el sitio por donde paseaba el sultán. Nosotros vemos hoy la belleza que alguien creó para sus paseos. Por eso, cuando intervienes, tú no puedes actuar de cualquier manera. Te sientes responsable de toda esa belleza».

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