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«Carolina Marín me ha mirado y me ha dicho 'me he roto'. No se merecía terminar así»

Abc.es 
Las lágrimas de Carolina Marín se han quedado para siempre en el pabellón de Porte de la Chapelle, y también en la historia de los Juegos Olímpicos para expresar en una imagen la crueldad que a veces acontece en el deporte. No quiso salir de la pista en silla de ruedas, sino andando, aunque la rodillera protegía esa rodilla que ha vuelto a romper los sueños olímpicos de Carolina Marín, tan cerca de esa final, que ganaba 21-14 y 10-6, y de esa pelea por el oro en la que se veía con toda la fuerza del mundo para ganar. Y que se quedó tan lejos cuando se tiró al suelo, rodilla rota, a la espera de que se confirme la lesión en las pruebas que se le harán a lo largo del día. Roto salió también Fernando Rivas , entrenador de la onubense, que afrontó el momento de desolación en el mismo momento en que sucedía en la pista y después explicándolo a los medios: «Carolina está hundida. Es todo muy cruel. No tenemos palabras para describirlo», comentó de primeras Rivas. Porque estaba todo bien, listo, preparada la jugadora para recuperar el trono olímpico de Río 2016 y que se dejó en Tokio por otra lesión de rodilla, la izquierda. «A nivel al que había venido, de menos a más en la competición, la determinación con la que estaba afrontando la semifinal. La verdad es que es muy duro». En esa caída, Marín ya sabía lo que le había pasado. Ese giro de la rodilla que la lleva al suelo y al fundido en negro. «Me ha mirado y me ha dicho 'me he roto', en cuanto ha caído al suelo. Es una sensación que ella ya conoce. Si ella me ha dicho eso es que es cierto. Ahora hay que valorar la lesión, hacer las pruebas de costumbre, estar tranquilos y aceptar lo que hay». En las palabras que ha cruzado con la jugadora, una sobresale: «injusticia». «Lo que me ha dicho luego es que no es justo, que no quería acabar su carrera así. Carolina se merecía acabar unos Juegos Olímpicos gane o pierda, pero disputándolos». Lo intentó, no obstante, pero era un imposible, lo sabían los dos. «Era imposible que pudiera continuar. Lo ha intentado, porque ya sabéis que lo intenta todo, de eso que no quede ninguna duda». Pero la rodilla no le ha dejado más. Con 31 años, la jugadora aspiraba a ser de las más veteranas en conquistar un oro olímpico, y ahora empieza una etapa muy dura en la que tendrá que valorar cómo quedará esa rodilla y su propia vida. Si continuar o no, con todas las consecuencias de una tercera lesión tan complicada como amarga emocionalmente.

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