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Lyles conquista los 100 metros y devuelve la alegría a Estados Unidos

Abc.es 

Eran demasiados años de espera. Primero llegó el aplastante dominio de Usain Bolt que encadenó tres Juegos Olímpicos abrumadores para sus rivales. Y luego la sonrojante victoria de un italiano semidesconocido, Lamont Jacobs , en Tokio. Estados Unidos, la cuna de la velocidad, el país de Tom Burke, el primer campeón de 100 metros de la era moderna, de Jessie Owens, de Jim Hines, el primero que bajó de 10 segundos en unos Juegos, de Carl Lewis o de Maurice Greene, no podía aguantar más afrentas en la gran prueba de la velocidad. Y 20 años después del oro de Justin Gatlin en Atenas'04, el himno de Estados Unidos volverá a sonar en honor de un campeón de los 100 metros. Ha tenido que ser Noah Lyles (Gainesville, Florida), un especialista en 200 que un día se empeñó en que tenía que ser el mejor velocista del planeta y sumar medallas de tres en tres el que voló para agarrar una medalla de oro que ya viajaba hacia Jamaica. Kishane Thompson soñará un tiempo con esa victoria que tenía en la mano hasta que este 'showman' tras el que se esconde un talento del atletismo desplegó toda su clase para darle caza. ¿Cómo? Por ganas, por deseo, por demostrar que es el mejor velocista, como ya lo recordó en los pasados mundiales de Budapest. Pero quedaba la confirmación, plasmarlo en donde se hace historia, en unos Juegos Olímpicos, y Noah Lyles, por fin a sus 27 años, lo ha logrado. Decía el entrenador de Kishane Thompson que para ganar no debían entrar en el juego psicológico del estadounidense, un maestro a la hora de acaparar el protagonismo y de lanzar mensajes desafiantes a sus rivales. En los días previos había anunciado que no le daban miedo los jamaicanos porque ya les había ganado y les podía ganar de nuevo, a pesar de que Thompson llegaba a París en la ola buena y encima lo ratificó por la tarde en una semifinal que fue más que una amenaza para sus rivales. Pero eso fue gasolina para el motor de Lyles , que se había quedado con la tercera mejor marca. Y desde que fue presentado por la megafonía empezó un espectáculo que quizá todavía no habrá terminado. Salió jaleando al público 20 metros más allá de la línea de salida, saltó delante de sus contrincantes, gritó, gesticuló... Mientras tanto, Thompson, impasible, ni le miraba. Su foco estaba colocado al final de la recta de meta. Sabía qué debía hacer, salir lo mejor posible y aprovechar la gran debilidad de Lyles en los 100 metros, esas salidas defectuosas que en 200 no tiene problema en encauzar, pero a una recta es otro cantar. Claro que Lyles conoce mejor que nadie sus debilidades y como el profesional metódico que es más allá de otras cuestiones, ha trabajado muy duro para ser campeón de 100 y por tanto, para mejorar su puesta en acción. Y anoche fue una de sus mejores, tanto que sus rivales apenas sacaron ventaja y esa fue la clave de todo lo que sucedió después. Porque el estadounidense se creció como suele hacerlo a mitad de recta y encima estaba encima de un Thompson que se veía ganador. Pero la fe de Lyles y su absoluta convicción de que va a salir de París con tres medallas de oro –100, 200 y el relevo– le llevó a ganar con la misma marca que el jamaicano. Hubo que esperar a que saliera el resultado en el marcador y claro, a partir de ahí llegó la segunda parte del show. La vuelta de honor con el dorsal arrancado y enseñando su nombre a un estadio entregado, el abrazo con su madre... Es Noah Lyles , un velocista empeñado en recuperar el protagonismo de los 100 metros y que lo hace a su estilo. Y funciona. Tiene carisma y un pasado complicado del que ha sabido escapar para convertirse en una referencia del atletismo. Lyles lucha contra la depresión desde su infancia. Una grave amigdalitis a los seis años le llevó a estar hospitalizado y, a la vuelta al colegio, algo no funcionaba. Era incapaz de seguir el ritmo de la clase, lo que provocó las burlas de sus compañeros. Después descubrieron que era disléxico y que sufría un trastorno por déficit de atención. El bullying fue parte de su vida hasta que el atletismo le salvó. «La pista era el único lugar en el que todo iba bien, en el que no había problemas, en el que podía estar tranquilo». Ya siendo un velocista reconocido, la pandemia le golpeó hasta tal punto que admitió que tuvo que tomar antidepresivos para salir adelante. Amante del rap, de la pintura, de Dragon Ball y de las piezas de Lego, ha creado una fundación junto a su hermano donde ayuda a chavales con problemas como los que tuvo él. Es el otro Noah Lyles. El de los Juegos es un ganador que no parará hasta cumplir con su objetivo. Y el atletismo lo celebra.

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