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Biles vuelve a la tierra: plata en el ejercicio de suelo

Abc.es 

Tuvo dos horas Simone Biles para descomprimirse. Soltar la frustración de la quinta plaza en la barra de equilibrios, una caída inédita en su historial personal de grandes finales, y absorber la energía y la concentración necesaria para volver al escenario y completar un ejercicio que el planeta espera con devoción. Pero la obra maestra que se espera no es completa. Después de los 15.996 puntos que logró en Río 2016 y todas las expectativas puestas en una rutina en la que no ha bajado de los 15 puntos desde hace años, Biles no pudo redondear su participación olímpica con dos errores en la recepción de otras tantas series de saltos imposibles. A pesar de la dificultad, la estadounidense se vio penalizada por esas salidas del tapiz y no pudo alcanzar la gran actuación de la brasileña Rebeca Andrade, campeona olímpica, que baja a Biles a la tierra. Actuó la brasileña primero, presión con su espectacular ejercicio en el que combina la samba con una dificultad mayúscula que rivaliza en altura con la de la estadounidense. Ya lo decía Biles, «no quiero enfrentarme más con ella. Nunca había tenido una rival tan cerca». Parece divertirse la brasileña, más libre en sus movimientos que los matemáticos de su máxima rival. Otro carácter, otra dificultad (5.9), el mismo objetivo. Alivio y sonrisa en el rostro porque se ha desfondado (8.2 en ejecución) y ha clavado las series: 14.166 para empezar la final. A la espera de Biles. A la que aplaude cuando la estrella se enfrenta a su ejercicio estrella. Ojos cerrados, mirada concentrada y sonrisa puesta para empezar a bailar con Taylor Swift. Otra dimensión la que alcanza en la primera serie, un metro por encima de todas las demás. Es un ejercicio que no dura más de 90 segundos, en sintonía con una música que no puede llevar letra, y en el que es obligatorio completar tres series con, al menos, tres acrobacias, aunque todas se decantan por cuatro diagonales a cada cual más compleja. Y hay que entender que el tapiz, recubierto de un fieltro para evitar quemaduras por el roce, tiene cierta elasticidad, pero no hay muelles debajo, no es una colchoneta. Por eso se valora más, y se entiende menos, la altura que adquiere Biles en comparación con el resto de los mortales. Pero es una Biles que ha conseguido aterrizar en París sin miedo, liberada de los twisties, y aun así, o quizá por eso, porque compite contra ella misma y no para el público, siente la presión. Continúa el espectáculo, tampoco es perfecto esta vez. Hay dos caídas fuera del tapiz, aunque clava los elementos de mayor dificultad, puntuación en la que espera alcanzar el oro para despedirse de los Juegos. Al menos, por ahora, pues ya apuntaba que Los Ángeles 2028 no estaba tan lejos para sus aspiraciones. Pero no hay memoria en el deporte, ni recuerda lo que has sido. Y esta Biles, que logró rozara los 16 puntos en Río y se humanizó del todo en Tokio 2020, es la nueva versión tras aquellos fantasmas. Y que logra la plata porque no le alcanza con las penalizaciones para superar el ejercicio menos difícil, más perfecto, de Andrade. Biles sonríe resignada, qué le vamos a hacer. Es una gimnasta madura, que ha disfrutado el proceso hasta aquí, de vuelta al tapiz en 2023, después de levantarse del pozo. Y consigue el oro por equipos, en conjunto individual y en salto; la resignación en barra de equilibrios, quinta; la rendición ante Andrade y su propia tranquilidad, plata en el ejercicio en el que tantas veces triunfó. Biles no es infalible. Biles es Biles. Lo mejor que le podía ocurrir.

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