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Editorial: El Vaticano habla de Venezuela

El domingo, en la plaza de San Pedro, el Papa dijo estar ‘preocupado’ por Venezuela, que ‘atraviesa una situación crítica’, pero no ahondó en las razones de la crisis.

Casi una semana después de la victoria del opositor Edmundo González en las elecciones presidenciales venezolanas, el Vaticano rompió su silencio. Las manifestaciones del papa Francisco están impregnadas de una tibieza incongruente con la realidad de la sufrida nación sojuzgada por la dictadura chavista, cada vez menos preocupada por observar las formas y más audaz en sus maniobras fraudulentas y represivas.

El domingo, durante el ángelus, rezado junto a miles de fieles en la plaza de San Pedro, el Papa dijo estar “preocupado” por Venezuela, que “atraviesa una situación crítica”. No ahondó en las razones de la crisis ni señaló su evidente origen en el autoritarismo de un régimen corrupto, responsable de la migración masiva más numerosa y cruel de nuestro continente, amén de la represión, tortura y asesinato de quienes protestan.

Por el tapón del Darién seguirán desfilando las familias venezolanas con rumbo al Norte. También desafiarán el peligro de cruzar la frontera hacia países vecinos. En las calles de San José y otras ciudades centroamericanas es fácil identificar a los niños desarraigados de su tierra natal, con hambre y sin abrigo.

La “situación crítica” de Venezuela es una realidad de años, que empeoró cuando las justas aspiraciones de cambio fueron traicionadas por el fraude del domingo antepasado. Todo el mundo sabe quiénes perpetraron el fraude y nadie ignora quiénes pretenden imponer los falsos resultados electorales por la fuerza. Pero el Papa hizo “un sincero llamado a todas las partes para que busquen la verdad”.

Con esa petición, el Pontífice crea una falsa equivalencia entre “todas las partes”, es decir, dictadura y oposición, como si ambas tuvieran la misma responsabilidad en el ocultamiento de la verdad. Además, plantea una inexistente necesidad de esclarecer lo sucedido el domingo en las mesas de votación.

El problema de Venezuela es, precisamente, que una de las partes, el régimen de Nicolás Maduro, rechaza la verdad incontrovertible, demostrada por las actas en poder de la oposición y al alcance de la opinión pública mundial, incluida la Santa Sede. No hace falta buscar la verdad, está frente a los ojos del mundo.

El Papa también llama a las partes a actuar con moderación y evitar cualquier tipo de violencia, pero los abusos contra los manifestantes, las amenazas de encarcelamiento de líderes opositores y la detención de muchos de ellos, así como las prácticas inhumanas en la cárcel del Helicoide, en pleno corazón de Caracas, son obra del régimen, no de la oposición.

Quizá la más discutible de las sugerencias papales es el llamado a resolver las controversias mediante el diálogo, teniendo en cuenta “el verdadero bien del pueblo y no los intereses partidistas”. Nadie querría una solución violenta, pero llamar a la oposición al diálogo, salvo para acordar una transición pacífica y ordenada, es hacerle el juego a la dictadura chavista. La permanencia de Maduro en el poder solo podría ser negociada si hay disposición, “de ambas partes”, de traicionar la voluntad popular.

Si ese fuera el resultado, difícilmente tendría en cuenta “el verdadero bien del pueblo”, al cual no le quedará más remedio que emigrar o seguir sumido en la miseria, gobernado por quienes perdieron el derecho a hacerlo en las urnas y sin esperanza de cambio por la vía democrática.

Si el Papa hubiera llamado al régimen de Nicolás Maduro a reconocer la verdad —o cuando menos mostrar las actas que dice tener en su poder—, si le hubiera conminado a actuar con moderación y a no ejercer la violencia contra su propio pueblo, y si el diálogo sugerido partiera del reconocimiento de la victoria opositora y se circunscribiera a acordar los detalles de la transición, la ruptura del silencio del Vaticano habría valido la pena.

El papa Francisco crea una falsa equivalencia entre “todas las partes”, es decir, dictadura y oposición.

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