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El fanatismo se comió sus modales, por Mirko Lauer


                                 El fanatismo se comió sus modales, por Mirko Lauer

Para los atacados es un problema, pero también para los propietarios. El color de los matones verbales y de sus víctimas puede cambiar de un incidente a otro.

No conozco a la congresista Patricia Chirinos, de cuya conducta política discrepo. Debo añadir que como figura pública no me cae simpática. Pero un conjunto de gritones que la insultaron en un bar de Barranco me obliga a defenderla. Que esto haya ocurrido a las 3am, con todo el alcohol que podemos suponer, ni remotamente exculpa a los agresores.

El establecimiento público como campo de batalla para ventilar a gritos la opinión política es una lamentable tradición. Ahora último, un club de extrema derecha se aficionó a agredir librerías donde se presentan libros, y gritar frente a casas de periodistas. Insultar a coro al comensal que no nos gusta es otra de las gracias del mix de intolerancia y consumo.

Para los atacados es un problema, pero también para los propietarios. El color de los matones verbales y de sus víctimas puede cambiar de un incidente a otro. Con lo cual un local puede volverse tierra de nadie, con la previsible disminución de la clientela. Comenzando por los que desean pasar tranquilos su tiempo ante una mesa.

Incidentes como el de Chirinos en Barranco o el de las librerías son formas de extrapolar la conducta de los hooligans futbolísticos dedicados a la guerra entre equipos. Fanatismos que no conducen a nada, que no sea cosechar espacio en los medios. Quizás esta es la idea peruana de la polarización, un “no pasarán” de cantina o restaurante.

    Parte del problema se le puede agradecer a aquel periodismo, con redes o sin ellas, dedicado a caldear los ánimos políticos, no en el plano de las ideas, sino en el de las vidas personales. Hay los que azuzan, los que aplauden, y los que toleran esta forma torcida y abusiva de una muy pequeña voluntad popular.

Si no nos gusta alguien que comparte el local donde estamos, la indiferencia debería ser gesto suficiente, más aún si no conocemos a la persona que nos desagrada. Nadie está pidiendo que se acerquen a pedirle un autógrafo al sujeto. Basta con respetar la privacidad del detestado, una forma de respetar la nuestra propia. ¿Demasiada elegancia para las 3am?

Estos incidentes no siempre son en bares de madrugada. En apacibles restaurantes ha habido en otros tiempos abucheos de primeros ministros impopulares, por ejemplo. Los más sensibles se levantaron y partieron. Los más trejos siguieron comiendo tranquilos.

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