World News in Spanish

El hombre que solo tiene una imagen de la Torre Eiffel

Abc.es 

Cuando termina el primer set del partido de voley playa , buena parte de las grada se gira hacia la tribuna de prensa; esa zona a la que habitualmente nadie mira (y que nunca sale en la tele) porque sería dar la espalda a la Torre Eiffel. Sin embargo, los espectadores lo hacen: sacan su teléfono y enfocan hacia arriba, hacia lo más alto, donde hay un gigantesco caballete entre las cámaras, los teleobjetivos y los portátiles abiertos de los periodistas. Sentado ante un cuadro de más de un metro de alto por casi otro tanto de ancho, un hombre con gorro de paja sostiene en el aire un pincel. «Si esperas unos segundos, te respondo encantado, pero déjame ahora que...», y deja la frase a medias con la mirada fija. El pincel es un insecto que no sabe en qué flor posarse. No tiene prisa, tampoco la gota de sudor que le cae por la sien hacia el cuello. Son las seis de la tarde, el termómetro marca 29º bajo la sombrilla y cada vez más gente se acerca a tirarle fotos, pero él está en otro plano, ajeno incluso a la música del estadio que te abomba el esternón. Entonces el pincel se empieza a mover a cámara lenta hasta que se posa en la tabla. El rastro de pintura que deja es del tamaño de una pestaña. «Ahora sí», dice aliviado. Y se gira. A sus 62 años, el británico Peter Spens tiene un aire despistado, con arrugas marcadas en la frente de mirar atento y los ojos tan claros que la luz de París le hiere y los encoge, los achica. «Encantado de conocerte», dice, y sin soltar el pincel desliza sobre la mesa varios sobres en los que se lee: «Rio 2016», «London 2012». Ahí empezó todo, en la capital de su país. Desde entonces, ya suma tres citas olímpicas pintando al óleo la esencia del juego por encargo de la Federación Internacional de Voley . «¿Eres española?», y ante la respuesta, saca del sobre de Río un catálogo en el que se ve un partido en la playa de Copacabana. «Esta es la pareja española», dice señalando la imagen, y mira hacia la arena donde está la Liliana Fernández de carne y hueso, que acaba de salir a la pista con Paula Soria para jugar ante las suizas el segundo y último set de su carrera deportiva. Spens empezó a pintar este cuadro el primer día de los Juegos . Primero dibuja a lápiz las líneas de perspectiva (los ángulos de las gradas, la pista, la puntiaguda torre al fondo, orgullosa como la nariz de una actriz francesa). Después, llegarán los colores. Se fija en las gradas, que se transforman y cambian con cada partido, pero él reproduce la «esencia» de un deporte que sucede a velocidad de vértigo; como todo hoy en día, en realidad. «No pinto algo concreto porque esto es mucho más que una imagen única», y levanta un poco el ala del sombrero para implicar el paisaje, lo onírico que retumba en las gradas portátiles cuando patean el suelo los 14.000 espectadores al ritmo que les marca la coreografía del speaker. De todas las sedes olímpicas de postal que tienen los Juegos de París, esta es la que más le gusta, dice, con la Torre Eiffel de fondo transmitiendo con su altura una idea esperanzadora y a la vez acomplejante. Ante el calendario olímpico, que te obliga a dividirte como si fueras una célula, al lado del lienzo de Peter Spens hay un choque de ritmos: mientras él pasa 14 horas al día pintando una única imagen , la tecnología permite que los espectadores saquen cientos de fotos y asistan a la vez a varias disciplinas, de hecho, es habitual que mientras ven la competición que tienen delante saquen su móvil para ver las carreras de natación de Leon Marchand, los saltos de Duplantis, la gimnasia de Biles. Lo que coincida. En ese exceso por verlo y fotografiarlo todo, que tiene algo de síntoma social, el pincel de Spens es la victoria del detalle, del tiempo lento, de la contemplación física y básica. Y qué mejor lugar para hacer honor al valor de contemplar con lentitud la belleza que a orillas del Sena, donde el Impresionismo revolucionó la historia del arte a finales del siglo XIX. Aquellos franceses pasaron de copiar la realidad, a capturar la esencia del instante en cuadros pintados con pequeños brochazos, con puntos, con nebulosas de color, con trazos diminutos que pueden ser la luz sobre un nenúfar de Monet o una botella metálica de agua, o las gorras con visera, o las palmas de las manos levantándose a la vez cuando solo queda un punto para ganar el set y el partido, o las manos cubriéndose las caras de derrota, o las lágrimas de la jugadora española en su despedida. Todo eso cabe en un trozo de pintura del tamaño de una pestaña. Solo hay que tener tiempo para verlo.

Читайте на 123ru.net