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El gran engaño nazi a miles de turistas extranjeros en sus vacaciones: «Todo es idílico en Alemania»

Abc.es 

El verano, prematuro, despuntó en el corazón de Alemania aquel día de 1933. Tanto, como para que el dramaturgo norteamericano Martin Flavin cantara sus alabanzas en una misiva: «Todo es idílico. Fráncfort es la ciudad más encantadora del mundo». Al autor, que años después ganó el Premio Pulitzer, poco le importaba el ascenso de Adolf Hitler . Todo lo contrario: le parecía que su trabajo era impecable. «Limpieza, eficiencia, capacidad, orden: me gustan esas cosas», escribió. Poco tenía Flavin de nazi, no se alarmen. Su opinión, como la del grueso de turistas que visitaron Alemania entre 1933 y 1939, estuvo viciada por un cóctel de ingredientes: desde la necesidad que tenía Europa de considerar a Hitler como un hombre de paz –nadie suspiraba por enterrar a más soldados tras la Gran Guerra –, hasta las artimañas ideadas por el 'Führer' para ocultar sus vergüenzas. Aquel brebaje hizo su magia, como bien explica la historiadora Julia Boyd en ' Viajeros en el Tercer Reich' . De hecho, el nazi lo hizo tan bien como para que la mayor parte de los veraneantes, ingleses y estadounidenses, se quedasen ojipláticos años después, al conocer la verdad. Boyd no niega que los turistas habían oído rumores de lo que sucedía, pero añade que, cuando llegaban a Alemania, hallaban un país de ensueño: «Quedaban prendados por los hoteles limpios y baratos, la gente, la cultura, los pueblos medievales…». Qué mejor medicina para apartar de su mente las locuras que narraban los periódicos y que todavía no se habían demostrado. Aquella confusión afectó incluso al académico afroamericano W. E. B. Du Bois. Este reconocido activista por los derechos civiles escribió una carta tras unas vacaciones en Alemania en la que declaró que admiraba la buena educación de los jóvenes. A esta ensoñación se unieron trucos de trilero barato, pero eficientes. En lugar de ocultar campos de concentración como el de Dachau, la oficina de propaganda abrió sus puertas a los turistas. Durante la gira por las dependencias repetían a los viajeros que el Reich reeducaba allí a asesinos, mendigos y pedófilos a costa del Estado. Estas mentiras convencieron, por ejemplo, al diputado británico Victor Cazalet, quien alabó el buen estado físico de los reos. Desde Alemania se promovieron además viajes organizados para turistas y hombres de negocios extranjeros a la capital. ¿El objetivo? Convencerles de las mentiras que, insistían, se replicaban en la prensa. El cenit de esta pantomima fueron los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín en 1936. En ellos se eliminaron los carteles antisemitas y se adoctrinó a los jóvenes para que no divulgaran las barbaridades que se les enseñaba en las Juventudes Hitlerianas. Y vaya si funcionó.

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