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Sea una demócrata

Un demócrata no atropella, no avasalla; concilia, debate, discute, busca acuerdos y consensos.

Un demócrata no aplasta a sus opositores, no descalifica y no utiliza el denuesto como filosa arma destructora de unidad.

Un demócrata respeta a “los otros”, a los que piensan distinto, a los que votaron por otras fuerzas, propuestas e ideas.

Un demócrata no se apropia de espacios que no le corresponden, no destruye las instituciones del Estado –que contribuyó a construir–, no elimina foros o expresiones divergentes.

Un demócrata no se vale del poder para eliminar a sus opositores, para vengarse de quienes han manifestado disenso o desacuerdo, para borrar de la escena pública a los contrapesos del poder.

Un demócrata impulsa sus propuestas en beneficio de todos, no sólo de las mayorías ni tampoco de las minorías, y mucho menos de sus simpatizantes de forma única y exclusiva.

Un demócrata que accede a la alta responsabilidad de gobernar, debe hacerlo para todos, guiado por principios éticos y morales, de contención y bienestar social extendido.

Un demócrata con frecuencia se ve impelido, por la naturaleza de los regímenes parlamentarios y pluripartidistas, a pactar, a acordar, a establecer alianzas y entendimientos en beneficio de la ciudadanía.

Un demócrata auténtico se limita, se contiene, sopesa los límites en el ejercicio del poder, para beneficiar a todos, atender a todos, construir equilibrios y balances que otorguen institucionalidad al sistema democrático.

Las democracias se edifican con instituciones, con contrapesos, con organismos que trabajan por equilibrar y corregir las desigualdades sociales, de riqueza, de acceso a servicios, de libertad de expresión, de justicia universal.

Un demócrata que trabaja con métodos, grupos y tribus que desmantelan la democracia, que destruyen las instituciones, que restringen los derechos, que eliminan la transparencia y la rendición de cuentas es, de facto, una aberración histórica. Es un falso demócrata, es un embozado que se disfraza de una cosa, cuando en realidad lo mueven obsesiones autocráticas, mesiánicas, controladoras.

Un demócrata que se asume como la única alternativa de la historia, como el camino exclusivo por medio del cual mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, no es un auténtico demócrata. Es un impostor que engaña y miente para imponer sus versiones de la realidad y de la historia.

Un demócrata nunca se niega al debate, nunca rechaza la oportunidad de discutir, contrastar, convencer con base en hechos y datos comprobados planes, propuestas o iniciativas.

Un demócrata, uno auténtico de corazón, no trabaja políticamente para extender y agrandar los niveles de su poder y su control. Ese, en el fondo es un autócrata que se vende como amigo y defensor de la pluralidad y la libertad.

Un demócrata trabaja intensamente para conciliar las naturales polaridades diversas de una sociedad moderna; impulsa la negociación y, más aún, la responsabilidad compartida.

Porque del bien común somos responsables todos, no sólo los que gobiernan, ni aquellos que se doblan, serviles y solícitos, a la fuerza dominante del poder.

Un demócrata –escasos en nuestros días– es un faro de luz en las sociedades desiguales, rebosantes de problemas complejos y de soluciones difíciles.

Un demócrata es capaz de renunciar a posiciones y privilegios, por el bienestar extendido de su comunidad.

Sea usted, señora, una auténtica demócrata por el bien de México y de nuestra historia.

No se convierta en extensión mímica del pasado, con los mismos vicios, con los mismos excesos. Fomente el diálogo, construya acuerdos, impulse el entendimiento y la conciliación de grupos sociales. No castigue, ni señale, mucho menos humille a quienes son diferentes. También son mexicanos, tienen derecho a su posición y a su legítima representación en las Cámaras.

Fortalezca la democracia, no la devalúe o disminuya. Es falso que el gobierno se autocontiene, y también es falso afirmar que los organismos son caros y llenos de privilegios. Son un componente esencial para los equilibrios en las sociedades desiguales con significativas brechas (educativas, sanitarias, judiciales, y tantas otras) como la nuestra.

Este es un parteaguas en la historia.

Sea usted una demócrata.

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