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Yoko Ono, la artista: en sus obras participamos todos para cambiar el mundo

Se podría pensar que para llevar más de 60 años creando arte, y siendo una de las personas más analizadas (y sobreanalizadas) del mundo, queda poco por revelar de alguien como Yoko Ono. Allí está: el enigma más conocido del mundo, quien atrae los más confundidos comentarios y las más insistentes preguntas sobre qué es “arte”, qué es una “obra”. Es mejor dejar que Yoko Ono misma nos lo cuente en Music of the Mind (”Música de la mente”), la mayor exhibición en Reino Unido dedicada a su trabajo, en Tate Modern.

Desde la distancia, uno cree saberlo todo, quizás, por la mitología en torno a Ono, su relación con John Lennon y las tensiones entre los Beatles, su arte conceptual que saltó a la palestra ante un público algo hostil, y los vaivenes de su figura pública desde entonces. Ya tiene 91 años y ha acompañado la transformación del arte y de la fama por décadas: cuán profundo ha sido el cambio se puede ver también por medio de sus ideas y creaciones.

En marzo, visité Music of the Mind, abierta en Tate Modern (Londres) hasta noviembre. Es una de las exposiciones más conmovedoras que he experimentado. No se trata solo de lo exhibido en sí, la mayoría de ello instrucciones, acciones y obras conceptuales, sino de la alegría con la que decenas de visitantes se consumían a explorar lo que Yoko Ono les proponía. Cuánto necesitamos eso por acá, donde los espacios públicos se achican cada vez más: sentir que un museo nos invita a ser felices, a jugar, a participar, a compartir.

Music of the Mind recopila cerca de 200 piezas, incluyendo instrucciones y partituras, instalaciones, películas, música y fotografía, mostrando la amplitud del trabajo de Ono y la forma en la que, cuestionando el lenguaje y la corporalidad, nos descoloca y nos estimula a pensar distinto.

Yoko Ono y el arte conceptual

Nacida en Tokio en 1933, Yoko Ono se mudó a Nueva York en su adolescencia, donde en los años 50 y 60 gravitó en torno a artistas experimentales de la poesía, la música, las artes visuales y el performance. Ono estuvo cerca de Fluxus, un grupo internacional que presentó pioneras experimentaciones en todas las disciplinas, con artistas como Nam June Paik, Joseph Beuys, John Cage y muchos otros.

Fluxus se inspiraba en el dadaísmo europeo para reunir avances radicales en lo estético y lo político, en obras que cuestionaban la naturaleza de lo artístico y que reunían los más diversos lenguajes. George Maciunas, creador del término, decía en una célebre conferencia: “El anti-arte es la vida, es la naturaleza, es la verdadera realidad: es uno y todos”. Antiburgués, antimercado, anticonformismo. Yoko Ono se sintió irremediablemente atraída a esta pequeña revolución y Maciunas le ayudó con su primera exposición individual, en 1961.

¿Qué significa eso en la obra de Yoko Ono? Lo vemos en sus “instrucciones”, que abarcan gestos poéticos (”Escucha el latido de un corazón”) hasta juegos espaciales (”Salta en todos los charcos de la ciudad”). El espectador completa la obra, jugando con la instrucción, decidiendo cómo interpretarla. En otro caso, un lienzo erguido en medio de la sala tiene un agujero en medio: la obra consiste en que el espectador de la mano a otro a través del hueco, sin verse los rostros.

En 1964, Ono publicó Grapefruit, una colección de estas instrucciones que incluye algunas como la “Fly Piece”, que dice: “Fly”. ¿Cómo interpretaría usted esa invitación a “volar”? Otra: “Rompa un museo contemporáneo por los medios que elija. Recoja las piezas y reúnalas con goma”. De este modo, cada instrucción nos invita a expandir el pensamiento, más allá del significado acordado a cada palabra; se puede rehacer el mundo en cada gesto, depende de adónde lo quiera llevar uno.

Una de sus obras más conocidas vive en la tensión entre la ternura y la violencia. Cut Piece (1965) coloca a Ono, pequeñita y frágil, en el centro del escenario. Se invita a los participantes del público a pasar, uno a uno, a coger unas tijeras, cortar un pedazo de la ropa de la intérprete y dejárselo si quiere.

Como espectadores, nos sentimos siempre al borde de una agresión, especialmente cuando los recortes se acercan a sus partes íntimas, pero, ¿por qué sentimos que es inevitable esa violencia? ¿Por qué nos incomoda tanto ese “qué podría pasar”? ¿Acaso reconocemos que entre nosotros caminan quienes serían capaces de lo que sea? En Japón, durante una de las primeras versiones de la obra, un hombre sostuvo las tijeras tras ella como si estuviera por apuñalarla.

Otras obras cuestionan los medios en los que se realizan, como el arte sonoro y la música. La incorporación del ruido, el azar y la disonancia en sus grabaciones fueron por largo tiempo motivo de burla, pero eso tampoco está tan lejano del arte de ella. Por mucho tiempo, la caricatura de Yoko Ono como una figura solemne, esnob, ha ocultado que todo su arte está lleno de humor, compasión y un transparente deseo de conectarnos y buscar la paz.

Yoko Ono y su arte en el MoMA de Nueva York

Yoko Ono, John Lennon y el activismo contra la guerra

Recorriendo Music of the Mind, me sentí abrumado por la mera felicidad de la gente en compartir el espacio. Hay una obra, Refugee Boat, parte de la serie Add Colour iniciada en los 60, donde Yoko Ono coloca un bote, pensando en los migrantes, en el centro de una sala totalmente blanca. Con el pasar de los días, se va llenando de azul, con cada persona que va colocando sus mensajes, sus dibujos, sus abrazos coloridos a un mundo que vive inmerso en violencia.

Hay algo ingenuo en este acto. Mi rayón en el bote no hará nada por la paz mundial. Sin embargo, la acumulación de trazos y garabatos, capas y capas de azul, nos confrontan con la interconexión humana, con la acumulación de vidas que recorren cada espacio y que dejan una huella. De alguna manera, el más sencillo gesto de trazar una línea nos presenta un mundo más vívido, más intenso, donde ese gran lienzo vacío de la habitación blanca se satura de nuestra presencia humana.

Lo mismo ocurría en White chess set (1966), donde se dispone un ajedrez donde solo hay piezas blancas, eliminando así el “conflicto” inherente al juego, aplanando diferencias. Se convierte en un disfrute que se intercambia entre dos participantes, inútil como gesto, pero valioso por reunirlos allí sentados.

Claro que el activismo por la paz de Yoko Ono, en conjunto con John Lennon, es lo que más ha llamado la atención a lo largo de los años. Se han escrito mares sobre la estadía en la cama en Amsterdam, sobre la banalidad del gesto ante el horror de la guerra en Vietnam y demás rincones, sobre la contradicción en atraer una atención excesiva a dos celebridades en vez de a la violencia. Pero aquí estamos, 50 años después, pensando en ellos. ¿Hacia dónde vemos cuando rehúsamos confrontar el horror?

Yoko Ono sabe mucho de ser escudriñada sin que nadie la vea realmente. Su trayectoria de figura vanguardista a celebridad vilipendiada a ícono pop ha trazado la bisagra del siglo XX al XXI, presente en sus obras y en la parafernalia a su alrededor. De tanto verla, la perdemos de vista. Pero pensar en su trabajo ahora es recuperar ese deseo ardiente de reír y de experimentar con intensidad cada gesto, por mínimo que sea.

Hacia el final del recorrido de Music of the Mind, una instrucción en la pared se titula “My Mommy is Beautiful” (”Mi mami es bella”): hay que escribir algo sobre nuestra madre o guindar su foto a la pared. Allí quedó mi papelito, perdido entre miles de gestos más, dedicados a madres que jamás los verán, ni aunque visitaran la misma sala. Una vida sobre otra, entrelazada con la otra, un mosaico inmenso de la experiencia humana de querer, extrañar y soñar.

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