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Camello, o la rabia del descarte que no era tal

Abc.es 

Era el minuto 92 y España era campeona olímpica. Sufriendo hasta el límite, pero resistiendo y con el final a la vista. Tenía el título en la mano hasta que el VAR mandó al colegiado brasileño Roman Abatti a revisar un posible penalti. Se habían quejado los franceses de un agarrón en el área a la salida de un córner y no les había hecho mucho caso. Pero de repente le sonó el pinganillo. Se llevó la mano a la oreja y escuchó lo que le decían. Franceses y españoles esperaban junto a la banda mientras el árbitro miraba la pantalla. No tardó mucho. Regresó al campo y, con cierto suspense y bastante teatro, acabó anunciando su decisión a voz en grito a través de los altavoces del Parque de los Príncipes: penalti. Mateta no falló, y una acción absolutamente desafortunada puso el empate a tres y mandó el encuentro a la prórroga. A España, que tocaba el oro con la mano después de una primera mitad excelsa, donde brillaron Fermín y Álex Baena, se le nubló todo de repente. Ellos solitos se habían dejado avasallar y remontar en quince minutos de locura francesa. Para la generación 'millennial' de Santi Denia no era una sensación extraña. Muchos de los jugadores que saltaron al campo en París participaron en la final del Europeo sub 21 del año pasado, en el que se perdió de forma cruel después de jugar mejor que Inglaterra y de que Abel Ruiz fallase un penalti en la prolongación del choque. Aquellos fantasmas volvieron a sobrevolar París antes del tiempo extra. Los dolores repetidos no duelen menos, debieron pensar Fermín y Baena, quienes para cuando esto sucedía ya observaban todo desde el banquillo, sustituidos en la segunda mitad después del enésimo esfuerzo de un verano agotador para ellos. De ellos, de su actuación, había tomado buena nota Luis de la Fuente, presente en el estadio. Él fue el artífice de que ambos afrontaran una aventura alucinante nada más terminar la Liga con sus equipos. Porque Fermín (21 años) y Baena (23, recién cumplidos) salieron de sus casas el pasado 1 de junio y desde entonces apenas han vuelto una vez para saludar y coger una muda limpia. En la Eurocopa estuvieron concentrados con la selección absoluta durante 45 días, regresaron de Alemania para irse de fiesta a Madrid, pasaron la feliz resaca y de inmediato se unieron a su segundo campamento veraniego, esta vez con la olímpica de Santi Denia. Otros veinte días largos llevan en Francia, con una larga estancia en Burdeos mientras soñaban con viajar a París. Son más de dos meses pensando solo en fútbol, en tácticas y en rivales. Y en lograr un doblete histórico. Lo de ganar Eurocopa y Juegos solo lo había logrado el portero francés Albert Rust, hace ahora cuarenta años Quizás para compensar la poca participación que les dio Luis de la Fuente en el título de la Euro (28 minutos el onubense, 25 el de Almería), ambos se convirtieron en los referentes del segundo oro olímpico del fútbol español, como en su día fueron Guardiola, Luis Enrique o Kiko. Ellos aún elevaron un poco más sus buenas prestaciones durante el torneo al llegar al destino final. Dos dianas sumó el del Barça en el Parque de los Príncipes; gol y asistencia el del Villarreal. La gloria, con todo, fue para Sergio Camello, delantero del Rayo que entró en la lista de 22 de Santi Denia, pero que llegó a los Juegos como reserva por las aparatosas normativas del COI. Él fue ese héroe inesperado que siempre aparece. El autor del gol de la victoria y, también, del que desató la fiesta. A la lista de 18 jugadores de la final entró por la baja de Samu Omorodion, y al terreno de juego saltó para hacer exactamente lo que hizo. Incordiar a los defensas y aprovechar las pocas ocasiones que permitieran esos momentos de máxima incertidumbre. En el primero, Camello, rabia incontenible, corrió como una bala hacia el banquillo español para celebrar su gol para la historia con Santi, que siempre le hizo creer que era igual de importante que los demás, por más que el COI le pusiese esa incómoda etiqueta. En el segundo ya solo pudo quitarse la camiseta mientras esperaba que sus compañeros se le echasen encima. Él, que se quedaba hasta las tantas en el salón de su casa para ver junto a su padre el waterpolo, el tenis o lo que fuera que pusieran en la tele, ya forma parte de la leyenda olímpica de España. "Me cuesta hablar porque estoy emocionado. Quería dar las gracias al equipo porque yo era uno de los descartes en un principio y el míster me lo dijo que iba a ser yo el goleador en la final. Somos un grupo de 22 niños que han cumplido un sueño", decía en los micrófonos de Televisión Española nada más terminar el encuentro, antes incluso de recibir su medalla.

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