World News in Spanish

Los pines olímpicos: el oro más pequeño de los Juegos

Abc.es 
Existe una competición casi casi deportiva en paralelo a la oficial que se resuelve en un par de frases, una exclamación de sorpresa y una medalla que no se cuelga al cuello, pero sí se lleva bien visible en el pecho. No hay límite de edad ni por arriba ni por abajo, no hay categorías por pesos o diferencia de físicos, no hay más normas que la deportividad y el espíritu olímpico: es la disciplina olímpica del intercambio de pines. En Tokio 2020 habían quedado relegados al fondo del cajón ante la imposibilidad de poder pasarlos de mano en mano. Pero estos pequeños emblemas han recuperado su lugar en escenarios improvisados entre sede y sede o a plena luz de las gradas. Se planta Alex en una calle aledaña a los Campos Elíseos con dos mesitas y varios cartones donde hay cientos de pines. En el cartel se anuncia que no hay dinero de por medio, solo está permitido el cambio: bienvenidos los que no están, llévate el que no tengas. Siempre hay un grupito de curiosos que observan, señalan, dan uno por otro y celebran esa medalla nueva con la que aumentar la colección. Un pequeño objeto que surgió en 1896 con detalle de cartón para distinguir a los jueces de los atletas, a los entrenadores de los periodistas, pero que fue evolucionando a verdaderas piezas de arte como un pin con dos manecillas que separan los aros de los Juegos para descubrir debajo la bandera eslovena. Es una de las pequeñas joyas que se exhiben en la sede de los coleccionistas en este París 2024, situada en el Parque de las Naciones, y donde profesionales y amateurs buscan tachar alguno de los que les faltan o sumar uno que desconocían. Aunque su origen es anterior, no empezó el mercadeo de estas piezas hasta los años 80. Ahí empezó Stephane Hatot, presidente de la Asociación francesa de coleccionistas olímpicos y deportivos (por 25 euros, dos años de reuniones, directorio de otros coleccionistas y pines anuales de alta calidad). Viaja de Juegos a Juegos, ha acumulado de todos los tipos: mascotas, ciudades, deportes, patrocinadores; y está especializado en los de halterofilia. «Tengo unos mil», dice antes de que Lu interrumpa. No habla inglés ni francés, pero saca un emblema de una bolsa, se lo muestra a Stephane, y le señala uno suyo. Hay acuerdo. Sin palabras. Los dos sonríen. Este deporte es de idioma universal. Mark comenzó a sumar insignias desde 1983 porque un amigo le dio uno de los Juegos que se iban a disputar al año siguiente, Los Ángeles 84. ¿Cuántos tienes? «Uff, te diré que de Albertville 92 tengo 5.300 diferentes». Y se explica: «No solo nos interesan los pines por la cara pintada. En la parte de atrás se señala qué tipo de edición son, qué año salieron por primera vez o si se han reeditado. Y vas buscando uno de cada». Le gusta más intercambiar que comprar porque no quiere pensar en el dinero invertido. Ha comprado por dos euros, pero los raros, subraya, se cotizan muy alto. No quiere decir el precio de su pin más caro. No solo personas como este jubilado se han lanzado a la colección de insignias, entre las que se pueden encontrar de Madrid 2016 y otros Juegos que se quedaron en el limbo. Muchos deportistas se han pronunciado como grandes aficionados a esta singular forma de vivir unos Juegos. Serena Williams, por ejemplo, en París, sin raqueta, pero con piezas para intercambiar. «Soy una coleccionista de pines profesional», decía en un vídeo de París 2024. Comenzó en Sídney 2000, derrota en primera ronda que suplió iniciando la colección. «Algunos de Tailandia y el que conseguí de Corea del Norte en Río que nunca intercambiaré», ha dicho estos días. También Stephen Curry se dedicó al mercadeo el primer día de estos Juegos; en mitad de la ceremonia, subida al barco toda la expedición estadounidense, intercambió algunos pines con compañeros de otros deportes. Andy Murray persiguió a un deportista de Liechtenstein para que le diera una insignia de su país. Famoso se ha hecho el pin que Snoop Dogg le regaló a Coco Gauff para darle suerte. En él aparece representado el rapero formando con el humo de un cigarro los aros olímpicos, con la Torre Eiffel en segundo plano. Sí, también hay insignias personalizadas, como las que repartía Simone Biles: su nombre envuelto en un corazón dorado. Son de los más cotizados en este París 2024. Es común que, por llevar una acreditación, gente de todas las edades se acerquen a preguntar. A esta periodista una niña neerlandesa de nueve años le pidió un pin. Recibió uno de España, otro de Francia y otro de Uzbekistán, y el triple botín se celebró como una medalla. El oro olímpico más pequeño de estos Juegos.

Читайте на 123ru.net