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En ‘los Incurables’ Fernando Morales halló de niño, la motivación para ser médico de adultos mayores

Fernando Morales Martínez tendría escasamente siete años el día en que su memoria grabó las imágenes de adultos mayores con heridas abiertas en sus piernas y cuerpos temblorosos, agobiados por la enfermedad de Párkinson. Corrían los años cincuenta del siglo pasado. Aquellas personas que tanto impresionaron al niño vivían en el Hogar Carlos María Ulloa, en Guadalupe, conocido entre los vecinos como ‘los Incurables’.

“Yo tenía un amiguillo, que en paz descanse. Su abuelo era el administrador del Carlos María Ulloa. Vivía con unas hijas solteras en una casa dentro del mismo hogar. Íbamos frecuentemente a jugar ahí porque el Carlos María era una gran finca donde sembraban plátanos, café... ¡de todo!

“¡Las vueltas de la vida! Yo iba por ahí con los amigos y andábamos correteando pero sin imaginarme que iba a ser médico, menos geriatra (especialista en prevenir, diagnosticar y tratar enfermedades en adultos mayores). Me llamaban la atención las calamidades con las que vivía esa gente”, cuenta el hoy decano de la Facultad de Medicina, de la Universidad de Costa Rica (UCR), exdirector del hospital Geriátrico y una de las autoridades mundiales más respetadas en Geriatría.

Sentado en su oficina de la decanatura, Morales Martínez hurga entre sus recuerdos para contestar a la típica pregunta periodística sobre qué lo motivó a convertirse en médico. Razones para preguntar sobran: en el 2023, cumplió medio siglo de haber recibido su primer título en Guadalajara, México.

Además, recientemente culminó un doctorado académico en Ciencias y Humanidades de la Universidad Autónoma de Coahuila, en México, donde compartió con estudiantes varias décadas más jóvenes que él, hoy de 76 años, en un curso que se prolongó del 2020 al 2024.

Buscando una respuesta a sus motivaciones para ser médico, Morales también mencionó al pediatra de su familia, el doctor Cordero Carvajal, quien lo marcó con esa impresionante figura de traje y maletín cada vez que llegaba a dar consulta a su casa de infancia, ubicada en los alrededores de la Escuela México, en barrio Aranjuez, San José.

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“Siempre me llamó la atención que el pediatra, cuando llegaba a mi casa, andaba con el bulto (de médico) y con un vocho. Yo lo examinaba de arriba a abajo. Y pensaba ‘qué bonito eso que hace ese doctor’.

“La Medicina en parte fue motivada por las imágenes de mi pediatra de cabecera. En cuarto año (de colegio, estudió en el Saint Francis) operábamos sapos y conejos los viernes en la noche en la casa de un amigo, en barrio Escalante, para aprender Anatomía. Lo hacíamos con cloroformo. El mayor de todos mis amigos luego se hizo cirujano”, recuerda.

Al mirar en retrospectiva sus 76 años recién cumplidos, Morales sonríe y, sobre todo, agradece. “A mí me preguntan cómo fue mi infancia. ¡Superfeliz! Me siento muy afortunado porque nunca aspiré a algo que fuera imposible y tuve unos padres ejemplares.

“Mi adolescencia también fue feliz, aunque yo era un poco tímido. Tenía mis admiradoras pero yo no entendía de eso. Estábamos en el Ateneo (un salón social) y yo decía que no había nadie con quién bailar, y el salón estaba lleno de muchachas. Anduve todo barrio Escalante con una pandilla de amigos cuando todo eran cafetales. Siempre andábamos juntos parriba y pabajo”.

Hijo de la revolución del 48

El nacimiento del doctor Fernando Morales fue toda una aventura para sus padres, el contador, vendedor de seguros y futbolista apasionado, seguidor del Club Sport Herediano, Arturo Morales Barquero, y doña Carmen Martínez Lara, de sangre española por el lado paterno con raíces en Cantabria.

El cuarto de los cinco hijos de la pareja nació en la Clínica Bíblica el octavo día del mes ocho del año 1948, pero estuvo a un paso de ver la luz en Guatemala.

“Mi papá era un loco por el fútbol. Se fueron a Guatemala a ver un partido y estalló la revolución estando allá. No había cómo venirse. Yo estaba en el vientre de mi mamá. Mis tres hermanos mayores se quedaron en Costa Rica con los abuelos. Entonces, aparece un avión militar gringo que iba a parar en Costa Rica de camino a Panamá. Ahí se vinieron mis papás, y así llegaron a Costa Rica. Si no lo hubieran hecho yo sería chapín”, comenta el geriatra entre carcajadas.

Morales nació cuando la guerra civil estaba en apogeo. Por eso mismo, inscribieron su nacimiento un martes 10 de agosto de 1948, fecha que aparece en los registros. “Yo le preguntaba a mamá cómo hacía, pero ella lo resolvió tajantemente: ‘Usted nació un 8 de agosto aunque la cédula diga 10′. He sido fiel a lo que mi mamá me dijo y celebro mi cumpleaños los dos días”.

Marietta, Sonia, Arturo y Patricia son sus cuatro hermanos. Todos crecieron bajo el cálido abrazo de sus padres en la casa familiar de barrio Aranjuez, donde doña Carmen se esmeraba en criar a los cuatro muchachos mientras se hacía cargo de las labores del hogar sin descuidar su pasión por las maticas.

“A mi mamá le gustaba sembrar. Yo estaba muy chiquillo y la ayudé a sembrar un árbol de limón. ¡Me trae tantos recuerdos! Cuando nos pasamos a barrio Escalante nos lo llevamos a la nueva casa. Pero hubo un año en que no quiso dar limones y una vecina dijo que había que castigarlo. Así que mamá lo podó. Después de eso, no paró de dar cosechas. Luego mi abuelo, como era español, le llevó una mata de uvas; me acuerdo que la chineábamos mucho”.

De don Arturo y doña Carmen Fernando Morales aprendió el valor del servicio y la amistad. “Mi papá siempre andaba en Navidad con regalos para todo el mundo: Que queques, cestas, comida para personas que él sabía estaban en necesidad. Esta faceta poca gente la conocía. Mi mamá le ayudaba a preparar los regalos”.

Hoy, cuando camina por los pasillos de la Facultad de Medicina o de un hospital y oye cuando lo llaman ‘Maestro’, Morales recuerda lo que un día le dijo su papá: “Nunca quite los pies del suelo. Acuérdese que tiene que hacer algo por los adultos mayores más pobres”.

“Para mí es muy honroso (que lo llamen Maestro). A pesar de lo que la gente pueda pensar prefiero ser de bajo perfil. Salgo a la palestra porque tengo una misión con los adultos mayores. Es la misión que me mueve para estar aquí”, enfatizó.

La pandilla de ‘rocasos’

La infancia de uno de los primeros geriatras de Costa Rica fue inolvidable. Esos primeros años se caracterizaron por vivir en un barrio de gente buena donde, según cuenta, no había espacio para la maldad. Todavía se reúne con los “compañeritos” de barrio. Tiene un chat como con 30 o 40 de aquellos pequeños aventureros josefinos.

“Aquí venía gente de barrio Escalante, Aranjuez y parte de Otoya, porque de ahí era la barra más grande. Estaba Santa Teresita, que era lo máximo. Ahí eran los grandes eventos. El padre Solera hizo un Ateneo (salón social). El Señorial quedaba al frente. La gente se casaba en Santa Teresita… Ahí me bautizaron, ahí hice la primera comunión, ahí me casé y espero que mis funerales sean ahí para hacerlo completo”.

Lo curioso, dice el médico, es que ninguno de sus amigos de infancia vive actualmente en el barrio pero nunca dejaron de sentirse de Aranjuez. Él mismo ahora reside en San Rafael de Escazú desde hace tres años, junto a su esposa Marisol Rivera Lang, con quien se casó a los 38 años, después de consolidar sus primeros pasos en la Medicina.

Morales estuvo en la Escuela México y luego se pasó a la Buenaventura Corrales, donde se graduó.

Recuerda que viajar desde Aranjuez hasta la capital “era como ir al extranjero”: “Nos íbamos a pie desde Aranjuez hasta el edificio metálico. Éramos una pandillilla y ahora somos unos rocasos. Era como una expedición: subir la cuesta de la Embajada de México, que para nosotros, chiquillos, era un cuestón”, cuenta soltando una de sus características carcajadas.

Con su pandilla de amigos se iba a recorrer los cafetales josefinos: “Íbamos al río Torres donde había una poza. Le decíamos ‘la Crista’ por lo cristalina que era. Era como un ‘Ojo de Agua’ del barrio. Ahí llegaban de Escalante, Otoya…”

De su época escolar destaca a su maestra, a quien califica de “increíble”. “Estando yo en Gran Bretaña, fui a una conferencia de un inglés que decía que el triunfo de uno en la vida es por la inspiración de los maestros. Ese cariño que nos daba a todos hizo la diferencia”, comentó el médico quien luego se convirtió en el geriatra de su “niña” Eida Escalante Rohrmoser de Bolaños. ¡Vueltas de la vida!

El colegio lo hizo en el Saint Francis. Al igual que la primaria, ahí solo tuvo compañeros hombres. Fue hasta que llegó a la UCR cuando compartió con mujeres. Rose Mary Karpinksy, la primera presidenta de la Asamblea Legislativa, fue su profesora de Historia.

Marisol, su compañera de vida

La hoja de vida profesional del doctor Morales, a quien sus discípulos llaman Maestro, es amplísima. Su especialidad en Geriatría la sacó en la Universidad de Edimburgo, en Gran Bretaña, a inicios de los años ochenta, y la maestría en Geriatría y Gerontología en la Academia Europea de Medicina del Adulto Mayor, de la Universidad de Ginebra, Suiza, a inicios de este siglo.

Durante casi 25 años, dirigió el Hospital Nacional de Geriatría y Gerontología Raúl Blanco Cervantes, el único en su especialidad en Costa Rica. Es fundador y miembro de la Academia Latinoamericana de Medicina del Adulto Mayor (ALMA), forma parte de la Academia Europea de Medicina del Envejecimiento, con sede en Suiza, es Fellow del Real Colegio de Médicos de Edimburgo, Gran Bretaña, y también de la Asociación Americana de Geriatría.

Conoce medio mundo pero no lo ha hecho solo. Todo este camino lo ha transitado de la mano de su esposa, Marisol Rivera Lang, a quien conoció en una reunión de amigos. Ella es secretaria ejecutiva con un bachillerato en artes. Laboró para las Naciones Unidas. Por eso, la oficina de Morales en la decanatura de Medicina está llena de obras de arte que su compañera de vida se ha encargado de colocar con cariño y esmero.

“Mi esposa es una gran persona. Es muy dulce, muy inteligente. Muy compañera. Siempre me dice que yo me casé con la Geriatría y que ella es mi segunda esposa, porque yo siempre estoy pensando en Geriatría”, cuenta.

El geriatra se hizo adulto mayor

Fernando Morales acaba de cumplir 76 años y, como bien lo describe su esposa, duerme, sueña y come pensando en la población adulta mayor. Los únicos espacios libres en su agenda son para caminar por las mañanas cerca de su casa, y leer y compartir con familia y amigos muy cercanos. Se acuesta y se levanta temprano y en este tiempo de tantas pantallas él no tiene redes sociales ni pasa pendiente de su celular.

Ya es, orgullosamente, un geriatra adulto mayor. Lejos de estar desconectado está muy conectado con la vida, con planes siempre en agenda. En junio anterior, fue a Puntarenas a ayudar con el diseño del nuevo hospital de día, y en la Universidad de Costa Rica mantiene vivos la Cátedra de Envejecimiento y Sociedad y el Observatorio del Envejecimiento.

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“Con el inmenso esfuerzo que se ha hecho es poco lo que se ha logrado, pero no hay que bajar la guardia. Claro que me canso, pero mi esposa es la que me anima. Creo que es aquí en la Universidad donde tenemos que sensibilizar sobre la importancia del envejecimiento en el país, porque estamos metidos en un señor problema.

“Se le ha bajado la sintonía a la inversión social. El grupo de 80 años y más está creciendo mucho. Ellos no pueden esperar indefinidamente a una cita en la CCSS. Entonces, hay que seguir por ellos”, sostiene quien no deja de escribir numerosos artículos sobre este tema en la sección de opinión de La Nación.

“Pienso seguir en la trinchera hasta cuando Dios quiera por la defensa y la dignidad de las personas adultas mayores. Soy muy afortunado porque he podido hacer todo lo que he creído que hay que hacer”.

Le preguntamos si le tiene miedo a la vejez.

“Yo me he venido preparando mucho. Espero tener un buen verano y no un mal invierno, como dice un proverbio chino. Seguiré haciéndolo mientras las facultades mentales, espirituales y físicas me lo permitan. Creo que vale la pena”.

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