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¿De qué planeta vienes, Martina?

Abc.es 
Cuando tienes delante a Martina Terré (Barcelona, 2002), algo en su mirada te incomoda y atrae a partes iguales. El iris y la pupila de sus ojos se confunden como cuando entras en una cueva natural y en la profundidad no sabes dónde termina la tierra y dónde la oscuridad. Mira con esa pasmosa quietud, y parece que, para ella, todo fuera a una velocidad más lenta de la que nos movemos el resto. Quizá por ahí le vienen esos reflejos que no son de gato sino de una especie aún sin identificar, porque después de los partidos que ha jugado en La Defense parece que viniera de otro planeta. Terré tiene una fuerza descomunal que le hace emerger del agua cuando una rival se acerca, pero cuando mira con esa quietud que solo existe en el centro de la tierra, en ese lugar donde ningún humano ha llegado salvo Julio Verne en su ficción, es cuando uno se empieza a explicar lo que ha pasado en París . Acaba de ganar su primera medalla de oro , pero sus ojos no están rojos cuando comparece ante la prensa con la misma parsimonia con que lo que hizo el día que ganó la semifinal a Países Bajos al parar el penalti definitorio. Ahí plantada, con la medalla sobre el pecho, solo es una mujer que forma parte de un equipo al que adora y al que se refiere en cada una de sus respuestas. ¿Acaba de vivir el partido de su vida? «No lo sé, soy muy joven», dice lacónica a sus 21 años. Porque es indiscutiblemente joven, pero solo con los torneos que ha jugado tiene la confianza de Oca para dejar en sus manos la fiabilidad de la portería , un puesto que comparte con la veterana Laura Ester. «Tener como compañera a Laura significa algo muy grande para mí; tener a mi lado a una mujer con tanto palmarés y tantos partidos jugados es un honor». Y casi parece que un brillo húmedo se asomara por la pared interior de una montaña, por esa cualidad sólida que transmite como portera. «Es que ha sido una pared», decía su compañera Pili Peña, que así la definía: «Se ha salido, y eso a nosotras nos da fuerza para meter goles porque ella nos da esa confianza atrás«. Aún no se había acostumbrado al peso de la medalla sobre sus cervicales cuando los apodos empezaban a surgir: ' Martineitor', 'ExtraTERREstre' . «El que queráis, me gustan todos», decía con esa afonía que se gasta después de cada partido para marcar las jugadas a sus compañeras, el único signo físico en el que acaso deja traslucir una debilidad humana. «He estado tranquila, la verdad, igual me puse más nerviosa en semifinales, ante Holanda, que nos había puesto contra las cuerdas otras veces, pero las australianas no nos conocían y nosotras a ellas tampoco, así que tenía muchas ganas de esta final». Y vaya si las ha conocido, tan de cerca que ha deteniendo sus embistes hasta alcanzar esa cifra de 15 lanzamientos, algo sobrecogedor en una final , y más en una debutante. ¿Se ha crecido ante cada parada? «No me crecía, en realidad solo paro», contesta con cierto asombro al comprobar que su normalidad resulta extraordinaria para el resto. Sin embargo, detrás de esa beatitud, lo que hay son datos: ese 63% de efectividad (el de la portera australiana es de 39%) . «Es que con lo bien que defienden mis compañeras es muy fácil encontrar los huecos para parar», insistía echando balones fuera a su mérito, y la voz afónica vuelve a temblar lo justo como para saber que ahí adentro, en lo profundo, está una joven que ha ganado el primer oro de waterpolo femenino: ellas son las primeras mujeres en lograrlo. Y antes de valorar lo que supone este hito, mira fijo para responder, tan fijo que es inevitable sentir que algo se mueve, el suelo quizá, o el horizonte de su deporte.

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