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Cortocircuito en las élites

En toda democracia es necesaria y saludable la circulación de élites políticas en los puestos de autoridad e influencia. Cuando las mismas personas y grupos gobiernan durante décadas, esa democracia se transforma, en la práctica, en una oligarquía, el gobierno de unos pocos que, además, pertenecen a un mismo grupo, casta o clase social. Y, de feria, esos pocos se hacen viejos y terminamos con una oligarquía gerontocrática.

En el pizarrón de la teoría política, esa circulación trae nuevas ideas para la conducción de una sociedad, una ventaja en tiempos inciertos, pues promueve el cambio y la innovación. Puede pensarse que activa el apoyo ciudadano al sistema, ya que cuando el menú de ideologías y líderes se amplía, más personas pueden sentirse representadas por alguno de ellos. Es beneficioso, asimismo, porque ninguna élite dará por sentado el apoyo popular. Al contrario, deben cortejarlo, ser receptivas a las demandas y aceptar cierta redistribución de poder y bienestar.

Todo eso muy bien y en el mundo de la teoría. Sin embargo, la realidad introduce una multitud de “dependes” y “habría que ver”. Para empezar, esa circulación es beneficiosa si y solo si, pese a la competencia y conflictos entre élites, todas aceptan las reglas del juego de la democracia. Esto, en el mundo moderno, es un gran supuesto, debido a la emergencia de liderazgos y camarillas proautoritarismo. Además, los grupos en competencia deben ser élites en algún sentido relevante. Sociológicamente, estas no son una mera colección de personas poderosas, sino grupos con cohesión de propósito que, además, tienen una capacidad de saber hacer, de conducir a una sociedad.

Visto así, la Costa Rica actual está lejos, muy lejos, de la expectativa teórica de la circulación de élites. Cierto, hay un nuevo y bisoño grupo en el poder de gobierno, y, cierto, hay grupos políticos en la oposición, pero todos están en la “puritica calle”. El oficialismo no ha logrado articular una visión de país, es muy inestable y muestra incompetencia en áreas claves de la gestión pública. Está demasiado interesado en abrazarse al poder a punta de codazos. Los círculos opositores se refugian en la denuncia, pero en ninguno despunta una vocación y visión de gobierno. Son jirones del pasado o promesas sin cuajar. El resultado es, señoras y señores, un horroroso vacío político a las puertas de un nuevo proceso electoral.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.

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