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Antonio Rodríguez Babío: «Necesitamos silencio para contrarrestar cierta sobresaturación de imágenes»

Abc.es 
Detrás de una montaña de papeles, libros y documentación, Antonio Rodríguez Babío (arquitecto luego ordenado sacerdote) se afana en los trabajos previos a la exposición sobre patrimonio devocional de los conventos de clausura sevillanos que tendrá lugar en Santa Clara coincidiendo con el II Congreso de Hermandades y Piedad Popular. Una reproducción a escala del friso del retablo de la capilla de los Evangelistas de la Catedral, con las Santas Patronas, preside la estancia donde se desarrolla la entrevista. -¿Qué podemos esperar del grupo de trabajo que han reactivado la Junta de Andalucía y los obispos del Sur de España el pasado julio? -Es muy prometedor, ofrece muchas posibilidades. Siempre es bueno sentarse, hablar, dialogar, reunirse y eso va a redundar en iniciativas buenas para todos que tendrán que cristalizar y concretar. Pero el simple hecho de restablecer la comunicación con naturalidad es positivo. -¿Por qué es importante mantener el uso del patrimonio de la Iglesia? -Es necesario mantener el patrimonio porque necesitamos que estas obras artísticas sigan cumpliendo la misión para las que fueron creadas porque nace con un fin determinado que es la evangelización. Quizá hoy, que vivimos en una sociedad visual, el arte sacro tenga mucho que decir. -Eso nos lleva a la 'via pulchritudinis' (llegar a Dios a través de la belleza artística), ¿la Iglesia ha recuperado esta vía después de algún abandono en los últimos tiempos? -De hecho, los últimos papas, Benedicto XVI y Francisco -que la cita en 'Evangelii gaudium'- son conscientes de la necesidad de seguir aprovechando el arte para la misión. Lo vemos con el turismo: es nuestra responsabilidad que las personas que vienen a visitar la Catedral o cualquiera de nuestras iglesias no se queden sólo en la obra, sino cuanto significa y nos está diciendo. Es una obligación para con todas esas personas que vienen. -¿Y no hay una barrera de inicio, de estar iniciado en algún conocimiento doctrinal para poder entender lo que esa obra artística quiere decir? -Pero también, de primeras, la obra de arte nos pide una relación personal. Ese encuentro puede suponer romper esa barrera de la que hablamos. La gente puede tener muchos prejuicios si tú le hablas directamente, pero frente al arte desaparecen y aprovechas para transmitir el mensaje. -¿No puede ser un tanto contradictoria esa vía de acercarse a Dios a través del arte en un mundo donde impera el feísmo? -No estoy de acuerdo en que las ciudades y el entorno cotidiano sean especialmente feos, pero precisamente por eso necesitamos de la belleza, que nos llena de esperanza, decía Pablo VI. En este mundo tan afeado, no sólo por lo estético, sino por la violencia, la indiferencia o el egoísmo, necesitamos la esperanza que nos da la belleza, como reflejo de Dios. Frente a esa fealdad sobresale aun más la belleza de Dios y la que nosotros como cristianos estamos llamados a reflejar con nuestras actitudes. -Convendrá conmigo que hay algunas iglesias de los últimos tiempos que no son especialmente bellas… -Bueno, ahí hay un problema casi siempre de presupuesto, más que nada. Pero la arquitectura contemporánea sí tiene ejemplos muy emblemáticos de templos. Las del Polígono de San Pablo, por ejemplo, son muy interesantes. -Sí, pero ¿por qué los fieles acaban en el neobarroco? -Porque nos tira mucho. En su momento se intentó aunar el proyecto arquitectónico con la pintura, la cerámica, los ornamentos litúrgicos, pero al final parece que tendemos mucho a barroquizar, que muchas veces no pasa de una cortina roja y una dolorosa, pero también hay que hacer una pedagogía de por qué usamos el arte y cómo el contemporáneo puede ser igualmente válido. Cuando la obra es buena, nuestra sensibilidad nos hace capaces de apreciarla y conmovernos. -Esa identificación con un único estilo artístico, ¿no supone una limitación a la hora de evangelizar el mundo de la cultura, tan alejado? -Sí. Pero precisamente, vivimos en un mundo saturado de imágenes y creo que hay que hacer como un ayuno, en el sentido de que necesitamos el silencio para contrarrestar esta sobresaturación de imágenes. Y ahí es donde el arte contemporáneo puede aportarnos mucho a la Iglesia: esa necesidad de espacios de silencio, no tan cargados, porque lo que precisamos es encontrar al Señor en la simplicidad y la sencillez más que en esa sucesión de imágenes de las que estamos saturados. Quizá un espacio de culto tenga que ser un sitio donde haya como un silencio y sólo haya alguna imagen que me mueva.

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