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Cascos azules españoles, atrapados entre dos fuegos en el sur de Líbano

En la frontera entre Líbano e Israel, en una zona de guerra abandonada por sus habitantes, los cascos azules españoles llevan más de diez meses bajo el fuego cruzado del ejército israelí y de Hezbolá.

"A veces tenemos que refugiarnos de los bombardeos (...) en nuestra posición e incluso en los búnkeres", cuenta Álvaro González Gavaldá, un soldado de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (Finul).

Para llegar a la base 964 del contingente español, los periodistas de la AFP, escoltados por la Finul, atravesaron varios pueblos prácticamente desiertos.

Algunos comercios, como una tienda de comestibles y un garaje, siguen abiertos a lo largo de una carretera, cerca de la cual se ven campos quemados, resultado, según las autoridades libanesas, de los bombardeos israelíes con fósforo, que Israel niega.

La base, rodeada de alambre de espino, está cerca de la localidad fronteriza de Khiam, donde se ven decenas de casas destruidas o dañadas, según periodistas de la AFP.

Del otro lado de la frontera se ve a lo lejos la localidad israelí de Metula, de donde han huido también sus habitantes.

Desde una torre, los cascos azules observan con largavistas las alturas de los Altos del Golán, ocupados y anexionados por Israel y blanco de frecuentes bombardeos desde Líbano.

"Nuestra misión en Líbano, de acuerdo con la resolución 1701 de la ONU, es controlar la zona, ayudar al gobierno libanés y a las fuerzas armadas libanesas a hacerse con el control de la región al sur del Litani", explica el teniente coronel José Irisarri.

La resolución, que marcó el fin de la guerra entre Israel y el movimiento libanés Hezbolá en 2006, estipula que solo las fuerzas de mantenimiento de la paz y el ejército de Líbano pueden ser desplegadas entre la frontera y el río Litani.

Papel clave

Pero en cuanto comenzó la guerra entre el ejército israelí y el movimiento islamista palestino Hamás en Gaza el 7 de octubre, el grupo libanés abrió un frente en el sur del país, fronterizo con Israel.

El movimiento, respaldado por Irán, afirma actuar en solidaridad con Hamás, su aliado palestino.

"Algunos pueblos están completamente vacíos. Nadie vive ahí por los riesgos y los ataques constantes", lamenta el teniente coronel Irisarri.

Ante el creciente riesgo de que la violencia desemboque en una guerra regional, el papel de las fuerzas de la ONU en la frontera entre ambos países es "más importante que nunca", declaró recientemente a AFP el jefe de los cascos azules, Jean-Pierre Lacroix.

Las fuerzas de la ONU son "el único canal de enlace entre las partes israelí y libanesa" para contener las violencias, añadió.

El mandato de la Finul termina a finales de agosto y Líbano ya pidió su renovación.

La violencia ha dejado más de 600 muertos en Líbano desde octubre, la mayoría combatientes del Hezbolá, aunque también se lamenta la muerte de al menos 131 civiles, según un recuento de la AFP.

En Israel y en los anexionados Altos del Golán, 23 militares y 26 civiles han fallecido, según las autoridades israelíes.

También, varios casos azules han resultado heridos desde el inicio del estallido de violencia.

Ayudar a la población

El contingente español de la Finul cuenta con unos 650 soldados repartidos en varias posiciones. En Líbano, hay 10.000 cascos azules en total.

Los soldados españoles no se limitan solo a su misión, sino que apoyan a la población local, explica el teniente coronel Irisarri.

"Nuestro equipo de psicólogos ayuda una escuela de educación especializada a acoger a niños con necesidades especiales", cuenta.

La visita que debían realizar los periodistas de la AFP a la base el viernes fue cancelada después de que los cascos azules elevaran el nivel de seguridad debido a un cruce de disparos en el sur del Líbano.

Al menos ocho personas, un niño y siete combatientes del Hezbolá, murieron ese día en bombardeos israelíes en la región, informaron las autoridades libanesas y el grupo islamista.

Los soldados españoles, que han adoptado dos perros, tienen poco tiempo libre. Pero cuando tienen un hueco, "vamos al gimnasio (...) y vemos películas", dice Álvaro González Gavaldá.

Él llegó a Líbano en mayo. Admite que echa de menos a su familia. "Pero hasta ahora tenemos internet y hablamos con ellos casi todos los días", dice.

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