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La delirante alianza entre Hitler y Stalin que irritó a Franco y desmembró el comunismo español

Abc.es 
Fue un amor imposible; un 'frankenstein' que unió al anticomunismo más ferviente con aquellos que se habían erigido como el baluarte del antifascismo. Entre el 23 y el 24 de agosto de 1939, la Alemania nazi y la Unión Soviética rompieron todos los moldes conocidos y firmaron el Pacto Ribbentrop-Molotov ; un acuerdo en el que se prometían amistad durante una década y se repartían el viejo continente en áreas de influencia. Lo que no se suele contar es que esta estrafalaria idea soliviantó a los seguidores europeos de uno y otro bando. Por un lado, Franco y Mussolini se mostraron recelosos hacia Adolf Hitler durante las semanas siguientes. Por otro, los partidos comunistas se desmembraron ante las directrices enviadas desde Moscú. El pacto no fue bien recibido por tierras peninsulares. Según afirma el historiador Bartosz Kaczorowski en el dossier 'España ante la invasión alemana y soviética de Polonia en septiembre de 1939', el franquismo recibió con estupor la noticia: «De golpe, el país considerado por España la principal fuerza capaz de defender Europa contra el bolchevismo acababa de convertirse en aliado de la nación que lo detentaba como dogma». El pasmo estaba justificado, pues el mismo Hitler había afirmado en su 'Mein Kampf', ya en 1924, que había que combatir a la Unión Soviética como parte de su plan para recuperar el 'espacio vital' ('Lebensraum') germano. Un ejemplo de ese desconcierto fue el título con el que el diario 'Arriba' se refirió al pacto: 'Sorpresa. Tremenda sorpresa'. Hay que decir que no fue el único; desde La Habana, el 'Diario de la Marina', de orígenes rojigualdos, ya había expresado unas jornadas antes el estupor que suponía aquella extraña alianza: «Alemania y Rusia asombran al mundo con un pacto de no agresión que pone una imprevista interrogante sobre las hondas y graves complicaciones que viene sufriendo el viejo continente». A su vez, el artículo incidía en que «la acción alemana representa el fin de su propósito de matar el bolchevismo y acaso la destrucción del ya famoso Eje». El dictador español, sin embargo, enarboló su ya clásica cautela para rehuir posibles dificultades con el gran hermano germano. «Franco, por temor a empeorar las relaciones con el Tercer Reich , dejó de manifestar su anticomunismo y comenzó a hacer hincapié en que el acuerdo con los soviéticos constituía solamente una respuesta a las conversaciones mantenidas entre Gran Bretaña y la República Soviética», añade el experto en su dossier. Y vayan por delante los datos: el 23, poco después de recibir la información sobre el pacto, se abstuvo de hacer juicios firmes durante una reunión con el embajador portugués Pedro Teotónio Pereira. Aunque, eso sí, no defendió la actuación de Alemania y se mostró contrariado por la decisión. Por debajo en el escalafón, los gerifaltes franquistas se permitieron farfullar contra el pacto; al menos, un poco más que el dictador. El embajador de Madrid en Washington, Francisco Cárdenas , admitió al subsecretario de Estado norteamericano que el prestigio del Tercer Reich en España había caído en picado después de que se conociese la firma. Y, aunque se desconoce la fuente que se lo desveló, Philippe Pétain confirmó que nuestro país entendió aquella alianza como una suerte de liberación de la obligación de apoyar a Alemania en los futuros conflictos. Es probable que su confidente fuese Juan Beigbeder , entonces ministro de Asuntos Exteriores. Y es que, este político ya había declarado su «gran indignación» por los hechos en otras ocasiones. Pero aquella indignación contra Alemania no solo se palpó en España. En Japón sucedió otro tanto; y con razón, pues nipones y germanos habían firmado en 1936 el 'Pacto Antikomintern ': un tratado en el que se comprometían a combatir la amenaza de la Internacional Comunista, liderada por la Unión Soviética. Otro tanto sucedió en Italia. Según afirma María Sánchez, de la Universidad de Costa Rica, en 'El punto de vista soviético del Pacto Molotov-Ribbentrop', los fascistas recelaron de la decisión de Hitler y se negaron a entrar en combate en los primeros compases del conflicto europeo. «Como consecuencia de todo lo anterior, Alemania comenzó la guerra sola», desvela la experta. En el otro bando, el stalinista, se vivió el efecto contrario. Los soviéticos vendieron los acuerdos como una necesidad y ocultaron las cláusulas secretas: aquellas en las que, llegado el momento, Alemania y la URSS se dividirían algunos países de tendencia comunista. En virtud de este pacto, el camarada supremo ordenó a todos los comités internaciones endulzar el tratado y afirmar que las culpables de la contienda eran Francia y Gran Bretaña. ¿La lógica? Que la política de apaciguamiento que había mantenido el 'premier' Neville Chamberlain había dado alas a Hitler y le había convertido en una amenaza para la Unión Soviética. La orden provocó situaciones rocambolescas en algunos comités internacionales. Fue el caso del Partido Comunista de Checoslovaquia. El grupo, dedica a organizar la resistencia tras la conquista del país por parte de los nazis, se vio obligado a respaldar aquella alianza y evitar las críticas al Tercer Reich. Así lo explicó uno de sus miembros, Jiri Pelikan : «Para nuestra sorpresa y gran indignación, Radio Moscú celebraba los logros de la agricultura soviética, mientras que a nuestro alrededor la Gestapo arrestaba, torturaba y asesinaba a camaradas y patriotas. De eso no se dijo nada, ni tampoco hubo críticas a Hitler». El único dirigente que condenó aquella afrenta fue Vladimir Clementis , y tuvo que exiliarse por ello. En Francia sucedió otro tanto. Apenas dos días después de que el pacto se firmase, el diario 'L'Humanité', órgano oficial del Partido Comunista Francés (PCF), quedó prohibido. Y un mes después, el 26 de septiembre, sucedió lo propio con el mismo PCF y varios de sus organismos. Al grupo no le quedó más remedio que relajar su dura línea antifascista en otoño para esquivar la censura de la URSS. A la par, sin embargo, muchos de sus miembros declararon que, si el 'Führer' decidía atacar su país, les encontraría en frente. Otro tanto sucedió en España. Dolores Ibárruri, 'La Pasionaria', se unió a las premisas enviadas desde Moscú y escribió un extensísimo artículo titulado 'La social-democracia y la actual guerra imperialista' en el periódico 'España Popular'. Aunque lo hizo poco después de la toma de Polonia por Hitler y Stalin, el que fue el cenit del Pacto. Sus primeras líneas las dedicó, a semejanza de sus colegas galos del Partido Comunista Francés ya rehabilitados, a cargar contras las grandes potencias aliadas, las vencedoras de la Gran Guerra. Aunque lo hacía por no haber intervenido en la Guerra Civil española a favor de la Segunda República. Tras estas agrias críticas, Pasionaria cargó tintas contra la misma Polonia que, menos de un año antes, había sucumbido a Hitler y Stalin. En un apartado titulado «El miedo a la revolución», afirmaba que «los ardientes 'pacifistas' y los partidarios de la política de 'no intervención'» sí habían abandonado las premisas esgrimidas poco antes para, fusiles mediante, ayudar a los polacos. «Los portavoces socialdemócratas del imperialismo inglés y francés repiten cada día que hacen la guerra para 'restaurar la Polonia', en nombre de la democracia y 'del derecho de los pueblos'», escribió. Lo más sangrante, según sus palabras, era que, en contra de lo que sucedía en la Segunda República, en este país «millones de ukranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias». Pasionaria esgrimía también que Francia y Gran Bretaña solo habían acudido en ayuda de Polonia porque el país hacía las veces de «cordón sanitario» frente a la Unión Soviética y, llegado el momento, también de lanzadera para atacar el «país del socialismo». No solo eso, sino que argumentaba que los Aliados habían creado la zona de forma artificial en el Tratado de Versalles con este objetivo y que la habían dejado en manos de «terratenientes y coroneles». En el artículo también achacaba a Polonia la creación de centros de reclusión. «¡La Polonia de ayer, cárcel de pueblos, República de campos de concentración , de gobernantes traidores a su pueblo, que estaba constituida a la imagen de la democracia de los Blum y Citrine!», escribía. No tenía constancia, parece ser, de los gulags que Stalin había establecido y se olvidaba de la hambruna provocada por el gobierno soviético que había acabado, entre 1932 y 1933, con millones de muertos en Ucrania . «La socialdemocracia llora sobre la pérdida de Polonia, porque el imperialismo ha perdido un punto de apoyo contra la Unión Soviética, contra la patria del proletariado. Llora por la pérdida de Polonia, porque los ukranianos, bielorrusos, trece millones de seres humanos, han conquistado su libertad. Como durante la guerra de España, ellos se encuentran hoy al lado de los enemigos de la Humanidad», completaba.

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