Para los lobos
Cuando el lubricán vestía de oro la espalda de los chopos del río y las sombras empezaban a tejer la noche, tu padre, terminado de aparejar el mulo y guardados en el sombrajo, en la choza o bajo un haz de pasto algunos útiles de labor que resultaran golosos para algún amigo de los descuidos, te daba un pie y te subía al animal; él buscaba algún taburete y, de un salto, montaba a la mujeriega; inmediatamente, pasando una pierna por encima del cuello del mulo, se apernacaba en el aparejo: «Ea, vámonos, hijo, que ya se viene la noche y el campo, de noche, pa los lobos…» El campo precisa de la luz, porque el campo tiene su mayor... Ver Más