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Poeta Alberto Hidalgo le canta al Perú

Alberto Hidalgo (Arequipa, 1897 – Buenos Aires, 1967) debe ser uno de los escritores más polémicos de la tradición literaria peruana. Hidalgo hizo todo para que se le odiara, sin embargo, su obra no deja de gustar y sus seguidores, aquellos dispuestos a promover su poética, no dejan de aparecer en cada década. No es dato menor, puesto que la obra de Hidalgo aún sigue siendo difícil de hallar.

De lo último que hemos leído del autor, figura Diario de mi sentimiento (publicado originalmente en Argentina en 1937 y reeditado por Revuelta en el 2020), adictivo aparato literario que, en forma de dietario, abarca el arco temporal de 1922 a 1936. En los géneros que exploró, Hidalgo plasmó en su escritura un estado ánimo provocador y corrosivo. No se casaba con nadie y esa actitud lo llevó a que se forjen sobre él leyendas que el tiempo se ha encargado de potenciar.

Sus puntos de crítica, no tenían que ser necesariamente literatos, también lo eran personajes del espectro político. Pensemos en su obra teatral Su excelencia, el buey (1965) sobre el expresidente Fernando Belaúnde Terry. Además, como para dorar un poco más la leyenda, sus escritos contra el APRA le trajeron cantadas consecuencias. A saber: el 27 de marzo de 1960, Hidalgo estaba por ofrecer una conferencia en la Casona de San Marcos y no pudo brindarla porque tuvo que huir por las azoteas. La furia aprista lo perseguía. Pero, así como fue polémico, su aporte a la literatura, dejando de lado la obra propia, se tradujo en una maravilla bibliográfica que debe figurar en toda biblioteca que se respete: la antología Índice de la nueva poesía americana de 1926, que elaboró junto a Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro.

Por lo dicho, no podemos dejar de saludar la reciente aparición de Cartas al Perú, bajo el sello Mono Milenario. Esta publicación, con edición de Raúl A. Pérez Zuñiga, contiene los poemarios Carta al Perú (1953), Historia peruana verdadera (1961) y Árbol genealógico (1963). Como se desprende del título, estamos ante un Hidalgo conectado con la historia y la cultura peruanas, a las que celebra sin renunciar a su festiva actitud crítica.

Si bien nos hallamos ante una publicación que ostenta el aura de rescate (como dijimos líneas atrás, la obra de Hidalgo no es fácil de ubicar), la misma no se justifica por esa condición, sino por la vigencia de esta tras una lectura desapasionada (la única manera de valorarlo) y actual. No es que estemos ante un Hidalgo chovinista o reivindicativo, mucho menos ante un Hidalgo solemne, por el contrario, el Hidalgo que leemos en estos tres poemarios es el mismo que transita tanto en la obra precedente como en la posterior a estos títulos.

En el primer poemario, se deduce por la intimidad/cercanía que supone el concepto de carta, Hidalgo le canta a las virtudes del país sin caer en el lugar común; para evitarlo, más aun tratándose de una voz ferozmente emocional, el poeta se conduce por medio del tono irónico, entregando pinceladas como esta, del poema “XII”:

“Me estoy ardiendo en la cal viva de tu recuerdo circular/ Me estoy quedando en llanta de tanto andarte con el sentimiento/ En toda copa te hago alcohol te bebo/ En todo cigarrillo con dulce ensañamiento te consumo”.

En Historia peruana verdadera, el poeta aborda las figuras de Garcilaso, Túpac Amaru y Mariátegui; y en Árbol genealógico encontramos a un Hidalgo más antropológico en cuanto a la configuración del indio. Leído como aparato orgánico, estos tres poemarios nos acercan a una voz que respira a Perú. Hay una evidente actitud celebratoria, un discurso positivo sobre Perú sin dejar de ser crítico, como ya precisamos.

A diferencia de otros rescates editoriales, Cartas al Perú llena un vacío textual para el estudioso de su obra y a la vez es una puerta de entrada para potenciales nuevos lectores por la proximidad del tópico.

Este libro sintonizaría sin problema alguno con los más jóvenes. Desde que sé de su poesía, esta proyecta una fuerza contagiante/adictiva en el lector. Esta es una buena oportunidad para compartirla. Hidalgo nunca decepciona.

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