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La última vez

No es la primera vez de los fascismos y de los seres sin conciencia que los compran, ni de las mujeres borradas, ni del desprecio a los emigrantes pobres, ni de los genocidios por raza y rapiña, ni de las corrupciones en democracias dudosas con poderes amancebados, ¿cuándo será la última?

La sociedad actual se ha acostumbrado ante grandes atropellos a indignarse un minuto, casi siempre fruto de la sorpresa, y a olvidarse al poco tiempo. Sorpresa reiterada, hay millones de personas que descubren el mismo mundo cada día. La sociedad actual se ha acostumbrado a que se cometan auténticas salvajadas sin otra reacción que un aspaviento instantáneo. Más aún, el asomo de compasión inicial hacia las víctimas puede trocarse en rechazo y odio si manos manipuladoras las convierten en munición

Hace tres años, tal día como hoy, el ejército norteamericano y las tropas de la coalición internacional dieron los últimos pasos para abandonar Afganistán, tras 20 años de ocupación supuestamente como ayuda a la población. Documentaron que el primer día bajo control total de los Talibanes nadie sonreía. Era una vuelta atrás, temible para las mujeres afganas. Las dejamos solas, pero no era ni la primera ni la segunda vez.

Trump fue quien firmó la retirada de tropas y el acuerdo para el regreso al poder de los fundamentalistas islámicos. El acuerdo de Doha, Qatar, en febrero de 2020 incluyó la liberación de 400 talibanes con delitos de sangre. Biden, el que cumplió lo suscrito en un abandono ominoso en el que incluso dejaron allí los tanques porque era más barato que llevárselos. Todos sabían lo que iba a pasar; la Comunidad Internacional, también.

Tres años después, el gobierno fundamentalista ha decretado prohibir la voz de la mujer en público. No pueden hablar, ni cantar, ni recitar; todas las voces afganas han de ser masculinas. Y la medida ha tenido sus minutos, días, quizás, de escándalo internacional. Nada más. Vuelven las rutinas talibanes. Ya les ocurrió lo suyo en los 5 años del llamado Primer Emirato islámico de Afganistán (1996/2001) en el que fueron silenciadas, borradas y apaleadas.  

Con los occidentales mejoró algo su situación, pero no erradicaron el maltrato múltiple que padecían. “Dos tercios de las jóvenes afganas no están escolarizadas, el 80% son analfabetas y el 75% afrontan matrimonios forzosos, en muchos casos antes de cumplir 16 años”, explicaba hace tres años Olga Rodríguez. Y aun así, con gran esfuerzo, numerosas afganas habían ganado participación en la sociedad a través de diversas profesiones.

Tampoco mejoró gran cosa la seguridad de los ciudadanos. Se documentaron multitud de ataques contra civiles perpetrados incluso por las tropas de Washington y sus aliados. En resumen, Afganistán siguió en crisis económica y ni mucho menos salvaron a las mujeres. Tocaba marcharse. Ya no había más que sacar de allí. Ni los tanques, como decimos. Luego ha empeorado la situación porque la ayuda internacional ha ido mermando considerablemente. Al año de gobierno talibán los afganos destinaban el 90% de sus ingresos a comida y solo uno de cada 10 comía lo suficiente.

Afganistán tiene la desgracia de ser un punto geoestratégico clave por su situación, por los países que lo circundan. Sobre todo Irán, Pakistán y China. Principal productor de opio del mundo -de heroína, por tanto- y con reservas sin explotar de gas natural, por Afganistán pasa el oleoducto con el petróleo del Golfo Pérsico. Las guerras por su dominación se extienden por toda la historia, desde Alejandro Magno hasta hoy. Los ingleses emprendieron, por supuesto, la conquista bélica dos veces. Especialmente significativa fue la guerra de los insurgentes muyahidines en los 70, que llevaría a la invasión soviética del país, durante otros diez años. Aquellos señores de la guerra recibieron millones de Estados Unidos y pasarían a convertirse en el germen de los talibanes. Hillary Clinton lo explicó con gran soltura en alguna ocasión.

Y ahora, peor de nuevo. Prohibir la voz de la mujer es un punto más de inflexión. En este trienio maldito les hemos ido contando muchas cosas que ocurrían ante la indiferencia y pasividad general. Cómo los talibanes fueron borrando las caras, los cuerpos, la presencia femenina. Prohibieron la educación secundaria a las niñas y la universitaria a todas las mujeres o que trabajaran en ONG. Quienes protestan -no han dejado de hacerlo corriendo riesgos- han sufrido represalias. Han prohibido la venta de anticonceptivos y hasta los salones de belleza. 

Y cómo ha sorprendido esto de prohibir la voz de las mujeres, ¿verdad? No, es una progresión y seguirá e irá a peor. Ante la hipocresía infinita de la Comunidad internacional y el desinterés culpable de la propia sociedad.

Hace tres años los afganos intentaron irse, emigrar, con lo puesto. Con las lágrimas en el rostro. Metiendo en un par de maletas toda una vida. Como tantos otros, de tantos otros países. Nadie se va de su tierra si vive en ella aceptablemente, nadie se va para delinquir. El coraje que se precisa para emprender la epopeya está muy lejos de la miseria moral de quienes les niegan e insultan

La opresión, el dolor y la muerte tampoco son nuevos para los palestinos victimas del genocidio que practica Israel. Ni el abandono occidental enmarcado como mucho en palabras de condena bastante vacías.

¿Y de Aylan se acuerdan? No era la primera vez desde luego pero aquel cuerpecillo inerte en la playa conmovió algo más, por un tiempo. Después aumentó el abandono al punto actual, cuando los racistas de varios países enarbolan su odio interesado y desvían el peligro que ellos representan hacia esas personas valientes impelidas a dejar su tierra en busca de una vida mejor, de una vida simplemente en muchos casos.

 

La derecha extrema -toda la derecha- ha colado la emigración como cuarto problema para los españoles. Teniendo a los propios promotores de la campaña ante sus narices. A la política ultra que aspira a gobernar y a dar drásticos tajos a la sanidad pública y a las pensiones. A la judicial, en la que ciertos elementos usan con profusión su ojo abierto amparando impunidades si se tercia. A la mediática, que envenena para extender el trabajo en equipo.

No es la primera vez de los fascismos y de los seres sin conciencia que los compran. Ni del desprecio a las personas que no son “de color” blanco (el que más muta por cierto a lo largo de la vida, como describía el poema antirracista de Leopold Shengor que difundió Galeano), ni de los genocidios por raza y rapiña, ni de las mujeres borradas en cuanto el machismo dispone de instrumentos para hacerlo, ni de las corrupciones que envenenan la vida pública en los países de democracia dudosa con poderes amancebados.

¿Cuándo vamos a decir de todo ello: esta es la última vez?

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