A veinte años de la muerte de Stieg Larsson: ¿por qué nos engancha la historia de Lisbeth Salander?
El caso del escritor y periodista sueco Stieg Larsson (1954 – 2004) tiene más de un factor a desgranar. Cuando en el 2005 se publicó la primera novela de la trilogía Millennium, Los hombres que no amaban a las mujeres, se sabía que tendría éxito, pero lo que no estaba en los planes era que superaría lo que se había proyectado. Después de esta primera entrega, vinieron La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (2006) y La reina en el palacio de las corrientes de aire (2007). Solo hasta el 2015, esta trilogía llevaba vendidas 85 millones de copias en todo el mundo.
Lo curioso es que Larsson nunca llegó a disfrutar del éxito de estas novelas. Cuando falleció, el 9 de noviembre del 2004, ya había acordado publicar su primer libro de ficción con la editorial sueca Norstedts, dirigida por Eva Gedin, quien desde abril de ese año, había recibido los dos primeros títulos de la trilogía. Larsson, que durante toda su vida se dedicó al periodismo de investigación y en esa condición llegó a publicar de no ficción, quería asegurar su futuro con una serie de novelas sobre Lisbeth Salander, una joven hacker sobre la que había armado un andamiaje narrativo proyectado para diez entregas. Se trataba de una empresa mayúscula en la que podría plasmar sus inquietudes literarias y humanas. El Larsson periodista del Larsson escritor no diferían, en ambas facetas corría un espíritu crítico a las taras aún patentes en la sociedad sueca, como la situación de la mujer y la presencia de discursos neonazis, aspectos contrarios a la imagen de un país catalogado como perfecto.
La historia de Larsson con estos tópicos tiene una génesis traumática que lo marcó de por vida. A los quince años presencia la violación de una adolescente judía a cuenta de un grupo de jóvenes que estaba con él. Larsson quiso evitar la violación, pero no pudo hacer nada. Cuando días después conoció a la adolescente, esta le recriminó que no haya hecho algo más para impedir el abuso. La joven se llamaba Lisbeth.
Hasta ese evento desgarrador, el futuro superventas quería ser escritor, o en todo caso dedicarse a una actividad ligada a la escritura. Optó por el periodismo para denunciar a los neonazis y criticar la vulnerabilidad de la mujer. De este par de temas, se proyectó a otros como los fraudes financieros y los peligros que corría la democracia (y no solo local) a cuenta del avance de la extrema derecha. Siendo muy joven, viajó por todo el mundo y apoyó causas revolucionarias, como la de Maurice Bishop en Granada entre fines de los setenta e inicios de los ochenta. ¿Por qué? Desde adolescente, Larsson ya se consideraba un trotskista. Tenía una visón moral y ética del mundo y de la vida. Como hombre de prensa, asumió el periodismo como un servicio social, no como un autoservicio.
A los diecisiete años conoció a Eva Gabrielson y fueron pareja por 32 años. No se casaron por seguridad. Sus investigaciones sobre los grupos neonazis le habían deparado no pocas amenazas y una manera de proteger a Eva era la inexistencia formal de todo lazo entre ambos. Estando casados, tenía la obligación, de acuerdo a las leyes suecas, de suministrar toda la información que se le pidiera. Desde la revista Expo, de la que se convierte en director en 1999, sus críticas a la extrema derecha hicieron de él un blanco de intenciones difamatorias. Tenía a los neonazis, a los grandes empresarios corruptos y a los racistas en la mira.
Todos estos factores, son el sustento de la trilogía Millennium. Los hombres que no amaban a las mujeres aborda el lado nazi y el abuso contra la mujer, aquí, se entiende, se conocen los protagonistas: la hacker Lisbeth Salander y el periodista y director de la revista Millennium, Mikael Blomkvist; en La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Larsson ingresa al pasado de Lisbeth Salander, quien a los doce años quemó a su padre por agredir a su madre, hecho que la puso bajo un programa estatal en donde debía estar controlada por un tutor; y en La reina en el palacio de las corrientes de aire, la mejor novela de la trilogía, es la puesta en orden: la reivindicación personal y social para Salander.
A medida que la editora Eva Gedin revisaba la primera novela, pensó en cómo la publicitaría. No es lo mismo promocionar un libro con el autor vivo que con uno fallecido, obvio. Pero cuando salió el primer tomo, obtuvo el mayor de los favores que puede conseguir una publicación: el boca a boca de los lectores. Las traducciones, que a la fecha sobrepasan los 50 idiomas, empezaron a ser solicitadas a Norstedts y a su agente Magdalena Hedlund. A saber, en 2010, en Dinamarca, un país con cinco millones de habitantes, se vendió dos millones de ejemplares. Las fichas estaban en su punto: una novela profunda y a la vez entretenida, un autor hecho leyenda, cuestionamientos a esa leyenda (sus enemigos, que no eran pocos, ventilaron la versión de que Larsson no había escrito esas tres novelas) y una batalla legal y mediática entre los herederos oficiales de Larsson (padre y hermano) con Eva, quien no tuvo beneficio alguno por los libros de su pareja.
Este auge se potenció con el estreno, en el 2009, de la adaptación cinematográfica de Los hombres que no amaban a las mujeres a cargo de Niels Arden Oplev. Esta versión sueca, que tuvo a Noomi Rapace y al desaparecido Mikael Nyqvist (sobrino de la legendaria fotógrafa peruana Charlote Burenius, para más señas) en los respectivos roles protagónicos, es infinitamente superior a la norteamericana del 2012, con dirección de David Fincher y actuaciones de Rooney Mara y Daniel Craig. La adaptación sueca cumplió con las dos novelas restantes.
Ese año también se oficializó la salida de la tercera novela, la cual había quedado muy avanzada y estaba guardada en la laptop de Eva Gabrielson. Hubo furor mundial. Los lectores en Europa se amanecían en las librerías para no quedarse sin ejemplar, situación comparable con los fenómenos de Harry Poter y El código Da Vinci. Sin embargo, por ser trilogía, no quiere decir que los libros de Millenium sean orgánicos. Los dos últimos tranquilamente podrían conformar un solo título (pasan las mil quinientas páginas) y ni bien se acaba el segundo libro, todas las piezas quedan listas para el tercero: el lector, se imaginan, con la miel en los labios. Y ya eran millones en el mundo obnubilados por las peripecias, con cable a tierra, del mujeriego Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander. (Claro, Millennium es, de alguna manera, una novela de amor no declarado).
Los herederos optaron por continuar Millennium contratando a otros autores y los resultados han estado lejos de lo logrado por Larsson. En este punto, ¿por qué engancha su literatura? Como señalamos líneas atrás. Larsson siempre quiso ser escritor y se preparó toda su vida para ese anhelo. Voraz lector, trabajólico sin tregua, luchador social, periodista frontal y ante todo un conocedor de su estirpe literaria. Larsson pertenece a la novelística del folletín del siglo XIX, el siglo de la novela. Es decir, un hijo literario de Alejandro Dumas, que como tal mezclaba temáticas populares con los de la denominada alta cultura. Por eso esas tres novelas siguen seduciendo a millones en el mundo. Los lectores, sin importar su acervo de lecturas, conectaban con una voz que no solo les relataba historias truculentas, esta voz también ofrecía una mirada poliédrica de las contradicciones de la dimensión humana. ¿Quiénes somos para juzgar la conducta de Salander habiendo sido ella víctima de un estado que se pinta de infalible?
Larsson fue el escritor de ficción que quiso ser gracias a la práctica del periodismo, que le dio una mirada más aterrizada de la realidad. Y si un legado habría que subrayar a setenta años de su nacimiento y veinte de su muerte, es que nunca dejó de luchar desde el lado correcto. Porque esa es la naturaleza del periodismo: estar en el lado correcto.
Un detalle une a Larsson con sus personajes: todos se alimentan muy mal. La comida saludable no estaba en la agenda alimenticia. Además, fumaba y bebía litros de Coca Cola. Es verdad que tras subir al quinto piso del edificio donde quedaba Expo, sufrió un infarto por estas incuestionables razones, pero es del mismo modo cierto que minutos antes se había topado con una manifestación nazi, que lo tenía entre ceja y ceja. Habría que reconstruir al detalle el último día de Stieg Larsson. Su historia personal todavía no está completa.