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Los poemas de Marilyn

Por FEDOSY SANTAELLA

Retazos de nosotros son las libretas. Allí en esa grieta hay algo que es y no es de nosotros en este mundo. En la libreta, somos y no somos, lo que nadie conoce o que no mostramos, o incluso aquello que desconocemos de nosotros mismos. También quienes anhelamos ser o quienes somos en algún otro universo. 

En Novena poesía vertical, Juarroz nos recuerda que el hombre es nada más que el ensayo, el boceto, lo inconcluso de una vida que está hecha como es y de la que no cabe esperar más:

Somos el borrador de un texto

que nunca será pasado en limpio.

 

Con palabras tachadas,

repetidas,

mal escritas

y hasta con faltas de ortografía.

 

Con palabras que esperan,

como todas las palabras esperan,

pero aquí abandonadas,

doblemente abandonadas

entre márgenes prolijos y yertos.

 

Bastaría, sin embargo, que este tosco borrador

fuera leído una sola vez en voz alta,

para que ya no esperásemos más

ningún texto definitivo.

 

Sí, las libretas, así como la vida, son por igual un lugar donde va a parar cualquier cosa, el baratillo de las ideas, lo tengo en cuenta; para eso son las libretas, para no tomárselas muy en serio, y no necesariamente deben estar cargadas de genialidades. Pero entre los despojos se entresaca —si hay talento, claro está—, la chispa, la puerta, la ventana, el espejo que deja cruzar de una tierra a otra.

He estado leyendo algunas anotaciones de las libretas de Norma Jeane Baker, o Marilyn Monroe; ya sabemos: los nombres son un misterio, y hay quienes terminan siendo un nombre con el que no nacieron y que realmente los forma, los define. 

Marilyn tuvo libretas, las llevaba consigo, y siempre escribía en ellas. Las tuvo incluso desde antes de ser Marilyn. No sólo escribía en aquellas libretas, sino también en las típicas hojas de papelería de los hoteles, esas que vienen con sello de logotipo y sobre de carta. Allí, en esas notas, la diva pensaba en los sentimientos y las palabras, en la nostalgia del amor, en la vida y sus embates, en la muerte y en las metáforas de los puentes, en sus miedos, en sus inseguridades, en la soledad. Intentó la poesía, la boceteó dolorosa, de imágenes leves, delicadas, irónica en ocasiones. 

Algunos de sus textos, a mi juicio, son notables. La Marilyn que quería ser, la que era tras los bastidores, la que estaba atrapada en ella misma se encuentra en estas informales, defectuosas pero también secretas, honestas y luminosas libretas. Entran acá, como he dicho, una que otra hoja con sello de hotel (sucedáneos urgentes de las libretas) y hojas sueltas arrancadas de algún cuaderno.

He traducido unos cuantos de esos poemas. Los he acomodado a mi antojo en relación con los originales, llenos de tachaduras y agregados encima o a los lados de los versos. Llevado por mi ánimo perfeccionista y también por apreciar la belleza de un poema «acabado», me he atrevido a los reacomodos. Al fin y al cabo, el traductor, que es a su vez un lector, también escribe. Y bueno, caigamos en el lugar común: el traductor traiciona, y lo hace, porque la traducción es también un acto de creación. 

Acá, sin más, dejo algunos de los poemas que Marilyn Monroe escribió en sus libretas.

*Traducción de los poemas: Fedosy Santaella.

 

Vida

soy de tus dos direcciones.

Colgada con frecuencia

boca abajo

pero fuerte como una telaraña 

al viento.

Existo realmente en la fría escarcha 

que reluce.

Mi collar de rayos tiene los colores 

que he visto en algunas pinturas.

Ah vida, ellos 

te han engañado.

 

Tu corazón es

lo único completamente feliz y digno

que alguna vez me perteneció.

 

Sólo una parte de nosotros 

logra tocar partes del otro.

La verdad de uno 

es sólo eso y nada más,

la verdad de uno.

Únicamente podemos compartir 

con los otros nuestra parte aceptable,

y es así como, con frecuencia,

uno se encuentra solo, 

tal como está destinado 

a ser por naturaleza.

Quizás, en el mejor de los casos,

esto podría llevar

a que nuestra necesidad 

de entendimiento 

busque la soledad del otro.

Piedras sobre el camino,

cada color está allí.

Te miro desde arriba

como un horizonte.

El espacio, el aire

entre nosotros, lanza señales,

y yo soy tantas historias 

sobre mis pies temerosos

mientras me aferro a ti.

Oh maldita sea, me gustaría estar

muerta —absolutamente inexistente—

ida lejos de aquí, de cualquier lugar,

pero ¿cómo podría?

Hay puentes en todas partes.

El puente de Brooklyn. 

Yo amo ese puente 

(todo es hermoso desde allí 

y el aire es tan limpio),

caminarlo parece tan pacífico,

incluso con todos esos carros

volviéndose locos allá abajo. 

Entonces tendría que pensar

en algún otro puente, 

feo y sin vista.

El problema

es que me gustan todos los puentes

hay algo en ellos y además 

nunca he visto un puente feo.

Mi sentimiento

no suele recargarse

de palabras (1).

 

Tristes, dulces árboles.

le desearía el reposo,

pero es su deber estar atentos (2).

 

¿Qué habrá sido eso que ahora,

tan sólo hace un instante

fue mío y ahora se ha ido?

Quizás lo recordaré

porque lo sentí

como un pensamiento

que comenzaba a ser mío (3).

Taaaaantas luces en la oscuridad,

haciendo esqueletos de los edificios,

y esa vida en las calles.

¿Qué fue aquello que pensé

acerca del ayer?

Parece tan lejano, hace tanto,

aquello sobre la luna.

Lo supe de niña y fue mejor,

porque ahora no podría entenderlo.

Sonidos impacientes de los taxistas, 

siempre conduciendo por calles ardorosas, 

polvorientas y heladas, 

para poder comer 

y tal vez ahorrar para unas vacaciones

en las que conducirán a sus esposas, 

a través de todo el país

nada más que para llevarlas con sus parientes.

Y entonces el río, la parte hecha de Pepsi cola,

y el parque, gracias, Dios, por los parques.

Sí, yo no ando buscando estas cosas,

yo busco a mi amante.

Fue bueno que me dijeran

qué era la luna cuando yo era niña (4).


1 Escrito en 1951. Libreta negra Record.

2 Escrito en 1955. Hoja con sello de hotel Waldorf-Astoria.

3 Ídem.

4 Ídem.

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