El progresismo ecuatoriano ante un momento único
La temprana conformación de alianzas con vista a las elecciones generales de febrero de 2025 en Ecuador parecía deparar una sorpresa luego de que cinco movimientos y partidos progresistas y de izquierda de ese país sostuvieran una convención desbrozada en varias jornadas de diálogo que duraron todo un mes, en busca de posiciones unitarias.
Un día antes de que venciera el plazo fijado por el Consejo Nacional Electoral para inscribir a los partidos que acudirían juntos a los comicios, se supo que esas organizaciones no lograron un acuerdo para ir de consuno y, por tanto, tampoco para postularse con una dupla única.
Puede que las alianzas a toda costa, como alertan dirigentes revolucionarios de aquella nación, no conduzca per se a los destinos aspirados. Pero el frente común ante la derecha es un camino necesario.
Pese a no llegar esa trascendental decisión, las agrupaciones reunidas —a saber, el consolidado movimiento Revolución Ciudadana, que agrupa al correísmo; Pachakutik, brazo político de la poderosísima Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), experimentada en la lucha callejera y que ha demostrado su fortaleza; así como el partido Centro Democrático, el Socialista y Movimiento Retro, suscribieron un documento que definió ocho estrategias angulares para la conformación de un plan de gobierno, que bien puede constituir punto de partida hacia otras posiciones unitarias.
De cara a las elecciones y la imprescindible necesidad de obtener la mayor cantidad de votos para desbancar a la derecha, esos postulados, desde el punto de vista estratégico, no representan mucho. Si esas agrupaciones, entre las que se cuentan dos con amplia ascendencia popular (RC y Pachakutik), vuelven a acudir divididas a las presidenciales, con candidatos independientes que «se robarán» entre ellos los votos de las masas antiderechistas, puede ser difícil vencer.
No obstante, hay mucho saldo a favor.
Por un lado, pudiera esperarse que este ejercicio de identificación de posiciones comunes, que demuestra la factibilidad de trazar caminos conjuntos, abone la posibilidad de esas posturas si, como ha resultado en los dos procesos electorales recientes, las urnas dictan, el próximo 9 de febrero, la necesidad de una segunda vuelta.
Recordemos que en 2021, el joven de Revolución Ciudadana, Andrés Arauz, perdió la oportunidad de devolver al correismo al Gobierno en segunda ronda frente al derechista Guillermo Lasso. En esa ocasión, el representante de Pachakutik, Yaku Pérez, quien había quedado fuera del balotaje, llamó a sus seguidores a un dudoso y lesivo voto en blanco que afectó las posibilidades de Arauz.
Más recientemente, en las elecciones adelantadas de 2023, la también candidata de RC, quien, como Arauz dos años antes, había ganado la mayor cantidad de votos en primera ronda, fue superada por el actual mandatario Daniel Noboa en la segunda vuelta, apenas por cuatro puntos de diferencia. Desde luego, medió el asesinato del aspirante Fernando Villavicencio, una muerte que sectores derechistas manipularon para adjudicar su autoría a RC y desviar el voto favorable a Luisa, según denunció esa agrupación.
Sin embargo, el resultado habría sido otro si los movimientos y partidos recientemente reunidos hubieran trazado estrategias conjuntas.
Un escenario similar en febrero tendría desenlace distinto si las fuerzas mencionadas, y los movimientos populares, siempre tan definitorios, ven con luz más clara la necesidad, al menos, de unir a sus bases en el voto a favor del candidato progresista que estuviera en el balotaje.
Por otra parte, la identificación de directrices de gobierno comunes debe asegurar una oposición constructiva de esos sectores, ahora comprometidos en una agenda común, después que alguno de ellos lograse obtener la presidencia.
La unidad no siempre resulta fácil, pero es imprescindible no solo para llegar al Gobierno, sino para sostenerse en él.