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Sippenhaft

La periodista Ana Carolina Guaita fue detenida el 20 de agosto

La represión del Tercer Reich se endureció tras el atentado que sufrió Hitler el 20 de julio de 1944. Fue Heinrich Himmler quien invocó las costumbres de las tribus teutonas y sugirió que se persiguiera penalmente a los familiares de presuntos criminales fugados. Lo llamó la “corrupción de sangre” y sirvió para justificar el concepto que bautizaron sippenhaft.

La estrategia ha sido replicada por otros regímenes totalitarios: en la Gran Purga de Stalin, en la Revolución Cultural en China y hasta el día de hoy funciona como forma de castigo a quienes se logran escapar de las murallas totalitarias de Kim Jong-un en Corea del Norte.

La Misión Internacional Independiente de determinación de los hechos sobre Venezuela de la ONU liderada por Michele Bachelet advirtió sobre el sippenhaft venezolano desde 2020. Hace un año Armando.Info ya había identificado 25 casos de familiares de militares disidentes o civiles considerados opositores que son perseguidos y torturados con esa técnica de castigo.

El pasado 20 de agosto, la periodista Ana Carolina Guaita de La Patilla fue arbitrariamente detenida por el temible Sebin (Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional). Ana Carolina es hija de Carlos Guaita y Xiomara Barreto, ambos dirigentes del partido Copei. Sus padres se exiliaron al anticipar la ola represiva que se ahondó en Venezuela desde las elecciones del 28 de julio.

Varias organizaciones independientes han señalado que durante la captura —y después cuando se pidió información— las autoridades indicaron que se llevaban a Ana Carolina para que volvieran sus padres.

El sippenhaft tropical persigue dos consecuencias principales: la zozobra de pensar que cualquier acción individual y personal generará consecuencias directas y violentas sobre familiares y la instalación del miedo y de las redes de informantes entre la ciudadanía.

Como esta técnica nazi, el gobierno de Nicolás Maduro ha importado todo tipo de estrategias para perseguir y aplastar a la sociedad civil. Esta semana, ante la Comisión Primera de la Cámara de Representantes, la profesora Catalina Botero Marino hizo un recuento de esos crímenes —muchos de lesa humanidad— que consolidan el silencio y el terror en Venezuela.

Solo una defensora de derechos humanos de décadas cuenta con el valor y la autoridad suficientes para recordarles a sus colegas colombianos que la justificación de este desastre es inaceptable. Botero habló a ese sector que está decidido a mirar para otro lado cuando se trata de Venezuela. A esos que piden coherencia y que se denuncien con firmeza los crímenes de lesa humanidad cometidos por Benjamín Netanyahu les da igual lo que pasa al cruzar la frontera por Cúcuta; los que denunciaron la dictadura argentina y la chilena y los falsos positivos, ahora consideran aceptable que desde Caracas se ejecuten estrategias copiadas del nazismo.

Y si no les parece aceptable, ¿dónde están sus voces? ¿Sus experticias para contribuir al trabajo de organizaciones venezolanas que ahora huyen por su vida? Se escuchan a elevadísimos profesores que insisten en la publicación de las actas, que creen que es el momento para criticar a la oposición de González y Machado, como si ante nuestros ojos no se escenificara la destrucción de la democracia, de las libertades individuales y de los derechos humanos.

Después de una intermediación fallida y exceso de confianza en su diplomacia, señala el presidente Gustavo Petro que Iván Duque fue tres veces más “dictador” que Maduro. Claro que el gobierno de Duque violó los derechos humanos de los jóvenes que protestaron en el paro nacional, pero ¿se ha puesto a revisar Petro lo que está haciendo Maduro con la juventud venezolana en este momento? Ojalá al presidente le quedara un ratico para atender la intervención de Catalina Botero en el Congreso.

Ya pasó el momento de las conversaciones amables, de las visitas de viejos compadres, de la condescendencia. La presión internacional es tal vez lo único que queda. Los llamados desde Colombia no concretarán la transición democrática, pero, como lo recordó Botero: “nosotros somos todo lo que tienen las personas en Venezuela, no nos podemos quedar callados”.

Pasan las semanas, la atención internacional se dispersa y así el régimen garantiza la impunidad para desaparecer, torturar y matar a sus ciudadanos. El sippenhaft de Himmler depende de la vigorosidad de los vínculos humanos, en especial los familiares; cuenta con que hasta el kamikaze más avezado se detiene a pensar en su gente antes de cometer una locura. Como los padres de Ana Cristina Guaita ahora desesperados por su liberación desde la distancia. Maduro aprieta su bota sobre el cuello de nuestros hermanos venezolanos, y acá quienes pueden alzar su voz insisten en abandonarlos.

Artículo publicado en Los Danieles / Cambio Colombia

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