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Pablo de la Peña: El reto de hacer historia

Es difícil iniciar el mes de septiembre de este año y no pensar que puede ser la antesala de una nueva administración federal que sin duda hará historia. Incluso antes de cualquier calificación sobre el desempeño del próximo sexenio, esta administración federal ya es histórica por el simple hecho de que tendremos por primera vez una presidenta.

Sin duda, por sí mismo este hecho es de gran importancia, pero creo que Claudia Sheinbaum difícilmente se conformará con ser recordada solamente como la primera presidenta de México; entonces la pregunta relevante es ¿cómo querrá Claudia Sheinbaum ser recordada en los libros de historia de nuestro país?

Así como a Vicente Fox, que se le recuerda como el primer presidente de oposición en México y quien sacó al PRI de Los Pinos; yo me atrevo a decir que en veinte años más a López Obrador se le recordará, como un presidente con un alto nivel de aprobación constante en todo su sexenio, como un presidente que supo “hablarle al pueblo” y que alineó los intereses de la oposición contra las elites tradicionales del poder en el país, y que supo tejer con parsimonia maquiavélica la destrucción de las instituciones, que previamente ya había “mandado al diablo” pero que muchos creemos son el fundamento de nuestra incipiente y frágil democracia.

Sin duda será un presidente que será recordado como uno que contribuyó con mejorar el nivel de ingreso corriente de las familias pobres, a cambio del clientelismo político, pero que no tuvo efectos en la reducción de la pobreza estructural del país.

Creo que también será recordado como un presidente que no supo cómo hacer frente al crimen organizado y que dejó que la inseguridad se convirtiera en el principal lastre y quejido social; un presidente que polarizó a la sociedad entre fieles seguidores y neoliberales (lo fueran o no); un presidente que en teoría desmanteló la maquinaria tradicional de la corrupción gubernamental y política, solo para sustituirla por una nueva maquinaria bien aceitada y sumergida en corrupción, y además resentida por un pasado que la limitó y marginó y que ahora se alimenta a bocanadas.

También creo que será recordado como un presidente que siguió la tradición del viejo priísmo de la década de los años sesenta y setentas que, por un lado, construyeron elefantes blancos para mantener la fantasía de un desarrollo soberano; y que por otro lado, abiertamente apoyaron a gobiernos antidemocráticos con tintes comunistas y represivos.

En este contexto es en donde inicia nuestra nueva presidenta su sexenio.

Para desventaja de nuestra presidenta, su sexenio iniciará con una herencia que le deja su antecesor. Una herencia no deseada, creo yo. Claudia Sheinbaum podrá estar de acuerdo o no con una reforma al poder judicial y con la reforma del resto de las instituciones en el país, pero creo que no debe de ser mucho de su agrado iniciar su sexenio en medio de un conflicto político-legislativo que tiene el potencial poder de debilitar la gobernabilidad de su gestión, por lo menos, en el primer año de su gobierno.

En vez de que el primer año de su sexenio haya sido diseñado estratégicamente por ella y por su equipo cercano, para aprovechar el bono de legitimidad que se le dio en las urnas el pasado mes de junio y, fincar las bases de lo que pudiera ser su legado como la primera presidenta de México, está entrando a una presidencia rencorosamente diseñada por su antecesor, con el propósito de construir un aparato presidencial hegemónico que reproduzca al estilo del PRI de aquellos años entrañables de los años sesenta y setenta, su omnipotencia.

Creo que todos reconocemos que nuestras instituciones están lejos de ser perfectas y que es necesario mantener un sistema de mejora continua para seguirlas fortaleciendo. Ninguna es libre de corrupción o de ineficiencias, pero también creo que muchos coincidimos en que el modelo de reformas enviado por el presidente saliente responde más a una revancha política más que a un propósito honesto de mejorar y fortalecer nuestras instituciones.

El reto que tendrá Claudia Sheinbaum en unas cuantas semanas en que tome posesión como la primera presidenta de México, será decidir si desea pasar a la historia como la figura presidencial que intentó continuar con la supuesta cuarta transformación con todas sus fallas que ya mencioné, o desea pasar a la historia como la nueva imagen de mujer de estado que fortaleció – sin destruir – lo pilares de nuestra democracia y que inició un proceso de reconstrucción del tejido social con seguridad y estabilidad económica.

El reto es que, para que suceda esto último, en algún momento tendrá que romper con su antecesor, irónicamente tal y como se hacía en el PRI.

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