El interés chino en la Venezuela de hoy
Rusia, China e Irán son, entre los países de mayor talla, aquellos que han dado un mayor soporte al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Pero a cualquier analista internacional le salta a la vista lo equivocado que resulta meterlos a los tres en un mismo saco, tanto por sus motivaciones políticas como estratégicas con relación al país suramericano.
Es verdad que esta tríada se ha manifestado reconociendo a Nicolás Maduro como presidente electo de Venezuela en los recientes comicios. Su modelo totalitario y autocrático se da la mano con el estilo de la administración de Maduro. El interés de Irán lo explica su determinación para usar al país como puerta de entrada para actividades hostiles y terrorismo en la región. En el caso ruso, su solidaridad es de naturaleza puramente simbólica desde que el régimen no cuenta con medios importar armas de ese origen.
La relación de China con Venezuela se diferencia notablemente en tiempo, calidad e intensidad de la de los otros dos. La naturaleza histórica de su presencia encaja de lleno con el deseo de Pekín de disputar la hegemonía norteamericana y han conseguido, a lo largo del tiempo emprender iniciativas -muchas fallidas- que dan cuenta de una determinación seria de consolidar vínculos allí y generar una relación de dependencia útil a sus fines.
La dinámica china en Venezuela en materia de comercio, de inversiones y de empréstitos no se compara en absoluto con la interacción bilateral que han sostenido Rusia ni Irán en las dos décadas pasadas. Docenas de acuerdos de cooperación de distinta naturaleza se han rubricado bilateralmente a lo largo de ese tiempo, pero lo verdaderamente diciente es que Pekín, desde muy temprano, vio en la Venezuela de Hugo Chávez la posibilidad de insertarse con grandes proyectos en un país petrolero, dinámico y con importante gravitación en la dinámica latinoamericana. Para el año 2017 mas de 50.000 millones de dólares habían ya sido destinados al país suramericano a través un acuerdo de sociedad estratégica.
Pero la dinámica china en Venezuela, sin embargo, no fue la esperada y, una a una, las iniciativas derivaron en fracasos estrepitosos o los proyectos se contaminaron con hechos de corrupción que los paralizaron. Aun así, a la hora actual y luego de un distanciamiento elocuente en lo económico, China mantiene un legítimo interés en el país, pero éste es bastante más utilitario que político, toda vez que aún la deuda venezolana por cobrar supera los 15.000 millones de dólares y su capacidad de repago en petróleo está y seguirá estando significativamente mermada. También, a esta hora y a pesar del descalabro económico venezolano, el comercio bilateral muestra a favor de China cifras de exportaciones superiores a los 3.000 millones de dólares anuales, un volumen que también conviene cuidar.
Hoy por hoy, las razones de China para apoyar el régimen madurista son puramente económicas y las domina el imperativo del cobro de sus acreencias. La presencia estratégica en Venezuela, la que otrora era una razón de peso para hacerse sentir como inversionista de significación en el subcontinente y comenzar a disputarle el liderazgo regional a Estados Unidos, ya no tiene validez después de haberse abierto paso eficientemente con su Ruta de la Seda en 21 de los países de la zona.
Lo cierto es que China tiene en Venezuela mucho más que ganar con el viraje hacia un esquema liberal y democrático. Por ello, sus solidaridades políticas del momento pudieran comenzar a cambiar. A ello hay que estar atentos.
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