¿Y después de López Obrador?
Hace algunos meses, escribí en estas páginas que el lopezobradorismo tenía fecha de caducidad. No veía cómo un movimiento centrado en la figura de un caudillo pudiera perdurar a largo plazo. A diferencia del peronismo, que está arraigado en el sindicalismo y sigue siendo fundamental en la política argentina, argumentaba que el lopezobradorismo carecía de los anclajes necesarios para mantener su coherencia y permanencia sin López Obrador al frente.
La aprobación de las reformas constitucionales que dan forma al llamado Plan C genera la impresión de que, como prometió el presidente, los cambios que ha impulsado se volverán irreversibles. Sin embargo, eso no es suficiente para mantener activa y unida a una coalición tan diversa y conflictiva como la que logró formar y liderar el presidente. Morena no está diseñada para mediar diferencias ni para acomodar intereses de manera institucional. Desde sus inicios, esa complejísima tarea ha recaído en López Obrador.
Hace unos días, Vanessa Romero (Reforma, 31 de agosto) citaba a Rulfo y decía que no hay recuerdo, por más intenso que sea, que no termine por desvanecerse. Por ello, argumentaba que posponer las disputas sobre las reformas del Plan C era lo que Claudia Sheinbaum debía hacer para mantener al movimiento movilizado y unido en torno a un enemigo común. Solo siguiendo ese plan, concluía la articulista, podría “sobrevivir el obradorismo sin su figura totémica”.
No dudo que administrar las batallas pueda brindar a la presidenta un considerable rédito político. Sin embargo, no creo que eso garantice la supervivencia del “obradorismo”. No debemos olvidar la gran diversidad de personajes que conviven tensamente dentro de Morena, desde aquellos que provienen de la izquierda dura hasta los tránsfugas del priismo que, no hace mucho, apoyaban la agenda neoliberal. Son tribus e intereses muy diversos, que están unidos, entre otras cosas, por el poder. Y hasta ahora, ese poder ha estado concentrado en un solo hombre: López Obrador. Sin él en la presidencia, mantener la cohesión de Morena será extraordinariamente difícil, incluso si se gestionan las batallas y se crean enemigos comunes, ya que, en realidad, muchos de los peores enemigos de los morenistas son otros morenistas.
Esta semana, Janan Ganesh escribió en el Financial Times un artículo sobre el trumpismo que me parece muy ilustrativo para el caso de México. Su argumento central es que la idea de que el trumpismo sobrevivirá a Trump no está bien fundamentada, pues el expresidente tiene tres “superpoderes” que son únicos y difíciles de replicar.
Primero, destaca el “star quality” de Trump, un carisma único que surge solo de vez en cuando en política. Sin su carisma, la agenda de derecha parecería demasiado radical para la mayoría de los electores. Segundo, señala que, para los seguidores leales de Trump, abandonarlo implicaría una derrota personal; sus lazos emocionales con él no son fácilmente transferibles a otro líder. Por último, uno de los “superpoderes” de Trump es, paradójicamente, su percibida incompetencia en el gobierno. Un político con su carisma y mayor eficacia podría resultar demasiado amenazante. Además, según Ganesh, el fenómeno Trump no es realmente ideológico, lo que dificulta su transferencia a otro líder.
Con algunas variaciones, la lógica de esta argumentación es perfectamente aplicable al caso de México. El carisma y la capacidad de López Obrador para conectar con la gente no son replicables. No ha habido un liderazgo social así desde que tengo memoria. Tampoco ha surgido otro que concentre tanto poder fuera de un cargo público. Sheinbaum tiene otros atributos, pero no destaca por su carisma ni por su capacidad de movilización social. Sus fortalezas son más técnicas y gerenciales, lo que sugiere que podría ser más eficaz en la administración del gobierno, pero no más popular en el ámbito político. Y, ciertamente, no veo a nadie en Morena que pueda disputarle el liderazgo a la presidenta.
Cuando Sheinbaum asuma la presidencia, su popularidad dependerá de los resultados de su gestión. A diferencia de López Obrador, quien logró mantener su alta aprobación personal separada de las evaluaciones de su gobierno, no veo que esto ocurra con Sheinbaum. Su reto es enorme: es posible que gestionar las reformas, prolongar el conflicto y enfrentarse a un “enemigo común” le pueda servir para mantener unida a su colación. Sin embargo, para impulsar el crecimiento deberá mostrar prudencia y ser capaz de escuchar y comprender a quienes no están alineados con ella. Las dos exigencias no son fácilmente compatibles.
Lo que representa López Obrador no es replicable. Ni en términos de popularidad, ni de liderazgo político, ni de capacidad para conducir a su coalición gobernante. Por todo ello, sigo pensando que, a pesar del avance del Plan C, el lopezobradorismo tiene fecha de caducidad.