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¿Cómo hay que vivir? La respuesta está en los clásicos (y en Los Simpson)

La educación, la libertad o la verdad ya fueron estudiadas en la Grecia clásica por los grandes pensadores y entonces como ahora son elementos que nos modelan individualmente pero también como sociedad

El anterior 'Rincón de pensar' - Gaza o el espejo digital en el que no queremos mirarnos

Todas las preguntas y algunas respuestas se formularon ya en la Grecia clásica o en Los Simpson, en los escritos platónicos o en los diálogos de la mítica serie. Con permiso de Homer y su familia recurriremos a la cuna de la filosofía occidental para plantear una duda que Sócrates le expone a Calicles en el Gorgias, un escrito platónico en el que discuten sobre la justicia, el poder y otros elementos que rigen en la sociedad. La pregunta en cuestión es: ¿Cómo hay que vivir?

Sócrates, cuyo método estaba basado en el diálogo, argumenta que el hecho de que una persona sea poderosa no la convierte en superior y que en el caso de los gobernantes la obligación del político es trabajar para una mejor sociedad y evitar una retórica que solo busque darle siempre la razón al pueblo. Entiéndase este resumen como un punto de partida para llegar a hoy cuando los prejuicios están configurando (a peor) muchas identidades individuales y colectivas.

Emilio Lledó analizó en Identidad y amistad (Taurus, 2022) conceptos que hemos heredado de esa Grecia clásica y que siguen igual de vigentes, desde la libertad a la educación o la verdad.  

Aprender a entender

La escuela era y estaría bien que fuese un lugar de encuentro en el que aprender a entender, sentir y comunicar. No es algo tan distinto del ámbito familiar. “Es interesante observar que una de las primeras veces que, como educación (paideía), aparece este término en la literatura griega va unido al, tal vez, más importante concepto de ‘amor’ hacia aquello en que nos educamos y por los contenidos que emprenden esa educación”, recuerda Lledó. 

Los elementos básicos de la educación, según la visión platónica, son los contenidos y el interés por lo que se aprende. Para ello es fundamental el lenguaje que se utiliza. Las palabras, esa arma de los humanos para aproximarnos unos a otros, en definición de Montaigne, ayudan a moldearnos como personas y, por lo tanto, también como comunidad. 

El filósofo y premio Princesa de Asturias de Humanidades lo resume así: “Dependemos de lo aprendido, de lo sabido, para configurar nuestra manera de estar en el mundo. Porque no estamos en el mundo, sino que somos en el mundo”. Lo que acabamos siendo es, en base a este principio, lo que nos han enseñado a ser. Se trata de la “pedagogía de la vida”, que no solo es la escuela pero que no se entiende sin la escuela.

Libertad de pensamiento

Si una película ha reflejado con acierto la vinculación entre educación y libertad probablemente sea El club de los poetas muertos. “Cuando lean, no consideren sólo lo que el autor piensa, consideren lo que ustedes piensan”, les enseña el maestro Keating a sus alumnos. No es muy diferente del principio aristotélico que argumenta que todos los seres humanos estamos hechos para mirar y saber. 

Lo que sepamos condicionará, al menos en parte, nuestra manera de vivir así como la percepción que tengamos de la sociedad y ser más o menos inconformistas dependerá de la libertad mental con la que hayamos aprendido a pensar. Ese es el hilo que va desde los discípulos de Sócrates a los estudiantes de la estricta escuela de la película que protagonizó Robin Williams. 

Palabras contra el fanatismo

En su ensayo, al que dedicó una década, Lladó alerta del riesgo de que lo que denomina el estancamiento mental acabe provocando fanatismo. “La fanatización de las opiniones, asumidas por los reflejos condicionados por la educación o por las informaciones que los medios envían, contradice aquella certera intuición de Aristóteles que sometía la problemática felicidad y el sentido de vivir al dinamismo y la energía, a la actividad: ‘La vida consiste, principalmente, en sentir y pensar' ”, concluye.

Las palabras, en formato tuit o en titulares tergiversadores, son el mejor instrumento para propagar el odio pero también deberían serlo para combatirlo, la manera de batallar contra los prejuicios y los estereotipos. En este punto llegamos, una vez más, a uno de los conceptos de moda aunque sea una palabra que ha dado y para mucho desde hace siglos en la filosofía: la verdad.

La verdad como consuelo

“La verdad es aquella clase de error sin la que una determinada especie de seres vivos no podría vivir”, simplificó Nietzsche. Seguro que les vienen nombres a la cabeza para darle la razón a don Friedrich. 

La verdad empezó en los clásicos más como un método que un concepto y a partir de esa idea, Lladó, que recurre a Grecia pero también a la anterior cita de Nietzsche, añade que el camino hacia adelante, en el ideal de un mundo racional, tiene que soportar “ese error y también ese horror” que amenaza con convertir la verdad en un consuelo para curar no sabemos bien qué enfermedades de la mala conciencia. 

Sea como consuelo o como mejor protección contra los envites a la democracia, en todo caso no queda otra que luchar contra las mentiras y “la corrupción mental” a través de la verdad y el pensamiento libre. Por intentarlo que no quede.

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