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¡Delincuentes de todo este país, uníos!, por Jaime Chincha

‘Los rápidos de Sarita Colonia’ es el nombre de una pandilla de hampones que asalta camiones llenos de mercadería y bienes, que se movilizan desde el puerto del Callao. Son esos conocidos choros que se trepan sobre la tolva y lo saquean todo; como si fuesen pirañas humanas que se arman hasta los dientes para llevarse toda la mercancía, así cueste la vida de quienes la trasladan. La fiscal Magnolia Huertas y los agentes de la hoy empequeñecida Diviac empezaron a seguir los pasos de estos escurridizos chalacos del mal. Llegó el último viernes y todo estaba listo para cazar a delincuentes avezados que, quienes hemos transitado por los alrededores del puerto, sabemos que hacen de las suyas sin que nadie pueda detenerlos. Se monta el operativo. Huertas consigue la anuencia del Poder Judicial para el allanamiento de cinco predios ubicados estratégicamente cerca de la zona de las casi diarias fechorías. Varios días para ubicar y seguir el rastro de al menos tres de estos bandidos. Se logra hacer la diligencia en la madrugada, pero dos de los malandros recordaron, jubilosa y providencialmente, la Ley 32108. Aquella norma promulgada hace no mucho por este Congreso y que el Gobierno de la señora Dina Boluarte no se atrevió a observar. Ambos malhechores exigieron la presencia de sus abogados, porque sino todo lo robado no podría ser incautado. La fiscal entonces se frenó. El Ministerio de Justicia, jefaturado por el señor Eduardo Arana –oficioso y galante asesor de la presidenta ron ron– debía otorgarles defensores de oficio. El crimen organizado ya está notificado que buena parte de la representación parlamentaria juega a su favor, con la ya sabida abdicación de un Gobierno cuya fuerza suma la de dos peces de hielo en un whisky on the rocks.

Se pasan así los días y vamos normalizando a la criminalidad con el fajín en una mano y la curul en la otra. Algunas horas después de la intervención frustrada por culpa del Congreso que no nos merecemos, el capitán Junior Izquierdo Yarlequé comparece ante ese mismo cadalso parlamentario. Culebra lo cuenta todo. Que grabó al amigo porque lo terminó traicionando. Y es que para subir, todo vale. Una frase que no solo define al señor Juan José Santiváñez, sino a todo este Gobierno inmundo. La rendición del Estado peruano ante los que antes se les decía estar al margen de la ley –los delincuentes, por propia definición– nos coloca hoy ante la más absoluta indefensión. Son los forajidos quienes hoy tienen todo el power. La voz esa del audio que gime y susurra, tal como la voz de Santiváñez, le confiesa a Culebra que el Gobierno de la señora Boluarte protege a Vladimir Cerrón. El prófugo se escapó de la captura en el cofre de Dina. Hay delincuentes que ahora llaman a los abogados de oficio para que los defiendan, y hay otros delincuentes privilegiados que usan los vehículos presidenciales –que pagamos los estúpidos que tributamos a este Estado comandado por doña Cañona– para que salven el pellejo. Se ha consumado una burda impunidad de una pandilla de cuello, corbata y sastre amarillo patito. Dina protege a Cerrón ron ron. ¿O es que le sabrá ciertas dinámicas pillerías de su pasado dizque izquierdista? ¿Qué hemos hecho para merecernos a congresistas que preguntan sobre la cuenta del wantán y el arroz chaufa, en lugar de hurgar sobre la trama que se grabó en el ya famoso Chifa Wang Xiang Yuan de San Borja? La pregunta pendenciera la hizo el legislador fujimorista Héctor Ventura. El mismo que se envalentonaba, hinchando el pecho contra Castillo, pero que hoy –sinuoso y escurridizo– sigue el guion del aliado cómplice de esta infame gobernanza.

Estamos al mando de los hermanos Boluarte, de la señora Keiko Fujimori, del gobernador norteño César Acuña y de su subordinado político presidiendo el Congreso, Eduardo Salhuana. Los Boluarte, ya lo sabemos, enfrentan gruesas investigaciones fiscales. Nicanor es el amo y señor de los pobres prefectos. Fueron captados, por él y sus secuaces, para recoger firmas de cuanto desavisado encontraron para la conformación del partido con marca de pintura que se inventaron. Es así que el CPP del hermanísimo consiguió respaldo, a costa de funcionarios pagados con nuestra plata. Y ya sabemos que la primera presidenta mujer que exhibe el Perú se envolvió de lujos inesperados para ella y de mandados para deshacer instituciones por puro capricho y beneficio. La señora Fujimori, por su parte –además de ordenarle a Ventura que defienda al embarrado Santiváñez–, promueve leyes como las que favorecen a un Sistema Privado de Pensiones que ofrece centavos de pensión a sus afiliados. El fujimorismo legisla para enriquecer al grande y no para la dignidad del chico. Y el pueril acuñismo no toca a la monstruosa minería ilegal. Acuña no hace nada con esa zona liberada llamada Pataz y Salhuana defiende a esa delincuencia que ha drenado Madre de Dios.

Pero Culebra no solo fue acogotado por el señor Ventura. El castillista Alex Paredes ensayó una pregunta, citando a Carreño, que más pareció el discurso de un fujimorista en modo viuda en aquellos tiempos de los vladivideos. Paredes encaró a Culebra de cómo poder grabar sin permiso. La misma cháchara de cuando el país entero vio a Kouri recibiendo esos innobles quince mil dólares en el SIN. ¡Qué se cree usted para estar grabando! Más de veinte años nos pasaron por encima y la misma porquería nos sigue arrastrando a este abismo sin fin.

Pero no somos tan tontos de lo que a veces nos creemos. O de los que tienen la curul y el fajín nos creen. Sullana despidió con gritos y piedrazos a la señora que aún gobierna. Nadie dice que eso está bien. Pero ¿está bien aceptar todo este huayco de leyes, de bombazos institucionales, de burla diaria y de criminalidad avalada por el régimen que dice mandarnos? No está bien que a Rafael López Aliaga le lancen orines en el cuerpo mientras visita Juliaca; ¿pero está bien que este señor platudo insulte a medio mundo, se jacte de su efímero poder y diga y haga estupideces mientras dice conducir la capital? Algo anda muy mal en el Perú de hoy. Ni los unos ni los otros. Ni los rápidos de Sarita Colonia, ni los rápidos de la plaza Bolívar y la plaza Mayor. Algo se está yendo directamente a la mierda en el Perú de hoy. Solo piénselo detenidamente, amable lector. Y quienes usan fajín y curul –y que han llegado a leer este párrafo final– después no se quejen cuando terminen tras las rejas por toda esta boñiga que nos siguen tirando.

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