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El Papa visita una misión en la selva de Papúa Nueva Guinea

Abc.es 
El Papa se ha adentrado unos kilómetros este domingo en la selva de Papúa Nueva Guinea para visitar la misión que cinco sacerdotes argentinos tienen cerca de Vánimo, a orillas del Pacífico, en el norte de este país, y conocer a las miles de personas que ellos atienden. Francisco, de 87 años, ha realizado un vuelo de más de dos horas desde la capital para estar cuatro en este lugar sin agua corriente ni electricidad . Aprovechando la visita les ha llevado un cargamento de medicinas, biblias, evangelios, juguetes e instrumentos musicales, que han viajado con él desde Roma. Francisco conoció por casualidad la existencia de este lugar remoto. «En 2019 viajamos a Roma con algunas personas de la misión, y le enviamos una carta para saludarle. Un día más tarde nos llamó y nos dijo que quería vernos. Desde entonces hemos mantenido el contacto, y cuando decidió viajar a Papúa Nueva Guinea pensó en devolvernos la visita», explica a ABC el misionero Martín Prado, de 35 años, que esta tarde ha sido la sombra del Papa durante su visita. Para llegar hasta aquí ha tomado un avión militar C130 del ejército australiano, que había acondicionado sólo seis asientos de pasajeros para el Pontífice y sus colaboradores más estrechos. El resto de sus acompañantes han viajado sentados en los mismos bancos que usan los soldados, fabricados con cintas elásticas rojas dispuestas a lo largo del avión. El obispo de Roma ha recorrido en coche los trece kilómetros que separan el aeropuerto de la misión de Baro, inmersa dentro de la selva, rodeada de cientos de plantas exuberantes de todos los tonos de verde. A lo largo de la carretera miles de personas, tanto hombres como mujeres con niños, se han agolpado para ver pasar al Papa y celebrarlo. Era conmovedor que en algunos tramos se arrodillaban como gesto de respeto. Martín Prado, de la congregación del Verbo Encarnado, dijo a ABC que son personas muy sencillas, y que la mayoría viven una economía de subsistencia , pues son campesinos, artesanos o pescadores. Son personas sufridas que habitan en una zona de clima extremo, con altas temperaturas, gran humedad y frecuentes lluvias torrenciales. Miles de ellos le recibieron en la misión entre conmovidos y sorprendidos. Muchos vestidos con trajes tribales, tocando tambores y agitando conchas de mar, le abrían pasillo para darle la bienvenida. De fondo se escuchaban las olas del Océano Pacífico que rompían en barrera coralina. El Papa ha visto los edificios de una escuela y de un refugio para niñas víctimas de la violencia y de los abusos. También se ha detenido a escuchar la «Orchestra Queen of Paradise», la única que existe en el país según su director, Jesús Briceño. «Empezamos hace cinco años y mira todo lo que hemos conseguido», explica orgulloso a ABC después de haber interpretado una pieza de Strauss para el Papa. «Hemos conseguido que todos los músicos, chicos y chicas, vayan al colegio, y eso no es normal por aquí», asegura señalando a sus 120 integrantes. Uno de los misioneros explicó que la idea nace para mostrar a los pequeños que hay alternativas a la violencia que se respira en sus entornos familiares y sociales. «Bravísimos», les ha aplaudido el Papa después de escucharlos. Luego, les ha pedido un bis y le han improvisado el Himno de la Alegría, de Beethoven. Además, el Papa se ha sentado en la sala de estar de la pequeña casa que comparten los cinco misioneros, y ha conversado tranquilamente con ellos, con un mate y torta frita . Se le notaba feliz y entusiasmado de lo que estaba viendo. Luego ha conocido a las monjas, de la misma congregación, que también trabajan en esta misión. «Ha sido una conversación muy sencilla, familiar, hablando de la misión y de nosotros, aunque son cuestiones que él conoce», ha explicado el padre Miguel de la Calle a ABC. Antes de dirigirse a la misión, nada más aterrizar, el Papa había encontrado a unas 20.000 personas de la zona, en una explanada junto al aeropuerto. Los misioneros aseguraban que muchas de ellas han viajado desde muy lejos para estar aquí, y que llevaban horas esperando para verle de cerca. Unos mil venían de la frontera con Indonesia, que está a horas de distancia. Han contado a Francisco algunas de las dificultades que atraviesan . María Joseph, de 12 años, le ha contado que nació con una malformación en las piernas y que fue abandonada, pero que las monjas de la misión se ocuparon de ella y que ha podido operarse y caminar sin problemas; Steven, un anciano catequista, le habló de las enormes distancias que recorren para preparar la llegada de sacerdotes; y David y Maria contaron cómo tomaron la decisión de casarse. El obispo de este lugar, Francis Meli, habló también de «violencia de género, desigualdad, violencia ligada a la brujería, cambio climático, explotación laboral y problemas de orden público». El Papa les respondió que el trabajo de estos misioneros vale la pena porque ese mensaje es «capaz de acabar con las rivalidades, de vencer las divisiones ―personales, familiares y tribales―, de expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas ―males que aprisionan y hacen infelices a tantos hermanos y hermanas, también aquí». En ese lugar ha dejado como recuerdo de su paso un ramo de rosas de oro para una imagen de la Virgen de Luján, el mismo regalo que ha llevado a los grandes santuarios por los que ha pasado. Muchos de los que el Papa ha visto este domingo, quizá la mayoría de ellos, no han entendido una palabra de lo que ha dicho. No parecía importarles. El mensaje era la presencia de Francisco en su tierra. Aunque Roma está lejos de aquí, ellos no están lejos del corazón del Papa .

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