El nuevo ‘El alcalde de Zalamea’ de los Teatros del Canal naufraga a pesar de un potente reparto
El veterano director José Luis Alonso de Santos abre la nueva etapa del espacio madrileño con este montaje de Calderón de la Barca
El Teatro del Barrio, un Premio Nacional de Teatro 2024 “nacido del espíritu del 15M”
Los Teatros del Canal vivieron este jueves el nacimiento de su nueva era. La botadura del buque ideado por el consejero de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid Mariano de Paco. Después de 10 meses tras la presentación de su nuevo modelo, llegó el momento en el que se acaban las palabras y la lucha por el discurso, y comienza la hora de la verdad, que no es otra que la de la escena. Se levantó el telón y lo hizo con El alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca, dirigido por José Luis Alonso de Santos. Y el estreno no defraudó. El bucle melancólico que supone la propuesta es de tal magnitud que el rumbo de estos teatros ha quedado dibujado de manera diáfana.
El alcalde de Zalamea es, junto a La vida es sueño, la obra más representada del autor del siglo XVII. Un drama de honor que comenzó llamándose El garrote más bien dado y que cuenta con una de las mejores versificaciones del Siglo de Oro, y con uno de sus grandes personajes, el villano Pedro Crespo.
La historia es conocida: las tropas camino a la guerra de Portugal se apostan en la localidad extremeña de Zalamea. El capitán de las tropas, Don Álvaro (Javier Lara), viola a la hija del campesino Pedro Crespo (Arturo Querejeta) quien, recién nombrado alcalde de la localidad, ofrece al capitán poder casarse con ella. El capitán rechaza la oferta y exige que le entregue al ejército donde tendrá su consejo de guerra correspondiente, que él no tiene jurisdicción alguna. Crespo se niega, lo juzga y lo ajusticia con garrote. Finalmente, llegará el rey Felipe II y viendo que “aquesto ya es hecho”, juzga que “no importa errar lo menos quien acertó lo de más” y nombra a Crespo alcalde a perpetuidad.
La obra cuenta con varios diálogos entre Crespo y Don Lope de Figueroa (Daniel Albadalejo), héroe militar de los tercios, que son de los mejores escritos de la literatura teatral española. Tiene además un héroe trágico como Crespo, lleno del sentido común del español llano, y un drama bien estructurado en tres jornadas que posibilita la acción y el ritmo.
En la rueda de prensa, José Luis Alonso de Santos decía sobre la obra: “Siempre es actualidad, no es posible que la dignidad ya no está de moda”, refiriéndose a la temática de la pieza y al debate perpetuo sobre qué sentido tienen los clásicos en el presente.
El alcalde de Zalamea es un drama de honor y de dignidad, como apunta el autor vallisoletano. Quizá es una de las obras del Siglo de Oro que trata el honor de manera más contemporánea. El espectador de hoy puede identificarse plenamente, a pesar de sus contradicciones, con el personaje de Crespo. El conflicto de la obra es la injusticia y la lucha del pueblo llano ante el poder desmedido y mal ejercido. Un conflicto que hoy sigue funcionando, como lo ha hecho durante 300 años. Pero el problema de este montaje no es ese, sino otro.
Sin perdón
El Siglo de Oro español es, en una analogía un tanto libre, nuestro verdadero wéstern. En 1992, Clint Eastwood estrenó Sin perdón, una película que además tiene sus concomitancias argumentales con la obra de Calderón. La película supuso un renacimiento del género. Las temáticas de los géneros artísticos son siempre los mismos: amor, dignidad, injusticia, libertad. Pocos más. Sin perdón es hoy una de las catedrales del wéstern no por la historia que cuenta, sino por cómo esta filmada, por el lenguaje cinematográfico. En este montaje de Alonso de Santos, sin embargo, el lenguaje escénico es, no ya de otra época, sino simplemente más plano que toda la meseta ibérica.
Las escenas están compuestas siempre mirando a público, de una frontalidad extrema que desdeña el espacio, los volúmenes, la composición, el segundo plano. Algo que el elenco intenta salvar como puede. Merece la pena detenerse en el reparto de este montaje. El director cuenta con uno de los póker de ases más potentes de la actuación de este país. Los parlamentos entre Albadalejo y Arturo Querejeta son estupendos, por ejemplo. Pero apena, sabiendo de lo que son capaces estos dos actores, el verlos hieráticos, sin asideros de juego espacial y compositivo, condenados a salvar escena tras escena.
Así pasa también con Jorge Basanta, que interpreta al soldado Rebolledo, o con Isabel Rodes que hace el papel de Chispa, mujer lenguaraz y llena de vida que acompaña a los tercios. Rodes y Basanta son media vida de nuestro teatro clásico: la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, Noviembre Teatro de Eduardo Vasco, Helena Pimenta, Eva del Palacio. Albadalejo y Querejeta, más bregados, lo han hecho todo, son la otra media. El póker lo completa Javier Lara, que cada día está más resuelto en el verso.
Así, Isabel Rodes, por ejemplo, capaz de insuflar vida a cualquier personaje, se las ve y se la desea para poder componer una Chispa que llegue y traspase. La hija del alcalde, Isabel, está interpretada por una joven actriz, Adriana Ubani, a quien el director deja en una indefensión manifiesta en una de las escenas más sentidas de la obra, aquella en la que, perdida en un bosque, cuenta a su padre cómo la violaron. En la escena, Ubani va tropezando con un gran árbol que domina la escena ―a saber qué harán con él en las giras― , intentando dar cuerpo a una de los momentos más delicados de la obra. No hay manera. Lo importante es que la escena llegue a proscenio y se componga un cuadro frontal insignificante.
Es de imaginar que una corriente teatral ensalzará este montaje por lo bien dicho que están algunos versos, por la presencia de Querejeta que es capaz de merendarse cualquier escenario. Pero de las capacidades de este actor ya sabíamos. El problema es lo que uno espera de la escena. Si bien uno quiere oír el romance y la redondilla de manera correcta, o además aspira a poder asistir a una propuesta dramatúrgica.
La versión de Alonso de Santos es muy respetuosa, se aplica el texto. Pero está en duda que esta sea una apuesta por cierto clasicismo teatral, como aquel que en teoría hicieron José Tamayo o Gustavo Pérez Puig en los años cincuenta. El que escribe no pudo ver aquellos montajes, pero parece lógico pensar que Tamayo, el gran director de aquellos años, e incluso Pérez Puig, jugarían, compondrían y moverían la escena un poco más.
Las propuestas de esta obra que hemos visto en los últimos años han sido muchas, directores como Eduardo Vasco, Álvaro Tato o Sergi Belbel las han acometido con mayor o menor éxito. La última propuesta fue la de Teatro Corsario; incluso ese montaje, con diez veces menos de presupuesto que este, tenía más juego en intención.
Un ejemplo: a comienzos de siglo, uno de los directores más conscientes de la importancia de la dramaturgia en la dirección de escena, Ángel Facio, recientemente desaparecido, montó esta misma obra con la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia. Aquel montaje llegó a Almagro. Y si bien, al final, a Facio se le iba la cabeza y en vez de llegar el rey Felipe II llegaba Bill Clinton con su esposa mientras el pueblo agitaba las banderitas de Estados Unidos, la pieza, con las limitaciones presupuestarias y actorales del montaje, era un campo de juego donde este director bordaba las escenas populares de cantos y de unión entre el pueblo y la soldadesca. Un acierto donde Facio ofrecía una visión en la que la sociedad no estaba separada por estamentos, sino por pura clase social. En el montaje de Alonso de Santos, las canciones de la obra, la Jacarandina o la ronda en la ventana de la hija de Crespo, pasan inadvertidas y no hay lectura alguna detrás de las escenas.
Los tercios viejos
El ideólogo de esta nueva etapa de estos teatros liderada por el presente estreno es el consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid, Mariano de Paco, que siguiendo la estela de la presidenta Isabel Díaz Ayuso, parece querer competir contra las instituciones culturales de nivel nacional. Ahí está, por ejemplo, la creación del Ballet Español de la Comunidad de Madrid. Otro ejemplo: De Paco en la presentación de la obra, durante la rueda de prensa, manifestó: “Un Siglo de Oro, que como ha anunciado la presidenta de la Comunidad de Madrid en el debate sobre el estado de la región, vamos a declarar bien de interés cultural en la categoría de patrimonio inmaterial”.
Este montaje tiene los visos de querer seguir ese modelo de un Madrid como cantón de la gran España. Este alcalde de Zalamea se ha hecho con los mimbres de un gran montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Con una diferencia, De Paco ha fichado a un director, Alonso de Santos, irrelevante. Dicho con todo el respeto a uno de los autores más importantes del teatro de los años ochenta, Alonso de Santos nunca destacó en la faceta de dirección. Ni cuando dirigió la CNTC durante cuatro años ―todavía se recuerda aquel Peribánez y el comendador de Ocaña de 2002― ni recientemente. El último montaje de este director en Matadero de una obra escrita por él mismo, En el oscuro corazón del bosque, podría haberle dado alguna pista a De Paco de las limitaciones.
Llegados a este punto ya uno no sabe si más que Calderón a ciertos políticos de la institución les motiva más que salga a escena una bandera de los viejos tercios españoles. Como apuntan las declaraciones del diputado de la Asamblea de la Comunidad de Madrid Pedro Corral en un tweet tras la rueda de prensa de la obra: “Un honor dar escolta con los Tercios Viejos al maestro José Luis Alonso de Santos, director de El alcalde de Zalamea”, decía Corral.
Luis María Anson, cada vez que este autor era mentado en las páginas de La Razón, le llamaba “el socialista José Luis Alonso de Santos”. No sé qué adjetivo usaría hoy. Al vallisoletano que estos días camina por los pasillos de estos nuevos Teatros del Canal, lo han nombrado director adjunto, podrá seguir a sus 82 años y junto a su hijo Daniel, que firma la dirección adjunta, dirigiendo obras.
Además, en la presentación de la temporada se afirmó que es el propio Alonso de Santos quien tiene la última palabra sobre la programación. El autor y director no se dedica a viajar para descubrir nuevas perlas que poder programar. Se trata más de un trabajo de coordinación en el que está detrás Ruperto Merino, gerente del teatro y mano derecha de Mariano de Paco, quien sigue desplegando su influencia sobre toda actividad escénica dependiente de la Comunidad de Madrid.
Comienza pues la temporada de este nuevo teatro con el pie un tanto cambiado. Habrá que esperar a las nuevas apuestas de los directores asociados del teatro. En octubre, llegará La señorita Blanco como apuesta de la dirección en artes vivas; en febrero, Albert Boadella y en marzo, Ainhoa Amestoy, con el reto de subir a escena una de las obras más difíciles de Valle-Inclán, Los cuernos de don Friolera, sorprendente elección. Por ahora, El alcalde de Zalamea estará hasta el 13 de octubre en cartel.