Una mujer llena de sueños
Matanzas.— «Era tan pequeña cuando comencé en el mundo del arte que desconozco las fechas, pero más allá de todos mis inventos y fantasías artísticas de infancia, me vinculé con el telecentro TV Yumurí cuando tenía cerca de diez años. Luego me fui a estudiar al Instituto Superior de Arte (ISA), con todo lo que implica ser una estudiante activa que se relacionó con cuanto evento y experimento apareciera, y en agosto de 2008 sucedió el que probablemente sea el suceso más relevante de mi carrera: mi entrada a Teatro de las Estaciones».
Quien nos cuenta así sus inicios en el mundo del arte es María Laura Germán Aguiar, licenciada en Dramaturgia por el ISA y actriz de esa prestigiosa agrupación teatral.
En enero de 2023 se estrenó como directora artística y general del proyecto de teatro independiente I want teatro, con la obra I want. Su arte ha sido apreciado en varias naciones, ha obtenido numerosos premios y participado en festivales, además de impartir talleres.
—¿Qué te enamoró del arte titiritero?
—Mi mamá me llevaba a todas las ediciones de Calles de los títeres, y a cuanto estreno u obra había en la ciudad. Crecí viendo en escena a Rubén Darío Salazar, Farah Madrigal, Freddy Maragotto, Migdalia Seguí, Armando Morales, Xiomara Palacio, Mayra
Navarro… Con una infancia de tamaña suerte, ¿cómo no me voy a enamorar del arte titiritero?
—Hay personas que piensan que es un arte menor…
—Mucha gente piensa que es un arte menor, que los títeres son un «ñiñiñi» y ya está. Mi respuesta ante eso es: ven y hazlo tú, pero hazlo bien, para que se den cuenta de que el titiritero, además de ser buen actor, tiene que responder por la vida de sus títeres sin abandonarse… Si eso es arte menor, entonces yo no entiendo nada.
—¿Cuál consideras el reto mayor de un director o actriz titiritero?
—Creo que, para un titiritero, ya sea director, actor o dramaturgo, incluso, el reto mayor es no traicionar la poesía del títere. Las figuras tienen esa alma doble que las hace ver inofensivas en su unanimidad, pero que es un arma contundente cuando se le otorga vida. Cuando hablo de no traicionar, no hablo de puritanismos, sino de no dejarlos solos: acompañarlos, engrandecerlos, y responder con sentido de causa a la historia que los precede.
—¿Qué prefieres, dirigir o actuar?
—Me llamó muchísimo la atención el arte de la dirección. Debe ser porque crecí como artista viviendo muy de cerca a dos de los mejores: Rubén y Pedro Franco. De ellos aprendí todo lo que sé. Con ellos hice mis primeros ejercicios de asistencia de dirección, y tuve mis primeros acercamientos al oficio.
I want, que viene a ser mi primera obra como directora, es una canalización de las enseñanzas de ambos.
«Y tengo que confesar que me encantó, tanto que ya estoy dirigiendo de nuevo. Trabajar en la radio ayuda mucho. Con Williams Quintana aprendí sobre la dirección de radio y me enamoré. Es algo que disfruto bastante también. Y todo eso está muy bien. Pero sin actuar no puedo vivir. Me ahogo. No puedo».
—¿Eres muy exigente con tus actuaciones y puestas?
—Soy tan exigente porque vengo de donde vengo. A veces lo soy tanto que he tenido miedo de que eso me paralice o me bloquee, pero en realidad me ha servido de impulso. Aprender de la impecabilidad que, en diferentes estilos, es el sello de Teatro de las Estaciones y Teatro El Portazo, me ha convertido en la artista que soy: exigente y capaz de cumplir con lo que exijo, como directora y actriz.
«No me queda de otra. Sé que donde quiera que llegue sabrán de dónde vengo, y es mi deber responder por las casas que me han criado. Teatro de las Estaciones es mi casa. Rubén y Zenén son mis padres. Con ellos he aprendido sobre el respeto, el rigor, la belleza, la disciplina, el esfuerzo, la bondad, el agradecimiento…».
—¿A quiénes prefieres encantar, a los niños o a los adultos?
—En la etapa, no tan lejana, en que trabajaba en ambos grupos, a veces en la noche atendía a los padres que habían llevado a sus hijos al teatro en la mañana. Adoré esa etapa. Disfruto mucho el encantamiento que produce en los niños el teatro, y la experiencia catártica que ocurre en los adultos.
—¿Cuál es tu obra y personaje más querido?
—Como actriz (qué difícil esto), tengo varios personajes que no me abandonarán nunca: Alicia, mi primer protagónico en Teatro de las Estaciones y con quien tuve momentos de amor-odio, como se tienen con alguien a quien realmente se adora… La pionera de los CCPC, que creció conmigo y me empujó y retó, y nunca nos dimos tregua… La Madre de Pablito, que me fascinó desde el ensayo uno y terminó siendo mi primer premio Caricato…
«Podría hablarte de la madre de Los zapaticos de rosa o de la Pastora de Los dos príncipes, pero no me gustaría dejar fuera a las mujeres de Buster Keaton… Es una pregunta difícil para cualquier actor que disfrute cada segundo y experiencia en escena. Ahora mismo estoy en un proceso de montaje que soñé hace años, y se está haciendo realidad, así que para la próxima entrevista también incluiré un juglar en esta pregunta.
«Ahora, como directora, disfruto mucho la dirección de actores y amo intensamente a mis Dorothy y Pippa de I want, los personajes que por más tiempo he ayudado a construir. Pero en el proceso de Retrato de un niño llamado Pablo trabajé mucho con las actrices que hacían la maestra, con el consentimiento de Rubén, por supuesto, y ver el
crecimiento de Arlettis y Sonia me produce mucho placer, silenciosamente».
—¿Te gustaría escribir y dirigir tu propia obra?
—Adoro escribir. Fue lo que estudié y no creo haberme equivocado de carrera. He tenido la inmensa suerte de ver obras y textos míos en escena, montados e interpretados por personas que admiro y quiero muchísimo. Dirigir mi propio texto, luego de haber sido llevada a escena por Rubén o Pedro, o Williams Quintana, ha sido un reto inmenso que, pensándolo bien, multiplicó el disfrute del resultado.
—¿Qué debilidades y aciertos aprecias en el arte titiritero?
—Siempre voy a ver como un acierto que los artistas cubanos somos unos guerreros. Para «tumbarnos» (hablo, por supuesto, de los verdaderos artistas) no sé qué tendrán que hacer, porque nos hemos visto sin materiales, salarios justos ni viajes, y seguimos dando tángana. De eso hay bastante en el mundo titiritero cubano, y me encanta.
«Debilidades hay, como en todos los medios: yo haría hincapié en la selección y escritura de textos, creo que son tiempos de transgredir y evolucionar, pero no creo que para ello haya que enterrar la poesía y darle paso a la vulgaridad».
—¿Has estado cerca del fracaso alguna vez?
—No, no. Por suerte no. Las únicas y pocas veces que ha pasado por mi cabeza alguna duda sobre mi profesión, no han tenido que ver con el arte, sino con la economía y la sociedad. Porque para hacer arte hay que comer, aunque hay quienes crean que los artistas vivimos del aire.
—¿Qué significan en tu vida René Fernández, Rubén y Zenén?
—No son solo nombres inmensos para mí. Muchas veces son René, Rubén y Zenén, y en esos momentos en que puedo mirarlos, tocarlos, sentarme en el suelo y escucharlos… soy consciente también del lujo enorme que significa coincidir con ellos en vida, oficio y sensibilidad. No hay maestro más grande que el que te enamora de su enseñanza. No hay mejor padre que quien te guía dejándote ser y crecer. Ellos son todo eso. Y más. Yo vivo con el orgullo y la suerte de abrazar cada día a mis maestros.
—¿Tus sueños inmediatos?
—Yo soy una mujer llena de sueños. Siempre. Ahora mismo el más inmediato es estrenar Historia de burros, que es un sueño de hace muchos años. Pero no menos inmediato es ver a mi hija crecer entre títeres y titiriteros de buen corazón, mirando a su madre y sintiéndose orgullosa de ella. Ese es mi sueño inmediato y mayor.