Carmen Lomana: «Con los hombres me siento una loba marcando mi territorio»
Todos sabemos que Carmen Lomana es amante y coleccionista de alta costura, pero también es defensora de la moda sostenible, por eso ha querido ser madrina de los GreenWalk Awards , cuya tercera edición, presentada por Raquel Sánchez Silva , ha premiado al diseñador Alejandro Merino por una prenda confeccionada íntegramente con raíces. «Soy fan de los tejidos naturales», explica Lomana: «Creo que los ecologistas se equivocan al apostar por los sintéticos porque contamina, pero sobre todo defiendo la ropa de segunda mano porque es fundamental aprender a no consumir por impulso. Esas prendas tienen vida, me encantan, por eso soy muy de mercadillos». Para Carmen, los mandamientos de toda mujer son «ser coherente consigo misma, ser femenina, cuidarse, quererse, tener criterio, respetarse y hacer que la respeten». Según ella, el glamour inteligente es «saber utilizar tus encantos» y todo en la vida es una cuestión de actitud: «Siempre positiva, con humildad y seguridad, sin creerse más que nadie. Yo, por ejemplo, no vivo según mi edad sino con lo que siento». Se considera una mujer detallista, «sobre todo cuando se le tuercen las cosas a alguien que quiero. Si le va bien, le dejo en paz. Si le va mal, vuelco todo mi cariño». Y es «más ansiosa nerviosa, no quiero perder el control. Soy germánica por educación». El matrimonio la volvió ordenada: «Antes era dispersa, pero mi marido era cuadriculado y eso se me quedó. Ahora tengo mis rutinas por el trabajo». Se considera una rebelde: «Siempre lo he sido. La única libertad viene por ganar dinero, por eso he querido trabajar desde que era joven. Me fui a Londres por esa razón. Por entonces solo deseaba aprender inglés y no quería casarme, me daba miedo». De esa rebeldía nace su amor por la libertad de decir lo que piensa, «sin faltar al respeto». Le molesta que la acusen de polémica por sus opiniones : «Yo solo contesto a lo que me preguntan. Que me hablan de Isabel Preysler, por ejemplo. Bueno, somos dos mundos, ella siempre ha ido colgada de un hombre famoso, yo no. ¿Acaso esto es falso?» Según ella, el secreto de la juventud están en «mantener viva la niña interior. Por eso soy soñadora y no me comporto como una señora mayor. Aunque eso no quita para que sea una pragmática». También se confiesa una romántica, «pero si alguien me desilusiona puedo ser muy borde». Si se le pregunta si echa de menos el amor, salta como una fiera: «¿Quién ha dicho que no lo tengo? Lo que no me apetece es estar con alguien, pero el amor forma parte de la vida. Eso sí, ahora son más cortos. Prefiero estar con hombres más jóvenes que me den marcha, que sumen, y no me voy a meter en jardines. No necesito quedarme en casa de nadie, ni que se queden en la mía. Con los hombres me siento una loba marcando territorio. Cada uno en su sitio». A Carmen le da paz «estar sola, en casa, sin que nadie me hable. Huele bien, se nota que hay buen rollo: mi hogar tiene alma. Me gusta levantarme y tener tiempo para leer tranquilamente la prensa, desayunar… Me relaja la música, aunque no siempre. Y el campo. Pero la verdadera felicidad para mí es el mar. Estar en mi casa de Asturias y contemplar esa naturaleza bestial». Frente a todo eso, le saca de quicio «la gente que habla mucho, casi gritando. No puedo con esas voces chillando. Me dan ganas de pedirles que se callen». Nada se sabe de la infancia de Carmen Lomana . No es que sea secreta, sencillamente la ha mantenido en un discreto cajón de su memoria. Aunque nació en León, su madre la llevó siendo un bebé a Logroño, donde vivió hasta los 13 años. Allí, su padre era director del Banco de Santander y de Azucarera Riojana. La familia vivía en un chalet en El Espolón y ella estudió en la Compañía de María, aunque los primeros años recibía la educación en casa porque se negaba a ir al colegio. «Hasta los cinco años fui hija única», recuerda Carmen: «Era una niña buena, soñadora, con mucha imaginación y fascinada con los libros, que miraba incluso antes de aprender a leer. Era muy independiente. Mi madre que contaba que a veces me llamaba para estar con ella en el salón y yo le contestaba 'abro la puerta de la habitación y así me ves', mientras seguía a lo mío». Lo que más deseaba era una hermanita, así que, cuando veía una cigüeña, salía corriendo detrás gritándole que se la trajera. Como tenía una cocina de verdad, con fuego y todo, sus amiguitas iban a su casa a jugar. Pero cuando Carmen se cansaba, le decía a la tata que se fueran o que cuidara de las niñas mientras ella se iba a su cuarto. «¡Qué vida más rica, pero cuánto dolor!», comenta al echar la vista atrás: «Yo quería tener cinco hijos y por culpa de un médico no pude tener ninguno. Pero he sabido reinventarme. ¡Quién lo iba a decir con lo frágil que yo era!»