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El continuismo obradorista

El proyecto populista y autocrático que se inició en el año 2018 tiene ahora una continuidad que parece lógica, al haber ganado las elecciones en junio de este año, no se puede pedir un gobierno rupturista con el obradorato, porque es más de lo mismo, aunque hoy no hay, sin duda, la fuerza de liderazgo de quien es el dueño del movimiento político que significa Morena, porque la actual Presidenta no tiene el poder real ni en el movimiento, ni completo en el gobierno que encabeza. El régimen que se instaura tiene ya el sello de su fundador y algunas cuestiones de forma, que no de fondo, habrá de matizar, sin duda, el gobierno que inicia.

La concentración de poder en una sola persona, que define la autocracia, significa también la terminación de la democracia constitucional, y la instauración de un régimen político que va minando las libertades y que ahora va en marcha de acabar con el Poder Judicial como un órgano de Estado que, en un batidillo de farsa, kermés y lotería, pisotea derechos laborales y contra toda racionalidad jurídica instalará a jueces y magistrados al servicio del ‘movimiento’ para, en su momento, acatar no lo que la Constitución o la ley señalan sino la consigna recibida que saldrá de Palacio Nacional.

El país se desangra por la violencia y la inseguridad, y la caricatura de ‘política pública’ llamada de ‘abrazos, no balazos’ del obradorato, en la práctica es la permisividad hacia los delincuentes que han tomado literalmente el territorio nacional como suyo e impuesto su ley a base de muerte, amenazas, extorsiones y violencia en general, arrebatando al Estado facultades como las del monopolio de la fuerza o el cobro de impuestos.

Es pues la inseguridad y la violencia que aqueja a la sociedad el tema principal de sus exigencias hacia el gobierno, y este responde con más de lo mismo y el control del Poder Judicial a toda costa, con lo que no solo no se busca resolver los graves problemas que la gente reclama de procuración e impartición de justicia, sino que además se manda el mensaje de que quienes ahora detentan el poder no tienen la menor intención de respetar el Estado de derecho.

Lo cual es muy grave para las inversiones no solo nacionales sino también extranjeras dañando la imagen del país, que además hay que recordar que los saldos en crecimiento económico (0.8 por ciento de promedio en todo el sexenio), lo abultado de la deuda y el costo financiero que la acompaña, los compromisos de gasto en los programas sociales por mandato constitucional, las obras sin concluir que, además, eran prioritarias y emblemáticas del sexenio anterior, la ausencia de fondos de ahorro para emergencias financieras del gobierno, ya que todos los ‘cochinitos’ fueron rotos y gastados esos ahorros, más los compromisos fingieron hacia empresas públicas como Pemex que deja López Obrador deberían de ser de gran preocupación, amén de unas expectativas demasiado reducidas para el 2025, que lo sitúan en promedio en solo un crecimiento de 1.2 por ciento del PIB y con la revisión en puerta en el 2026 del Tratado de libre comercio con Estados Unidos de América y Canadá.

Sin embargo, apegada al dogma narrativo de su líder, la Presidenta solo confía en que sus dichos sean acatados como actos de fe, sino que se aferra al continuismo que tan malos resultados, como he señalado, han dejado al país.

Decía Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, citando a Hegel y a la vez, agregando a la conclusión de este que “…los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, por así decir, dos veces”. Pero se olvidó de agregar: “una vez como tragedia y la otra como farsa”, es el caso al que ahora asistimos en México con esta continuación del obradorato y lo que acabamos de testificar en el Congreso, con ‘la tómbola judicial’, es un ejemplo nítido de ello, o la marcha del secretario de seguridad en alguna calle de Culiacán estos días rodeado de más protección que un jefe de Estado. Lo que definitivamente no es una farsa es el avance para el control de todo los hilos del poder del Estado y concentrarlos en una persona, escriturando así el régimen autócrata.

Es cierto que faltan empleos por el bajo crecimiento económico, o que continúa la crisis en el sector salud, o que los pleitos del obradorato con gobiernos o jefes de Estado de otros países siguen manchando, lo que había sido el orgullo de la política exterior de México durante muchísimos años, pero sin duda, los temas de la violencia y la inseguridad son los que marcan la agenda de urgente atención, si la continuación del régimen no le significan que en su primera etapa se haya asesinado a 200 mil personas y hayan desaparecido 52 mil mexicanos y miles de familias han sido desplazadas de sus comunidades.

No solo la crisis constitucional que ya se está dando con el Poder Judicial vendrá a agravar estos temas sino que puede llevar a peor condición en una espiral de violencia que nadie desea, pero que también es un escenario posible en medio de las complicidades y corrupción que se viven y se observan de actores políticos en los poderes subnacionales. Y este tema, por más recursos que se otorguen vía los programas sociales, puede ser también el detonante de la pérdida de legitimidad del ‘movimiento’ morenista. Bien harían los actuales encargados del gobierno recordar las palabras escritas por Shakespeare en Hamlet, en la voz de Rosencrantz: “Si un simple particular está obligado a defender su vida con toda la fuerza y vigor de su talento, mucho más lo estará aquel en cuyo bienestar estriba y descansa la existencia de multitudes”.

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