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"Evistas" se aferran a sus hondas para mantener al rojo la protesta en Bolivia

Bajo el puente de Parotani, jóvenes practican su puntería con hondas ante una inminente incursión policial en esta vía bloqueada de Cochabamba, convertida en el corazón de las protestas de los partidarios de Evo Morales en Bolivia.

En este sector clave que conecta con La Paz, campesinos y mineros han interrumpido varios kilómetros de la ruta con rocas, troncos y fogatas. Y aseguran que están preparados para una "resistencia" de semanas y hasta meses para defender a su líder, investigado por la justicia.

Carlos Flores, un agrónomo de 45 años, ordena a ocho manifestantes que giren sobre sus cabezas las huaracas, como se conoce en quechua a las hondas, utilizadas para lanzar piedras.

"Esta es nuestra arma secreta (...), la herencia de nuestros abuelos", dice a la AFP.

Entre los manifestantes hay campesinos jóvenes "especializados" en esta práctica, agrega.

Vestido de negro y con barbijo, 'Choque' es uno de ellos. Cuando la piedra sale despedida, su huaraca hace un fuerte chasquido y el proyectil vuela unos 100 metros.

Desde que comenzaron las protestas hace 19 días han resultado heridos 61 policías y nueve civiles en enfrentamientos. Varios de los uniformados presentan traumatismo craneoencefálico, de acuerdo con la información oficial.

Y en todo el país hay unos 20 puntos de bloqueo, la mayoría en el departamento de Cochabamba, en el centro de Bolivia.

Las protestas empezaron para reclamar el "cese de la persecución judicial" contra Morales, investigado por un presunto abuso a una menor durante su mandato (2006-2019), acusación que él niega.

Pero ahora los manifestantes también exigen la renuncia del presidente Luis Arce, que no ha encontrado un escape para la crisis económica derivada de la escasez de divisas.

Arce exigió el miércoles "el levantamiento de todos los puntos de bloqueo". De lo contrario, agregó, "ejercerá sus facultades constitucionales" para desalojarlos.

- Dispuestos "a luchar" -

"Si él trae a sus militares, estamos dispuestos a luchar. Vamos a seguir hasta la renuncia (de Arce) a 'huaracazo limpio'", dice Flores.

En los cerros rocosos que encajonan a Parotani, decenas de centinelas vigilan el horizonte para alertar sobre cualquier movimiento.

El objetivo de la policía es despejar el puente para habilitar el tránsito de los vehículos pesados que abastecen de alimentos y combustibles a Cochabamba, donde el alza de los precios golpea a consumidores y comerciantes.

Durante la espera, la pastora quechuahablante Nicolasa Sánchez, de 59 años, enreda entre los dedos de sus pies descalzos hilos de lana de oveja y trenza nuevas huaracas.

Fabrica unas tres al día. Casi todos los manifestantes tienen una. Las giran como hélices cuando marchan sobre el camino bloqueado.

"Nuestras huaracas pueden ser miles. Nunca se va a acabar nuestra piedra", dice Juanita Ancieta, dirigente de la Central de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa.

Hace una semana, en Parotani, un efectivo policial casi pierde un pie. El presidente Arce aseguró que fue atacado con dinamita.

En el lugar, de tanto en tanto, se oyen estallidos atronadores. Pero los dirigentes aseguran que no tienen explosivos.

"Pedimos a las fuerzas armadas y a la policía que no arremetan contra su pueblo (...) que no manchen sus manos con nuestra sangre", dice Mariluz Ventura, representante de un sindicato de campesinos indígenas.

- "Cuartel general" de los bloqueos -

En los alrededores del puente de Parotani emerge una ciudadela. Han aparecido pequeñas tiendas que venden ropa, accesorios para celulares y hasta vinagre para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos.

Cruzando el puente, con palos y cobertores de plástico, se ha instalado un campamento con manifestantes llegados de otros lugares.

"Este es el cuartel general. Cochabamba es el corazón de toda Bolivia, por eso este es el sitio de mayor bloqueo a nivel nacional", dice Constancio Vallejos, agricultor de 37 años que vino desde el Trópico de Cochabamba con una delegación de agricultores jóvenes.

Humberto Alegre, de 31 años, dirige una de las distintas organizaciones que lleva comida para los manifestantes. Dice que solo él reparte unas 500 raciones al día.

La localidad no tiene energía eléctrica hace cuatro días, denuncian los manifestantes. Sin motobombas, sobreviven con agua del río.

"Vamos a resistir. Esta es la lucha que hemos empezado. Llegaremos hasta el final", apunta Flores, con su huaraca entre las manos.

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