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Los científicos ya avisaron, que los dejen en paz

Pasó con la DANA de 2023 y se vuelve a repetir hoy: los cientificos son objeto de un cuestionamiento injusto, inmerecido y agotador, pese a que realizan una labor esencial con la mejor información disponible con la que contamos para tomar decisiones relacionadas con el clima y la meteorología, tanto individuales como políticas

Neoliberales contra los paraguas: desprestigiar la ciencia pasa a ser otra arma política

Hace años que oímos hablar de “emergencia climática”, porque en esos términos la definen los científicos que se ocupan de estudiarla. La expresión no gusta a algunos, que llevan los mismos años acusando a los científicos de exagerar porque siempre han pasado estas cosas: calor, frío, lluvias torrenciales, desastres... Me pregunto cuántas muertes más debidas a fenómenos extremos harán falta para convencerlos de que es una emergencia climática.

Ya ni siquiera entro en por qué estamos así, en cómo hemos llegado a esto, en cómo se puede mitigar el cambio climático o qué estamos dispuestos a sacrificar para hacerlo; no entro en ese debate profundo que debemos plantearnos como sociedad. Hablo de ponerle nombre a lo que está pasando: emergencia climática; y de asumir que vamos a correr riesgos con los que no contábamos: “Los científicos del clima llevan años advirtiendo de que el cambio climático provocará lluvias más intensas, y las trágicas consecuencias demuestran que nos queda mucho camino por recorrer para prepararnos ante este tipo de sucesos, y peores, en el futuro”, nos decía Liz Stephens, catedrática de Riesgos Climáticos y Resiliencia de la Universidad de Reading (Reino Unido), pocas horas después de que la DANA asolara la provincia de Valencia.

Nos han avisado. Lo hicieron en la mañana del 29 de octubre, cuando desde la AEMET lanzaron el aviso rojo muchas horas antes de que el gobierno autonómico activase el mensaje sonoro en los móviles de los ciudadanos para pedirles que se quedaran en casa. Son los científicos quienes siguen dando explicaciones serenas tantas veces como se les pregunta. El meteorólogo Rubén del Campo, portavoz de la AEMET, explicaba en el Telediario de TVE cómo funciona el plan de vigilancia de fenómenos meteorológicos adversos, Meteoalerta, y qué implica un aviso rojo: se activan muy pocas veces e implican un peligro de extrema gravedad que se comunica de manera inmediata y automática a la red de alerta nacional. 

Los científicos están haciendo su trabajo y, sin embargo, siguen siendo objeto de un cuestionamiento inmerecido, injusto y agotador. No solo cumplen con su labor de previsión y comunicación a las autoridades competentes, sino que también divulgan para el gran público. En las diferentes cuentas de X de la AEMET encontramos, además de avisos y consejos para la población ante situaciones de riesgo como esta, una fuente constante de información científica con un lenguaje accesible para responder a las preguntas que nos hacemos los ciudadanos sobre meteorología y cambio climático. Llevan a cabo un ejercicio de divulgación excelente, con vocación de servicio público, desde un organismo público estatal que trabaja con rigor científico y se ocupa de que su mensaje llegue a todo el mundo.

La información que ofrece la ciencia ni es inmediata ni es, por supuesto, La-Única-Verdad-Absoluta-e-Inmutable. No es dogma, precisamente porque es ciencia. Pero sí es la mejor información que tenemos

Sus expertos, además, atienden a los medios en los momentos de mayor crisis y nos responden preguntas como las que le hicimos desde el Science Media Centre a Ernesto Rodriguez-Camino: ¿Qué relación tiene la DANA con el cambio climático?: “Asociar un evento particular como este al cambio climático (…) requiere estudios a posteriori y siempre se puede decir en términos probabilísticos, pero no sobre la marcha. (…) Sobre la marcha no podemos decir nada, salvo que en un contexto de cambio climático este tipo de eventos serán más frecuentes e intensos”. Se refería a los estudios de atribución, que investigan la relación entre un fenómeno —como una ola de calor, una DANA o un episodio de inundaciones— y el calentamiento global, y que llevan su tiempo porque necesitan procesar y analizar gran cantidad de datos.

La información que ofrece la ciencia ni es inmediata ni es, por supuesto, La-Única-Verdad-Absoluta-e-Inmutable. No es dogma, precisamente porque es ciencia. Sí es la mejor información disponible con la que contamos para tomar decisiones relacionadas con el clima y la meteorología, tanto individuales como políticas. Y para entender esto no hace falta un doctorado en Epistemología, solo hay que acercarse a los procesos de la ciencia tratando de comprender cómo funciona y por qué sus respuestas no suelen ser monolíticas.

La experta en comunicación de riesgos Maricarmen Climént habla así sobre la necesidad de aprender a comunicar la incertidumbre, justamente para no alimentar la desconfianza: “Todos los riesgos conllevan incertidumbres. Antes se pensaba que hablar de incertidumbre podría reducir drásticamente la confianza en la información. Hoy, por varios estudios, sabemos que no es así, de modo que ya no hay excusa para omitir la incertidumbre al explicar riesgos”.

En septiembre de 2023, cuando en España vivimos otra DANA que afectó a varias regiones de la península ibérica y Baleares, desde instancias políticas se pidió “afinar los pronósticos meteorológicos”. Con claridad y pedagogía, los científicos de la Fundación para la Investigación del Clima respondieron explicando por qué los modelos meteorológicos nunca serán cien por cien precisos: se trata de sistemas caóticos en los que mínimas variaciones de las condiciones atmosféricas iniciales derivan en resultados drásticamente distintos. Los mismos científicos, además, alertaron de otro peligro: “En un contexto en el que la aparición de eventos extremos cada vez es más frecuente (…) resulta muy irresponsable abrir un debate estéril sobre la fiabilidad de las predicciones meteorológicas. Esta deriva puede motivar la desconfianza de los ciudadanos en la ciencia y en los conocimientos que están detrás de los pronósticos que mueven los avisos. De las conclusiones de este debate público va a depender que estas palabras no influyan y siembren la duda sobre el sistema de alertas ante emergencias en próximas ocasiones”. 

Se intenta fomentar la desconfianza en las instituciones que trabajan para cuidarnos utilizando la mejor evidencia disponible. Es irresponsable hacerlo sabiendo que los científicos del clima reciben niveles insoportables de odio en redes y fuera de ellas

La historia se repite un año después. De nuevo, vemos cómo se pone en duda la credibilidad de las previsiones que ofrece la ciencia —con su margen de incertidumbre inevitable e inherente—, con lo que esto implica no solo para la gestión de riesgos, sino para la democracia, porque se intenta fomentar la desconfianza en las instituciones que trabajan para cuidarnos utilizando la mejor evidencia disponible. Es irresponsable hacerlo sabiendo que los científicos del clima reciben niveles insoportables de odio en redes y fuera de ellas, es echarlos a los leones. En 2023, la cuenta de AEMET corporativa publicaba en X un vídeo en el que denunciaba los insultos y amenazas a sus empleados públicos y a los comunicadores de la meteorología, pedía respeto y declaraba que seguirán trabajando y compartiendo conocimiento. “Nunca habíamos recibido estos insultos, ya nos llegan hasta por teléfono”, contaba en esta entrevista Estrella Gutiérrez, portavoz de la AEMET.

Nos enfrentamos a un presente y un futuro en el que viviremos cada vez más eventos climáticos extremos y tendremos que afrontarlos teniendo en cuenta todos los factores que influyen en su manejo. En esta tarea, es urgente dejar detrás la imagen de que estos desastres son “naturales”, como reivindicaba en este artículo un equipo de especialistas en crisis. “El término ‘desastre natural’ puede llevar a la creencia de que estos eventos son inevitables y están fuera de nuestro control”, explicaba el investigador de la Universidad Bernardo O’Higgins (Chile) Loris De Nardi, que añadía: “Reconocer que son el resultado de decisiones humanas equivocadas en términos de planificación urbana, desarrollo, gestión de recursos y cambio climático es esencial para asumir la responsabilidad de prevenir futuros desastres”.

Otro experto en estos fenómenos, Ilan Kelman, del University College de Londres (Reino Unido), resaltaba una idea que ahora nos golpea: “El fallo de los gobiernos al preparar adecuadamente a la gente para estos peligros es una de las raíces del desastre. No importa la gravedad de un evento, el desastre puede ser evitado”. Sea cual sea el color político del gobierno al que le corresponda gestionar los futuros eventos extremos, tendrá que tomar decisiones informadas en la evidencia científica y comunicar los riesgos a la población asumiendo la incertidumbre, porque no hay otra manera de salvarnos. Y, en ese camino, no podemos permitir que otra vez se azuce la desconfianza hacia los científicos. Eso hay que pararlo.

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