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¡Ay, nanita!

El mundo está en vilo por el resultado de la elección presidencial de Estados Unidos, y en México se avizora una crisis constitucional con la eventual declaración de inconstitucionalidad por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) de la reforma judicial que busca apuntalar la imposición de una autocracia disfrazada de democracia.

Se viven momentos cruciales que, de suyo, comprometen la paz en el orbe y aquí se aviva el encono social por la falta de sensibilidad y altura de miras.

Vayamos por partes. En momentos en que se vive un estado de preguerra mundial, ocurre el proceso democrático en EU que deriva en nombrar a un nuevo presidente o presidenta que incidirá en mantener los equilibrios geopolíticos que, de primera instancia, impidan una gran conflagración de proporciones mundiales.

En lo particular, coincido en que será muy diferente la relación entre ambos países si gana Donald Trump a que si triunfa Kamala Harris, ya que México no solo estuvo en el centro de las promesas de campaña del magnate inmobiliario, sino que, de ganar, tendremos el agobio comercial y la bota sobre el cuello en temas de migración, trasiego de drogas e inseguridad, en donde los cárteles mexicanos serán clasificados como terroristas y con ello justificar la incursión de las agencias de inteligencia y de las propias fuerzas armadas americanas en territorio nacional.

Suena descabellado, pero Trump cumplirá con sus promesas y de eso nadie tiene duda.

Conforme al análisis que hicimos el día de ayer en torno al posible ganador de las elecciones, estamos seguros que será Kamala Harris la vencedora y aunque no será apacible la relación entre las dos mujeres presidentas, sobre todo en la negociación del T-MEC y migración, sin duda, se podrá establecer una agenda bilateral positiva para ambas naciones, en términos de ganar-ganar para México y Estados Unidos.

Si de por sí, el tema del relevo presidencial de nuestros vecinos del norte incide notablemente en México, resulta inverosímil lo que ocurre en nuestro país con la obsesión y terquedad de imponer una reforma judicial que destruye el actual orden constitucional, en donde la separación de poderes, el régimen democrático y el pleno respeto a los derechos fundamentales quedan aniquilados para dar paso a una autocracia que, de suyo, provocará el recelo e incluso el vilipendio de la Casa Blanca contra el gobierno mexicano.

El agandalle de la reforma judicial por parte del oficialismo trastoca la relación con nuestros principales socios comerciales –léase, Estados Unidos y Canadá– y que se verá reflejado en la conformación del nuevo T-MEC, en donde el proteccionismo comercial será lo más relevante por parte de ellos.

En estricto sentido, la relación diplomática entre ambas naciones debe prevalecer por encima de las diferencias que en estos momentos son muchas; en virtud de la visión izquierdista de AMLO y Claudia Sheinbaum, que está alineada al Foro de Sao Paulo, y esto será un grave escollo para que fluyan los acuerdos multilaterales con el país de las barras y las estrellas.

De acuerdo a la encuesta de El Financiero publicada en esta semana en torno a la popularidad de la presidenta con niveles que rayan el 70 por ciento de aprobación, diremos que este capital político no es permanente, sino que se diluye con el paso del tiempo en función de las decisiones para resolver los graves y grandes problemas que tiene México en estos momentos y que se recrudecerán conforme pasen las semanas.

El próximo año será muy complicado para el nuevo gobierno, ya que se carecen de los ingresos gubernamentales suficientes para atender el creciente gasto corriente y los compromisos que se tienen en pensiones, intereses de la deuda, fondeo de los programas sociales y por la construcción de las megaobras que dejó pendiente AMLO, entre otros tantos compromisos presupuestales; además de reducir el déficit fiscal de manera relevante.

Veremos cómo cierra el año la jefa del Ejecutivo federal, con los anuncios rimbombantes y los planes de gobierno para los próximos seis años y con la cruda realidad por la escasez de ingresos públicos que permitan solventar el presupuesto del próximo año y con la imperiosa necesidad de obtener dinero hasta por debajo de las piedras.

Demasiados frentes abiertos y apenas van 35 días de la nueva gestión.

Bajo la falacia de que el pueblo quiere los cambios y por ello se aprestan a desaparecer el régimen democrático, camina el nuevo gobierno en un territorio minado.

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