"Los animales mueren a los dos días de enfermar": la epidemia de lengua azul arrasa Balears
Los más de 200 focos confirmados, la escasez de vacunas y la sequía dejan al descubierto la fragilidad del sector en las Islas. "Solo los ganaderos que tienen ahorros sobrevivirán", comenta Miquel Estelrich, uno de los afectados
Tumban la tramitación de la polémica macrogranja de 750.000 gallinas proyectada en Mallorca
La ganadería balear enfrenta uno de sus momentos más críticos. El reciente brote de lengua azul —fiebre catarral ovina—, confirmado a finales de agosto, ha afectado a explotaciones en todas las islas, propagándose rápidamente y dejando a su paso una situación de emergencia en el campo. La variedad del virus que ha llegado a Balears –el serotipo 8–, transmitida por el mosquito Culicoides, no afecta a los humanos, pero sí gravemente al ganado ovino, con un índice de mortalidad cercano al 20% en las explotaciones afectadas, una cifra mucho mayor al promedio habitual del 5-6% causado por otros serotipos. Para los ganaderos, que ya lidiaban con los efectos de una prolongada sequía y el bajo consumo de carne de cordero local, este brote está siendo un golpe devastador tanto para sus finanzas como para su estado anímico.
El sector ovino está al límite, y en la Conselleria de Agricultura lo saben. Según Fernando Fernández, director general del ramo, “el impacto económico supera el 30% en algunas explotaciones, con pérdidas tanto en vidas de animales como en producción y movilidad del ganado”. Estas pérdidas representan cifras altísimas: “Cada oveja reproductora fallecida supone una pérdida directa de 250 euros”, afirma Fernández. Un golpe significativo para fincas ya muy castigadas por la ausencia de lluvias propicias. “Venimos de una sequía de más de dos años que ha afectado gravemente a las explotaciones ganaderas. Ahora este brote golpea de nuevo al sector. Los ganaderos están agotados y sin recursos”, señala Joan Gaià, coordinador de Unió de Pagesos.
Venimos de una sequía de más de dos años que ha afectado gravemente a las explotaciones ganaderas. Ahora este brote golpea de nuevo al sector. Los ganaderos están agotados y sin recursos
La epidemia ha alcanzado niveles alarmantes, con 200 focos confirmados en las islas y otros veinte bajo sospecha. Y sigue en aumento. “Ante la falta de vacunas, la propagación ha sido inevitable, y cada semana se confirman nuevos focos en distintos municipios de Balears”, reconoce Fernando Fernández. En Menorca, solo quedan tres municipios sin afectación; mientras que en Mallorca, la isla con más rebaños ovinos, el virus sigue extendiéndose de manera descontrolada, y solo seis o siete municipios no registran casos. En Eivissa, la situación también es crítica, con focos que ponen en peligro la viabilidad de las ya escasas explotaciones ganaderas. La única isla que se salva de momento es Formentera.
En Menorca, solo quedan tres municipios sin afectación; mientras que en Mallorca, la isla con más rebaños ovinos, el virus sigue extendiéndose de manera descontrolada, y solo seis o siete municipios no registran casos. En Eivissa, la situación también es crítica, con focos que ponen en peligro la viabilidad de las ya escasas explotaciones ganaderas. La única isla que se salva de momento es Formentera
Los efectos de esta epidemia que golpea a las ovejas (las vacas y cabras hacen de reservorios, pero son asintomáticas) son especialmente devastadores y se manifiestan con rapidez. “Lo primero que se nota es que los animales tienen una alteración de su rutina diaria; si el rebaño se desplaza, quedan rezagados y no se mezclan con los demás”, explica Miquel Estelrich, un ganadero de Santanyí afectado. En casos graves, la progresión es tan rápida que los ganaderos apenas tienen tiempo para actuar: “A veces, cuando me doy cuenta de que el animal está enfermo, a los dos días ya ha muerto”, relata Estelrich. “La gente está desamparada y descolocada, hasta el punto de que algunos ni siquiera desinfectan, no porque sean escépticos, sino porque están agotados y desengañados”, reconoce Joan Gaià, de Unió de Pagesos.
Lo primero que se nota es que los animales tienen una alteración de su rutina diaria; si el rebaño se desplaza, quedan rezagados y no se mezclan con los demás. A veces, cuando me doy cuenta de que el animal está enfermo, a los dos días ya ha muerto
La falta de vacunas está siendo un problema grave
Las primeras vacunas no llegaron a tiempo para evitar su rápida propagación. “La situación de lengua azul en España es muy complicada, con cinco serotipos activos. Cada uno requiere una vacuna distinta, y esto ha generado una escasez de vacunas en todo el país”, explica el director general de Agricultura del Govern. Todos los implicados están de acuerdo esto. “La vacuna ha llegado tarde; la enfermedad ya está presente y se ha extendido como la pólvora por todas las islas”, lamenta Magdalena Adrover, veterinaria de APAEMA.
Además, el exceso de burocracia y la lentitud en la gestión de las ayudas han generado un sentimiento de abandono entre los ganaderos que ya viene de atrás. “Si tienes un sector desolado, no puedes pagar las ayudas a un año vista. Hay expedientes en la Conselleria de Agricultura con esperas de hasta tres o cuatro años. Esto no puede continuar así”, se quejan desde Unió de Pagesos. “Hace casi dos años que empezamos a sufrir la sequía y todavía nos están pidiendo papeles para esas ayudas”, explica Miquel Estelrich, quien también destaca que “solo los productores con ahorros podrán mantenerse en pie, mientras que los pequeños ganaderos corren un alto riesgo de desaparecer”.
Este brote de lengua azul no es el primero ni será el último. “Ya lo hemos vivido tres o cuatro veces desde el año 2000, cuando ya hubo un brote fuerte. Es un fenómeno recurrente y cíclico, tanto en el norte de África como en el resto del Mediterráneo. Aquí convivimos con esto, igual que con la sequía”, admite Biel Torrens, agricultor de la finca Can Caló de Ruberts.
El sector está indignado porque, a las pérdidas directas, el exceso de papeleo y la falta de vacunas, se suma la movilidad restringida del ganado. “Hay partidas de animales listas para ir al matadero que no pueden salir... Es un contrasentido tenerlos esperando en las fincas”, afirma Magdalena Adrover de APAEMA, subrayando la tensión en la cadena de suministro. La falta de movimiento de animales “aumenta los gastos de manutención en un momento en el que muchos ya enfrentan serias dificultades financieras. Además, hay más animales con riesgo a ser infectados”, añade la veterinaria.
El virus golpea en el peor momento
Este brote ha coincidido con el periodo de partos. Las madres infectadas abortan o no pueden amamantar a sus crías por los efectos de la fiebre. Esta situación de incertidumbre ha dejado en evidencia que el sector enfrenta una encrucijada existencial: cada semana que pasa marca la diferencia entre la continuidad o la desaparición de una actividad tradicional y esencial para el equilibrio rural, medioambiental y cultural de Balears.
Pese a todo, la primera tanda de 50.000 vacunas comenzará a administrarse el 11 de noviembre, antes de lo previsto, aunque dos meses después de confirmarse el brote y en un momento en que el mosquito sigue transmitiendo el virus activamente. Esta situación limitará la efectividad de la vacunación en curso. “La vacunación en pleno periodo de transmisión tiene un efecto reducido”, admite Fernández, quien destaca que la eficacia es mayor cuando la inmunización se realiza antes de que comience la actividad del mosquito en primavera.
La primera tanda de 50.000 vacunas comenzará a administrarse el 11 de noviembre, antes de lo previsto, aunque dos meses después de confirmarse el brote y en un momento en que el mosquito sigue transmitiendo el virus activamente
Como explica Magdalena Adrover, “para los casos de este otoño, la vacuna ha llegado tarde; la enfermedad ya está presente y se ha extendido por todo el territorio. El mosquito se ha movido más rápido que las medidas que podíamos aplicar”. Actualmente, el objetivo es frenar la expansión del virus de cara a la primavera. Para ello, se ha diseñado un plan de vacunación que prioriza las zonas afectadas y un radio de 5 km alrededor de cada foco, creando círculos de “seguridad sanitaria”. La meta es inmunizar al menos al 85% de la cabaña ganadera antes de abril. Sin embargo, la logística de la campaña supone un desafío considerable en Balears, donde existen más de 4.200 explotaciones y alrededor de 250.000 ovejas censadas.
“Este año veremos más ovejas pintadas de rojo”
Ante este panorama, algunos pastores han recurrido a medidas paliativas tradicionales para intentar reducir la carga de mosquitos y aliviar el sufrimiento de sus animales. Biel Torrens ha vuelto a aplicar métodos ancestrales para proteger al ganado. Desde el primer día han recuperado una práctica tradicional de 'enmorcar’ (untar), que consiste en bañar al animal con una mezcla de aceite de oliva rancio, óxido de hierro y pimientos picantes. “Untamos con esta mezcla a todas las ovejas y las protege durante unos meses de los insectos”, explica Torrens, quien destaca que esta práctica, aunque no elimina del todo el riesgo, reduce el número de picaduras de mosquitos en las ovejas. “Este año veremos más ovejas pintadas de rojo porque somos muchos los que hemos recuperado esta técnica tradicional”, añade.
Siguiendo las recomendaciones sanitarias la mayoría de los ganaderos, han optado por insecticidas y repelentes. “Como no hemos tenido vacunas, mi hermano y yo hemos aplicado insecticidas ecológicos desde el primer día en que se anunció el brote. Hay productos ecológicos autorizados, y cada diez días los hemos aplicado para controlar los mosquitos y evitar que contagien a las ovejas”, comenta Torrens, cuya producción tiene certificación ecológica. Según explica, estos productos, “elaborados a base de piretrinas naturales y aceites esenciales, se han convertido en una defensa alternativa frente a un brote que ha sobrepasado las capacidades de contención convencionales”.
Además de las medidas contra los mosquitos, los ganaderos intentan mantener a sus animales alejados de zonas húmedas. “Es recomendable evitar zonas como albuferas, depuradoras municipales y estanques donde crían los mosquitos Culicoides, y mantener a los animales en las mejores condiciones posibles, con alimento fresco y agua limpia”, según sugiere la veterinaria Magdalena Adrover, quien trabaja de cerca con los ganaderos en la implementación de estas medidas preventivas y es testigo de su delicada situación.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos, los ganaderos siguen viendo morir a sus animales en cantidades alarmantes, lo que agudiza el impacto emocional y económico de la enfermedad en sus explotaciones. “Para que te hagas una idea –detalla Estelrich– en uno de los rebaños más afectados, desde que hace un mes se murió la primera oveja, he pasado de tener cuarenta y cinco animales a treinta y uno. Son ovejas de dos años que estaban a punto de su segundo parto, y ni de lejos habían dado el rendimiento esperado”.
Como resultado de esta tormenta perfecta, algunos propietarios consideran reducir sus explotaciones o incluso abandonar la actividad, una decisión que tendría repercusiones sociales y medioambientales de largo alcance, especialmente en el mantenimiento del paisaje rural de Balears.
“El territorio no se puede gestionar sin animales”
El brote de lengua azul ha sido el último y más devastador golpe. En la Conselleria son conscientes de que hace falta un cambio de paradigma. “He planteado al Ministerio la necesidad de una intervención sectorial a nivel nacional para el ovino, similar a la que existe para otros sectores como el vino o la miel. Sin un cambio radical, el sector ovino irá a peor”, reconoce Fernando Fernández.
La ganadería balear está además condicionada por un mercado local que consume cada vez menos carne de cordero: apenas 1,2 kg por persona al año, según datos de la propia Conselleria. “La caída ha sido estrepitosa y esto ha afectado directamente al sector, que ha perdido mucha relevancia en las últimas dos décadas”, explica Fernández. Se trata de una situación de vulnerabilidad extrema, en la que muchos se cuestionan si podrán seguir adelante. “Si alguien me pregunta hoy si debe entrar a trabajar en el campo para ganarse la vida, mi respuesta es un no rotundo”, afirma Miquel Estelrich. Y añade cierta tristeza: “A mi padre le quedan dos años para jubilarse, cuando lo haga, daremos de baja su explotación”.
Para muchos ganaderos, la actividad ovina no es solo una fuente de ingresos, sino una herencia transmitida durante generaciones. “Una explotación que ha pasado por varias generaciones y que hoy no puede sostenerse, si se cierra, desaparece para siempre”, explica Joan Gaià, de Unió de Pagesos, expresando un sentimiento compartido por otros productores que ven con tristeza la posible extinción de su modo de vida. La pérdida de explotaciones tradicionales no solo supondría la desaparición de una actividad económica clave en el ámbito rural, sino también el debilitamiento de prácticas culturales y de conocimientos que forman parte del patrimonio balear.
La desaparición de la ganadería en las islas tendría consecuencias graves para el medio ambiente y el paisaje rural. Sin la presencia de ganado en los campos, el mantenimiento natural de terrenos y paisajes—que previene incendios e inundaciones y contribuye a la biodiversidad— se vería comprometido. “Quien piense que se puede gestionar el territorio sin animales se equivoca. No hay gestión ambiental efectiva sin ganadería”, afirma Gaià. Los ganaderos desempeñan un papel esencial en el mantenimiento de un paisaje que ha sido modelado a lo largo de siglos por la actividad agropecuaria. “El sector primario genera muchas externalidades positivas, y nadie las compensa. Si queremos mantener el territorio en buen estado, debemos compensar adecuadamente al sector”, sentencia Gaià.
Según los payeses, la pérdida de la ganadería local también reduciría el atractivo del turismo que se basa en la autenticidad del entorno. “Se ha perdido el vínculo entre el turismo y la cultura mallorquina. El turismo llegó a Mallorca por la cultura mallorquina, no para ver chalets y atascos”, comenta Estelrich. Y añade: “Entre chalet y chalet ya no queda ningún payés... El día que el campo arda por falta de mantenimiento, se darán cuenta de la importancia de la agricultura y la ganadería y nos suplicarán que volvamos a poner animales en el campo, pero igual ya será tarde”, afirma contundente.
Entre chalet y chalet ya no queda ningún payés... El día que el campo arda por falta de mantenimiento, se darán cuenta de la importancia de la agricultura y la ganadería y nos suplicarán que volvamos a poner animales en el campo, pero igual ya será tarde
Sin el apoyo institucional adecuado y medidas de emergencia que ayuden a los ganaderos a superar esta crisis, el sector ovino balear podría estar abocado a una lenta agonía. Esta pérdida sería una tragedia no solo económica, sino cultural y ecológica, dejando un vacío en el paisaje y en la identidad de las islas, que difícilmente podrá llenarse con otras actividades.