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¿Cambio climático? Quia, paparruchas de zurdos

Díganle al pueblo lo que el pueblo quiere oír, tal es la aportación de Trump a la política contemporánea. Los estadounidenses le creen porque quieren creerle. Lo contrario, intentar combatir la crisis climática, implica cambios y hasta sacrificios

Así concluía Manuel Vicent su última columna dominical en El País: “Los científicos habían advertido con suficiente antelación de la tragedia que se avecinaba alrededor de Valencia y no se equivocaron (…). Con muchas lágrimas los muertos serán enterrados, con el tiempo esta tragedia de Valencia será olvidada, y por nuestra parte seguiremos jugando a desafiar a la naturaleza, como siempre, sin haber aprendido nada”.

Comparto el triste vaticinio del sabio escritor: en Valencia, en toda España, seguiremos construyendo colmenas de ladrillo en ramblas, vaguadas, torrenteras y otras zonas inundables, seguiremos abarrotando de coches aparcados los dos lados de calles tan estrechas como las de una medina marroquí, seguiremos viajando todo el rato a todas partes en vehículos sedientos de petróleo. Y, por supuesto, seguiremos votando a los políticos que no nos propongan sacrificios en nuestro modo de vida para combatir la mayor amenaza material que pesa hoy sobre el porvenir de la humanidad: la emergencia climática.

Empleo la primera persona del plural para seguir a Vicent, pero ni él ni yo nos referimos a todos y cada uno de nosotros, nos referimos a la mayoría de la gente, quizá la gran mayoría. Esa que en Estados Unidos acaba de votar a favor de un Donald Trump que niega la existencia del cambio climático y, en su primer discurso tras la victoria, hizo un elogio explícito de la industria petrolera de Estados Unidos, el oro líquido de una nación que, según profetizó, va a volver a ser grande bajo su segunda presidencia.  Ese Trump que, en ese discurso, tuvo palabras admirativas para el “supergenio” Elon Musk por haber aportado la mejor solución para el huracán que devastó Carolina del Norte: su sistema de comunicaciones Starlink. “Salvó muchas vidas”, dijo Trump.

Trump es un negacionista y lo primero que hizo al conquistar por primera vez la Casa Blanca fue retirar a Estados Unidos del tímido Acuerdo de París contra el cambio climático. Trump no cree que la acción humana tenga que ver con el hecho de que ahora haya tantas terribles sequías seguidas de tantos diluvios superlativos. Piensa que siempre han existido tales fenómenos y no encuentra nada raro en el hecho de que ahora sean más frecuentes e intensos. Todo lo relacionado con la descarbonización del planeta y el uso de energías limpias y renovables le parecen paparruchas de los eternos enemigos de la humanidad, esa gentuza a la que su discípulo argentino Milei llama despectivamente “los zurdos”.

Resulta que las urnas han probado por segunda vez que la mayoría de los estadounidenses creen a Trump. Le creen como se cree en una religión, con una fe que no pueden quebrantar la razón y la ciencia. ¿Y por qué le creen? Porque quieren creerle. Porque lo contrario, intentar no seguir dañando al planeta, implica cambios y hasta sacrificios. Como los que tiene que hacer un yonqui para salir de su drogadicción. Dejar de consumir energías sucias. Dejar de desforestar el planeta. Dejar de construir en cualquier parte. Dejar de verlo todo en la vida como una oportunidad de negocio. Dejar de adorar el dinero.

Llueve fango sobre el fango. Cuando en toda Europa se guardan minutos de silencio por los tremendos daños humanos y materiales causados por la riada en Valencia, la victoria de Trump es una nefasta noticia para la Madre Tierra. La segunda nación más contaminante del mundo –China es la primera– va a seguir produciendo humo y basura en cantidades colosales. Y los epígonos políticos de Trump, las derechas extremas de los Milei, Bolsonaro, Ayuso, Abascal y compañía, ven ratificada en las urnas estadounidenses su camino hacia el poder absoluto: municipal, regional, nacional, judicial, económico y mediático.

De tan sencilla, esta fórmula es hasta simplona. A saber, nacionalismo -¡USA,USA, USA!, coreaban tribalmente los partidarios de Trump tras la victoria-, odio a los inmigrantes de piel oscura, cultivo del bulo -ya no hay verdades y mentiras, carajo-, mesianismo –“Dios me salvó la vida para curar a Estados Unidos”, Trump dixit– y negacionismo climático. Tal es la receta electoralmente ganadora en Occidente. 

Decirle al pueblo lo que el pueblo quiere oír es la gran aportación de Trump a la política contemporánea. ¿Alertar a la gente en mitad de la jornada escolar y laboral? ¿Cambiar de coche por uno menos contaminante? ¿Poner placas solares? ¿Prohibir las construcciones en ramblas, vaguadas y torrenteras? ¿Crear espacios naturales inundables? Quia, menuda pereza, todo eso son gilipolleces. La culpa de la riada la tienen Pedro Sánchez, los negros y los moros.  Tú vota a los ultras e igual algún día te enriqueces como Elon Musk y puedes comprarte una parcelita en el planeta Marte para cuando la Tierra sea invivible.

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