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Javier Azpur: “Se ha construido un sentido común de mano dura, de que la democracia es una traba”

La aprobación presidencial ha tocado mínimos históricos. ¿Para usted qué refleja esta desaprobación casi unánime?

Efectivamente, el nivel de deterioro al que ha llegado el Gobierno- y también el Congreso, eso no hay que obviarlo- es inédito en nuestra historia, por lo menos que yo pueda recordar. Hablo en términos de pérdida de legitimidad, desaprobación. Están en el margen de error, o sea pueden estar en cero, así de simple. Ahora, dado el nivel de indignación, de rechazo que tiene la población frente a esta coalición gobernante, va a hacer casi imposible que pueda revertirse de manera significativa. Claro, puede ser que suba dos puntos, tres puntos…

¿Pero nada significativo?

Exactamente. Y yo no creo sinceramente que lo de APEC vaya a modificar esa realidad.

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El premier Adrianzén espera que sí pase.

Es que, por el contrario, la forma en la cual se organizó y se preparó APEC ha generado aún más rechazo. Hablo de decisiones como mandar una semana a los estudiantes a sus casas y de las declaraciones funestas del ministro de Educación que, francamente, sonaban a burla. A eso se suma el "terruqueo" a sectores que están vinculados a la micro y la pequeña empresa que se movilizaron en defensa de su vida y la movilización masiva de las fuerzas del orden para rechazar la protesta contra la inseguridad, aumentando la percepción de la gente de que lo único que les interesa es cuidar su imagen y sus intereses. Veo muy poco probable que el APEC vaya a cambiar de manera significativa la percepción de la población.

Siempre escuché decir a analistas que un gobierno deslegitimado no podría mantenerse. Pero la evidencia dice otra cosa. ¿Por qué?

Puede haber tres factores principales. Primero, la fuerza institucional de la coalición gobernante. Hay un acuerdo de intereses entre el Congreso y Boluarte que está haciendo que esté primando la lógica de asegurar su impunidad y su continuidad en los espacios de poder, incluso más allá de 2026, todo eso a un costo político muy alto. Lo segundo, es la ausencia de liderazgos, de corrientes políticas democráticas de oposición capaces de canalizar la indignación, la rabia y el temor en la población. En las movilizaciones que hemos visto en octubre y noviembre hay una dinámica social que nadie está expresando. No hay liderazgo, no hay fuerzas políticas y los potenciales candidatos no parecen querer construir ni actuar en función de la gravedad del riesgo que estamos enfrentando. Y tercero, estas movilizaciones son auto convocadas y si bien lograron coincidir en el tema del avance de la delincuencia, la fragmentación y ausencia de una agenda compartida -más allá de la inseguridad- impiden producir cambios significativos en el escenario político. Esta convergencia de tres factores está permitiendo la continuidad de un régimen que no debería dar para más.

Las protestas de noviembre de 2020 también fueron autoconvocadas, no había un liderazgo central y había un proyecto institucional en marcha. Y Merino duró seis días. ¿Qué cambió?

Estamos viendo similitudes, pero, al mismo tiempo, ahora hay una convergencia de un conjunto de fuerzas económicas y empresariales que apostaron por la continuidad. Aquella vez, en el 2020, pronunciamientos de grupos empresariales exigían la renuncia de Merino y los medios de comunicación se sumaron. Lo de hoy es lo contrario. Una convergencia de del poder político, mediático y empresarial con el objetivo de impedir que se produzca un cambio, más el uso de la represión indiscriminada y generalizada, sobre todo en el sur del país. De hecho, uno de los objetivos que tiene esta coalición es la impunidad, no solamente para quienes son responsables políticos de esa represión, también para los ejecutores directos, como los mandos militares y policiales.

El siguiente año es preelectoral. Normalmente hay cierta expectativa por un cambio en el poder, aunque esta vez la desazón es profunda. ¿Cómo cree que llegaremos al 2026? 

El contexto político y social no está siendo interpretado adecuadamente por nuestra representación ni por las fuerzas democrática que siguen actuando como si el problema fuera meramente electoral, sin abordar temas estructurales que permitan afrontar la ofensiva contra la democracia y los derechos.

¿No se dan cuenta de lo que nos jugamos?

Exactamente. Cuando uno mira las corrientes democráticas - para diferenciarlas de esta coalición en el poder- no parece haber sentido ni de urgencia ni de percepción clara de la gravedad de la crisis que se está viviendo. Mi impresión es que parecen estar convencidos de que este es un proceso electoral más, que de lo que se trata es de buscar un buen candidato, jalar algunas figuras…

Plantear alguna estrategia de campaña.

Y no se están dando cuenta de la profundidad de la crisis institucional. Nos estamos jugando muchísimo más. El tema de la inseguridad ha generado una reacción ciudadana entendible y justa, pero, al mismo tiempo, también se ha construido un sentido común de mano dura, de que la democracia es una traba para resolver el problema, lo que pueda abrir el escenario a cualquier tipo de proyecto caudillista, aventurero y antidemocrático, que puede tener cualquier signo político. Claro, el riesgo mayor parecería provenir desde la extrema derecha, pero no se pueden descartar otras opciones. Nuestra clase política no percibe las cosas de ese modo, no hay un proceso de diálogo y convergencia política que tenga como objetivo presentarle a esta sociedad descreída e indignada un proyecto que suene viable, que no ofrezca soluciones mágicas, sino rutas posibles. Uno siempre dice que frente al abismo de repente hay una reacción…

Ya creo que ya llevamos buen tiempo frente al abismo, ¿no? Y nada. 

Exacto. Por eso el proceso electoral hay que mirarlo como un escenario del cual puede salir algo igual o peor. Uno esperaría que los sectores que se proclaman democráticos y de oposición a este proyecto autoritario busquen asegurar la continuidad democrática en el país, hoy en riesgo.

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