Iván Ferreiro, un ritual de canciones de hueso y barro
Dos amigas conversan en una terraza poco antes del concierto de Iván Ferreiro de este viernes en la sala Custom . Una de ellas va, la otra no. «¿Iván Ferreiro en una sala cantando penas? Yo lo prefiero en los festivales, es más animado». La otra amiga disiente con un gesto amargo, aunque no entra al trapo. Al final de la noche, una de las dos estará equivocada. Pasan las 22.00h. y Sevilla, que lleva días enroscada en un ánimo otoñal, llena la Custom para su cita con el artista gallego. Todo vendido. Alguien anuncia por megafonía que al terminar el concierto sigue la fiesta, que va a pinchar algunos temas, aunque el mensaje cala entre el público como si oyera el ruido del tráfico. Unos minutos después, Iván Ferreiro aparece en escena . «Buenas noches», saluda y alguien en la primera fila le espeta «¡¡Años 80!!», gritando, como si tuviera prisa por irse a otra parte y quisiera quitárselo ya de encima. «¿Ya, tan rápido? ¡Teníamos otro plan!», le responde Iván sacando la primera carcajada a los suyos. «¡El villancico !», vuelve a espetarle el mismo tipo, haciendo alusión al anuncio de Ferreiro en redes sociales de esta semana donde promociona el que será su próximo tema. Efectivamente, un villancico. «No, villancico no, pero hemos hecho un repertorio basado en la parte más emocional con ' Trinchera Pop ' como columna vertebral, con canciones de todas las épocas», avisa el gallego. « Sí, de todas las épocas », y el público aplaude con la mente ya puesta en esos-temas-que-todo-el-mundo-se-sabe. Antes de empezar, Ferreiro tiene un segundo aviso para los presentes. Uno importante: « Vamos a hacer el show del tirón , nada de bajar a saludar, ni otra-otra, ni mierdas de ese tipo. Significa que cuando paremos, no pidáis otra », explica entre las risas del público. «Llevo tocando en esta sala toda mi puta vida y es uno de los sitios donde más disfruto. Y esto es lo último: voy a cantar mucho y a hablar poco. ¡Es un puto placer estar aquí!». La noche comienza con ' Canciones para no escapar ', ' La gran belleza y la juventud ' e ' Inerte '. Iván —ataviado de negro con una camiseta del grupo Tulsa— se encuentra parapetado tras un set de 'sintes', teclados y una mesa de mezclas y efectos. Durante el concierto se sienta, se pone las gafas, se las quita, se levanta, baila, gesticula teatralmente. Todo ocurre deprisa, casi a la vez. Los seguidores de Ferreiro son como esos estudiantes que sacan el subrayador para sombrear lo importante en sus apuntes y luego terminan subrayando todos los párrafos, de todas las páginas: no se dejan un verso, una canción, un coro por cantar. Da igual la época de la canción: la comunión es instantánea . Las canciones se suceden sin tregua. Pam, pam, pam. Una detrás de otra, pero no de una forma industrial y mecanizada, sino engarzadas con elegancia, artesanía, tacto y ritmo . La cuarta en sonar es ' M ', o una versión de la misma, una en la que entra perfectamente un solo de guitarra que rompe un crescendo y pone a todo el mundo a señalar con los dedos en el aire: «Pero nunca pasa nada / y nunca más seremos dos». Si no hay apenas lugar para el silencio , tampoco para hablar. Entre tema y tema, Iván pregunta si todos están bien y antes de escuchar la respuesta ya ha empezado a cantar en el teclado: «Tristemente, puesta en pie / acaricias con los dedos la esperanza muerta». La emoción entre el público se vive de formas distintas : mientras un tipo en primera fila no deja de grabarse cantando excitado, como si fuera más importante tenerse a uno mismo en la galería del móvil que al propio Iván, otro a su lado mira a la nada siguiendo apenas la letra con los labios, concentrado, como si intentara memorizar cada segundo de lo que está sucediendo. Mientras, Iván introduce unos loops, toca algo en el sintetizador, se produce un eco haciendo rarezas en el aire y un «¡guau!» entre el público da la bienvenida a ' Pinball '. La canción suena como un himno primitivo y ancestral, un grito pasado de generación en generación que se pintó por primera vez dentro de una cueva y que ha llegado hasta hoy convertido en una suerte de tema de club: «Hoy por hoy / soy un pequeño pinball», corea toda la sala. «No pidáis villancico, que no va a ser», bromea de nuevo Iván. «Si lo queréis, comprad el disco navideño de David Bisbal , está en ese vídeo donde sale una bola de nieve, un vídeo precioso…» y alguien le responde sorprendido: «¡No jodas!». «No jodo, no», espeta Iván, entre las risas de los presentes. ' Dejar Madrid ' parece decirnos que van a bajar las pulsaciones, pero es una trampa. El crescendo te pilla a contrapié y el tema sube y sube e Iván se abraza a su hermano y guitarrista, Amaro Ferreiro, para cantarle al oído: «Será una herida / Será mi herida / Será la herida». Llega ' Santadrenalina ' y si uno hace recuento Ferreiro y su banda han soltado ocho canciones en poco más de media hora . Suenan ' Canciones para el tiempo y la distancia ' y ' El Dormilón ' y el show sigue su ritmo ininterrumpido. Durante el concierto Iván va y viene desde su baluarte electrónico. Encara el escenario, luego vuelve a sentarse y después baila un poco. Así se van sucediendo un tema detrás de otro. Termina 'El Dormilón' (Que los años y el presente / nos sorprendan a los dos) e Iván se muestra emocionado. Unas notas marcan el inicio de ' El equilibrio es imposible ' y los vellos florecen en punta en esta noche fría de otoño. De vez en cuando el gallego se asoma a un prompter que le va chivando letras, mientras las canciones siguen cayendo como una tormenta de granizo : duras, contundentes, imposibles de esquivar. En una de estas nos arroja a la cabeza ' El pensamiento circular ' y al terminar se da cuenta de que se ha saltado una canción: ' Una inquietud persigue mi alma ', tema con el que marca la hora de concierto, sobrepasando el horizonte desde el que se atisba el final. Tras bajar un par de marchas, ' Miss Saigon ' entra de nuevo acelerada, empujada hacia la sala entre ecos y loops. Iván y Amaro bailan, el público también. Se mueven los brazos, la gente suda entre palmas: «Yo soy Miss Saigon / Esta es mi ciudad». Por momentos, Iván ejerce de dj en pleno derecho : introduce reverbs, efectos varios, que hacen que la canción entre en un chunta-chunta que retumba en los pulmones. La canción rompe como una tormenta de beats y Ferreiro aprovecha para introducir a la banda, aún con el ritmo y los efectos de la canción: Emilio Sáez a la guitarra, Xabi Molero a la batería, Sergio Martínez al bajo, Pablo Novoa al teclado y Amaro Ferreiro a la guitarra. Sin piedad ninguna suena ' En el alambre ' y la banda aprovecha el reprise para meter una velocidad más. Amaro se suma al set para «pinchar» con su hermano cuando, de repente, se hace el silencio. «¿No rompe?», le cuestionan entre el público. «¿Estáis bien?», pregunta Iván con la sala totalmente a oscuras y, de nuevo sin esperar, desata el vendaval. El público y él comparten una sonrisa sudada y extasiada; se miran cómplices por lo que está ocurriendo. El momento se vuelve íntimo, exige un alto en el camino. Una pequeña tregua donde refugiarse unos segundos. ' SPNB ' suena tan desnuda como se compuso: a voz y guitarra, con Amaro e Iván. Pero la pausa es un espejismo. ' La Humanidad ' es un pinchazo en la vena, un timbrazo que te despierta el sistema nervioso, que pone a prueba tus músculos y su coordinación, que requiere y exige movimiento como si estuviéramos inmersos en un éxtasis animal colectivo . Todo es parte de un gozo primario. Suena ' Años 80 ' y la sala se convierte en un templo donde se rinde culto a todas esas canciones hechas de hueso y barro, un arte inmarcesible que sobrevive al paso del tiempo, a las distintas civilizaciones y a nosotros mismos. El gallego y su banda cumplen con lo prometido: no hay tiempo para hablar, para esperar (¿a qué?) entre canción y canción. ' El viaje de Chihiro ', ' Cómo conocí a vuestra madre ' y ' Turnedo ' (con un poquito de '19' de Maga para introducirla) marcan el final de la noche. El reloj sisea una hora y media de concierto, poco más. Visto lo visto, puede que Iván deba plantearse grabar este setlist , estas canciones, con esta forma que les ha dado, tal y como hizo hace unos años para 'Confesiones de un artista de mierda': en vídeo, con la banda, con la intención con la que se dejaban pinturas dentro de una cueva hace miles de años: para que alguien las encuentre y las venere. Suena ' En las trincheras de la cultura pop ', el punto y final de la noche, e Iván Ferreiro alza el puño al aire y el público le repite el gesto. Lo dijeron al principio: tenían un plan. No parar. No dar tregua. Pam, pam, pam. Termina el concierto y si uno se fija en las caras de la gente, en la de ropa que se han ido quitando para bailar, es fácil adivinar cuál de las dos amigas que conversaba esa misma tarde sobre el concierto de Iván Ferreiro era la que estaba equivocada.