Comer al otro lado del río en Córdoba, bares y restaurantes clásicos con el sabor de siempre
Al otro lado del río Guadalquivir, y muy cerca del privilegiado entorno monumental de la Mezquita-Catedral y de la Torre de la Calahorra aguardan un buen número de bares y restaurantes que son garantía de la cocina tradicional cordobesa con una muy buena relación calidad-precio. Mantienen su esencia como lugares emblemáticos consagrados la mayoría de ellos desde hace varias décadas en una zona con mucha historia. El Bar Séneca , que atesora más de 60 años de historia a sus espaldas, está enclavado en pleno corazón del Campo de la Verdad , en la calle Algazel. Su propietario, Eloy Fernández , suma ya cuatro décadas al frente del negocio y explica que su especialidad por antonomasia son las patatas bravas, crujientes por fuera y tiernas en el interior, que se preparan con una salsa de elaboración plenamente casera, y la casquería, entre la que no faltan la oreja de cerdo frita, las mollejas, los sesos y callos. Dispone de mucho espacio en el salón de abajo y de otro salón en la planta alta para celebraciones. A diario, están al alcance de sus parroquianos sus famosos torpedos , que son como un flamenquín, pero por dentro lleva bacon y jamón; la lechuga al ajillo, el salmorejo, los flamenquines y los sanjacobos. Su fritura de pescado (calamares fritos) es indispensable, así como las huevas, pez de espada, sepia a la plancha, carnes (como el rabo de toro) y guisos son esenciales. Frecuentado habitualmente por los vecinos del barrio, los fines de semana se llena de reuniones de familias y amigos. Se ha forjado una clientela muy fiel, según explica Eloy Fernández, a la que ha ido viendo crecer y ellos a él, pues antes iban «de novios y ahora van con sus nietos». Los vinos de Montilla-Moriles son de la Bodega García Márquez (tinto, dulce, vermú) y también verdejo, frizzante, Rueda, Ribera, Rioja para acompañar. Otro fundamental en este barrio de gran personalidad es el Café-Bar Los Romerillos , en el que Antonio Gallardo, padre del actual dueño comenzó en el año 1965. Abierto desde bien temprano hasta por la noche, abarca toda la gama de comidas, desde los desayunos hasta las raciones para almuerzos y cenas. Este clásico de grandes ventanas a la calle, muy próximo a la Torre de la Calahorra, en la calle Acera del Arrecife, lo regentan hoy en día Manuel Gallardo y su esposa, Inmaculada Raya . Acaban de renovar algo su carta para incluir sugerencias cada semana en su comida de siempre y con emplatados más actuales. Entre lo más top que pueden encontrar sus incondicionales menciona el timbal de rabo de toro, el flamenquín Cabrales y unas nuevas patatas que se llaman Bombas María , en honor a su hija, «con un sabor picante y muy potente», indica Inmaculada Raya. Todo ello sin dejar a un lado el flamenquín, el salmorejo, que son de lo que más se vende, el rabo de toro guisado a la manera tradicional y el volcán de gulas. Cada vez perciben más afluencia de gente de fuera del barrio, quizá por las recomendaciones y reseñas que lo hacen aún más popular. Muy cerca se encuentra el Bar Miguelito , casa fundada en el año 1945. En la calle Acera Pintada, justo enfrente de la parroquia de San José y Espíritu Santo, la casquería y el pescado frito son los reyes de la mesa, rematados después con sus postres caseros, un clásico al que nadie se puede resistir. También dispone de terraza cubierta, algo que gusta a las familias que van con niños. C armen Cano , actual responsable junto con su primo, Miguel Sánchez , explica que su padre, Francisco, se ha jubilado en octubre y que la misma familia sigue regentando la cocina y la sala. El Miguelito siempre ha estado en esa ubicación, primero en una casa de vecinos anexa que se demolió y se pasó al local contiguo, el lugar actual, pero sin interrumpir su actividad. Los riñones al jerez, el pescado frito, el revuelto de bacalao y el bacalao castreña (encebollado, pero por ser de Castro su abuela lo bautizo así) figuran entre lo más solicitado. Es obligado poner el culmen dulce con la tarta de la abuela, hecha de galletas, y las natillas caseras. La clave del éxito se sustenta en «no cambiar la forma de elaborar nuestros platos y continuar con la misma tradición que cuando se abrió el negocio, con los mismos sabores. Muchos clientes destacan que, aunque pasen los años comen lo mismo que cuando venían con sus abuelos, sus padres. Seguimos haciéndolo igual que mi abuela». La relación de muy buena calidad con un precio normal es otro atractivo que sigue intacto, junto con el buen trato y servicio. Sus clientes proceden más bien del otro lado del río y del Centro de la ciudad, y de fuera de Córdoba percibe algo de turismo entre semana. Avanzando un poco se llega al Restaurante El Jardín del Delirio , en la avenida de Cádiz, en manos de Juan Espejo desde 2017, que modernizó la decoración y cobija celebraciones en su amplia terraza para 200 comensales, el salón para 60 y en la zona de la barra, para unos 40. Ya encara el tiempo de las comidas de Navidad con la tradición por bandera. El rabo de toro, el flamenquín de cerdo y los calamares fritos son de lo más pedido, así como el menú diario a un precio muy asequible que incluye dos platos, bebida y postre. El espectáculo de cante flamenco no falta tres veces al año para velar por que no se pierda esta costumbre tan arraigada en el Campo de la Verdad. El último se celebró el 30 de septiembre; el próximo será en marzo y en abril llegará otro con la Ruta de las Tabernas. Hay que reseñar en este paseo por el Campo de la Verdad el Restaurante Pizzería Cope , en la carretera de Castro. Este negocio familiar que nació en 1968, rezuma sabor, historia y calidad, con entrantes irresistibles, sugerencias, pescados y carnes. Ángel Aguilera , hijo de los fundadores, detalla que las pizzas artesanales las introdujeron hace mucho, en el año 1996, y desde entonces gozan de mucho éxito y fama. Destaca la llamada pizza Cope (de Bar Cooperativa, como se conocía antiguamente), que lleva chorizo, jamón york y huevo. Más allá de eso, brillan el rabo de toro, el flamenquín, el salmorejo, el bacalao a baja temperatura, los calamares fritos, la carrillada y las puntas de solomillo, paladeados por gente procedente de Fátima, el Brillante y de su propio barrio.