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Hasta que pasa

Se decía que el III Reich duraría mil años: duró doce. Los grandes imperios terminan en ruinas y polvo. Todo lo que era sólido se desvanece en el aire (Marx). Ante las ruinas romanas, Quevedo escribió que solamente lo fugitivo —el agua, el aire— permanece y dura. Morena no puede ser un mal que dure cien años.

Enrique Quintana describió la semana pasada el proceso (apoyos sociales desmedidos conducirán a una crisis fiscal) que, a mediano o largo plazo, podría acabar con la hegemonía morenista, cuando se terminen los recursos a repartir. No importa que los cambios ahora estén en la Constitución. El fin de los cambios constitucionales en marcha no es el de hacer más funcional la gobernanza, sino la concentración de poder.

En nombre de la democracia han construido un nuevo sistema autoritario. Paradójicamente, el gobierno de la mayoría terminó en un gobierno que centraliza el poder en una persona. La oposición a este gobierno no vendrá de los partidos tradicionales, en ruinas ni de los nuevos partidos (con mínimo arrastre social) sino de las corrientes al interior del partido gobernante. No disputarán ideas, sino posiciones y recursos. El que tenga mayor número de jueces en el bolsillo y buenas relaciones con el Ejército terminará por imponerse.

Moisés Naim en su libro El fin del poder (Debate, 2013) expone que ahora el poder, aunque más concentrado, dura menos y es más frágil. Una serie de errores concatenados (los 43 estudiantes desaparecidos + el tren chino a Querétaro + el escándalo de la “casa blanca”) aniquiló al gobierno de Peña Nieto apenas en su segundo año, aunque había sido nombrado Hombre del Año por Time y cuya hegemonía priista, que encabezaba, duraría, eso se decía entonces, treinta años en el poder. Duró seis a duras penas.

El sexenio apenas comienza y pueden pasar muchas cosas. Estados Unidos presionará con los migrantes y la droga, que fortalecerá el papel de las Fuerzas Armadas, que de constructor y vigilante pasará a ser un agente político central. El conflicto en Ucrania y la crisis en Medio Oriente podrían reconfigurar el mapa geopolítico del siglo XXI, con las repercusiones que ello traerá en materia de energía. La guerra civil entre mayos y chapitos (que afecta a la principal organización criminal del mundo) apenas comienza y será armada en varios estados y jurídica en los tribunales de los Estados Unidos. El efecto que tendrá sobre nuestra política interna un posible desmoronamiento del régimen cubano, frágil como nunca en lo material y a punto de sufrir una nueva embestida con la dupla Trump-Rubio. Y con Cuba, la posible caída del gobierno de Nicolás Maduro, sobre todo ahora que los Estados Unidos acaba de reconocer a Edmundo González como presidente de Venezuela. El desplome de los dos referentes de la izquierda latinoamericana tendría efectos en el imaginario político local: la desaparición del modelo socialista, treinta y cinco años después de la caída del Muro de Berlín.

Habrá presiones económicas y políticas internas y externas. Todo esto como panorama a mediano y largo plazo, no así en lo inmediato. A un mes de su toma de posesión, la popularidad de Sheinbaum va en ascenso, del sesenta al setenta por ciento, con apoyos crecientes de los jóvenes, de la clase media y de los hombres. En ascenso a pesar de los escándalos relacionados con la reforma judicial y con los casi dos mil muertos por la violencia criminal. Una alta expectativa que puede derivar en un desencanto proporcional si no cumple con el horizonte social y de bienestar que prometió.

Morena gobierna con la mentalidad de “después de mí el abismo”. Han modificado el sistema para favorecer la mayoría, pensando que el pueblo siempre estará de su lado, y ¿cómo no habría de estarlo si se garantizan los votos suficientes para perpetuarse a través de los programas sociales? Solo que ocurriera lo que le pasó a Peña Nieto: una concatenación de hechos bastó para cambiar en unos meses del “hombre del año” a un político apestado al que ya ni siquiera le aplaudían en auditorios controlados.

Nada es para siempre. La soberbia, marca distintiva de los representantes del segundo piso de la cuarta transformación, hizo caer a Luzbel. La soberbia de negarse al diálogo con la oposición. La soberbia de tener la mayoría me da la razón. La soberbia del pueblo soy yo. La soberbia del si la ley me lo impide, cambio la ley. La soberbia del compro al senador que me haga falta. La soberbia del yo mismo me audito y me transparento. La soberbia del pídanme perdón o los pongo en pausa. La soberbia del yo no me mancho el calzado para no dañar mi investidura. La soberbia del yo no recibo a las madres buscadoras. La soberbia del que cree que esto durará para siempre. La soberbia embriagante del que recibe siempre por respuesta un sí, señora presidenta, la hora que usted diga. La soberbia del ni los veo ni los oigo hasta que de pronto todo cambia y el arriba vuelve a ponerse abajo y la fortuna cambia de manos. No, no puede pasar. Hasta que pasa.

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