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Culiacán, en llamas

El fin de semana pasado fue terrible para el país en términos de violencia. Doscientos treinta y seis asesinatos, de los cuales, la mayoría recayó en Sinaloa, con casi 10% del total nacional. El gobernador Rubén Rocha Moya no estaba en su estado sino en la Ciudad de México, a donde viajó justo cuando empezaba el baño de sangre, señalando a la prensa que, en efecto, había algunos “problemitas” que todavía necesitaban resolver. “Problemita” es un eufemismo escandaloso para describir lo que sucede en el estado agrícola más importante del país. Basta ver los encabezados de los periódicos sinaloenses este lunes.

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-Tirotean cámaras de seguridad en Culiacán; la SSP también confirma asesinatos, ataques y ‘levantones’

-Transporte urbano se impone toque de queda ante violencia

-’Parece guerra’, dicen vecinos de Culiacán; se escuchan disparos sin cesar esta madrugada

Sólo el domingo fueron vandalizadas 65 cámaras de videovigilancia, que dejaron escondidos actos criminales. Hubo balaceras en varios puntos de la capital y una casa incendiada, que no se sabe si la explosión que se escuchó ayer en la madrugada a kilómetros tuvo su origen ahí. Sin embargo, los sinaloenses no encontraron la empatía de la presidenta Claudia Sheinbaum, que no le dedicó una sola palabra en su conferencia de ayer, pero se llenó la boca presumiendo una encuesta publicada por El Universal que muestra una aprobación de 74% a dos meses de iniciado su gobierno, siete puntos menos de los que tuvo Andrés Manuel López Obrador en el mismo periodo, y cuatro más de los que registró Vicente Fox.

El silencio le ayuda en el corto plazo, pero pensar que los 2 mil 300 kilómetros que la separan de Culiacán le construyen un cordón sanitario que la inmuniza, es otra cosa. Lo que sucedió este domingo y la madrugada del lunes en Culiacán, de acuerdo con la información que circula de personas con vasos comunicantes con el roto Cártel de Sinaloa, es un cambio de paradigma en la guerra intestina que vive la organización criminal más importante del mundo.

El nivel de violencia que se vio en Culiacán es explicado como la llegada de las milicias de Ismael el Mayo Zambada, que aún no tiene remplazo como jefe del Cártel de Sinaloa, a la capital del estado, que era el enclave de Los Chapitos, Iván Archivaldo y Alfredo Guzmán, hijos de Joaquín el Chapo Guzmán, cabezas de la facción que quisieron aprovechar su captura para hacerse del control de la organización.

Tras su captura el 25 de julio, la violencia no llegó de inmediato, porque Los Chapitos comenzaron a comprar armamento y a reclutar sicarios para la guerra que iban a desatar. Lo hicieron atacando las sindicaturas en la zona sur de la periferia de Culiacán, pero poco a poco fueron siendo relegados. La nueva información que se tiene es que las milicias de Zambada, a las que identifican como Los Mayitos o “los del sombrero”, reflejando su perfil campesino, entraron ayer a Culiacán con toda su capacidad de fuego para apoderarse de la plaza.

A eso parece responder, por ejemplo, que la vandalización de las videocámaras fuera un operativo sincronizado de 20 minutos entre las 2:12 de la madrugada de ayer, y las 2:39, que no sólo incluyó puntos dentro de la capital, sino aquellas que se encuentran a la entrada de Culiacán. ¿Ocultaron cuántos vehículos y milicias llegaron a Culiacán para su conquista? Es una probabilidad. Pero lo que hay evidencia es que la lucha contra Los Chapitos provocó un incremento en el número de vehículos robados, lo que se explica cuando se aprecian las imágenes del alto volumen de unidades destruidas o incendiadas. Es decir, los sicarios también tuvieron que renovar el parque vehicular que quedó destrozado en la guerra.

Las autoridades federales no tienen una estrategia que enfrente a las dos facciones del Cártel de Sinaloa, y están actuando únicamente como contención y disuasión, lo que no ha funcionado en absoluto, como tampoco las tareas de inteligencia les han permitido acciones preventivas. Hay más de 2 mil elementos del Ejército y la Guardia Nacional que no han frenado la guerra porque no fueron a Sinaloa para ello.

La estrategia pasiva por la que optó el gobierno federal fue esbozada ayer por Rocha Moya en una entrevista espontánea poco antes del evento en Xochimilco sobre agua con Sheinbaum, que reconoció que los “encuentros” –que al parecer utilizó como eufemismo de “enfrentamientos”– entre criminales y militares se han reducido últimamente, lo que es una pésima noticia. Peor sería si la interpretación que hicieron varios medios de sus palabras es que el “encuentro” fue una reunión de funcionarios federales con criminales, que toma verosimilitud por los acercamientos que tuvo con Zambada y Los Chapitos.

Los militares y el resto de fuerzas federales parecen estar apostando a que una de las facciones triunfe e imponga una vez más la pax narca, que ayer, en una entrevista radiofónica con Azucena Uresti, recordó Marcos Barrón, presidente de la Barra Mexicana de Abogados de Sinaloa, quien dijo que diversos integrantes de su gremio hubieran preferido que Zambada siguiera libre. “La ciudadanía veía hasta cierto punto normal que los hijos del Chapo Guzmán y el Mayo convivieran en Culiacán, pues “se mantenía un control de seguridad”.

Esta forma de pensar era la que expresó el expresidente Andrés Manuel López Obrador, quien llegó a reclamar a Estados Unidos la captura de Zambada, porque al hacerlo habían propiciado la violencia. En ambos casos es la claudicación del Estado mexicano y la carta blanca a los criminales para que se apoderen de una ciudad a cambio de pax narca. Pero como se ha visto, después de la ciudad viene el estado, y luego la región y luego el país. Afortunadamente terminó el sexenio de López Obrador y no le dio tiempo de entregar la mitad de los municipios del país que aún no tienen bajo su control las organizaciones criminales. Lamentablemente el gobierno de Sheinbaum, en el caso de Sinaloa, camina en el mismo sentido.

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