Rodrigo Gil: "Para el movimiento conservador, un adversario es el mal encarnado al cual uno tiene que eliminar políticamente"
Te quiero formular una pregunta que está en la introducción de tu libro. ¿Es necesario incluir a la religión como un elemento que puede llegar a influir sobre el vínculo entre política y sociedad?
Yo diría que hoy, más que nunca, la religión es un factor clave para explicar los procesos, las dinámicas, los cambios y las decisiones que están ocurriendo en la esfera política partidaria y en los espacios donde se toman las decisiones en el Estado. Hay un conjunto de apelaciones vinculadas al cristianismo que tienen un efecto en lo que los políticos van decidiendo en el espacio institucional.
Hay una cifra muy interesante en tu ensayo: al menos, el 50% de los peruanos sostiene que la religión es muy importante. Si este es el caso, ¿es un error sacar las inquietudes de los fieles de cualquier propuesta política?
Yo creo que sí. Es un error en la medida que hoy el elector también está evaluando cómo los partidos encaran algunos problemas sociales vinculados a criterios asociados a la religión. Por ejemplo, hoy vemos en el Congreso cómo se ha buscado la aprobación de la unión civil, y esto ha escindido a un sector de derecha que ve que ciertas valoraciones que supuestamente deberían defender la familia tradicional, en contra de los derechos de las diversidades sexuales, hoy están en entredicho. Esto hace que quienes apoyaron a candidatos de Avanza País y el fujimorismo hoy digan que Renovación Popular es un partido más afín a sus ideas.
La agenda moral de los conservadores es un concepto que citas en tu investigación. ¿Qué es exactamente?
En corto, la agenda moral de los conservadores se ha venido cocinando desde hace como una década, por lo menos. Básicamente, sitúa como necesario defender, a través de las instituciones políticas, como la presidencia o el Congreso, un statu quo que debe salvaguardar la idea de una familia tradicional y una separación binaria entre hombres y mujeres. Además, busca detener el avance de lo que yo llamo una agenda progresista, asociada al movimiento LGBTQ. Su caballito de batalla, dentro de esta agenda moral, es la lucha contra lo que ellos denominan ideología de género.
Si el origen de estos grupos conservadores es una respuesta a posiciones progresistas, ¿qué pasaría si por una cuestión cósmica dejaran de existir estas posiciones? ¿Estos grupos ya no tendrían razón de ser o todavía tendrían una presencia en la escena política del país?
Yo lo que hago en el ensayo es decir que su aparición fue una reacción, pero ya no es solo eso. La primera parte de la politización de este sector conservador fue una reacción ante el crecimiento de las fuerzas progresistas, pero en algún momento la reacción se convirtió en proposición. En algún momento, la reacción frenó para volverse un movimiento mucho más proactivo, mucho más avasallador en términos de lo que van ganando, no solamente en la lucha contra el progresismo, sino que también van conquistando espacios de poder en el Estado.
A estas alturas, su enemigo, que era el progresismo, ya no los define, ya son otra cosa.
Exacto, hoy tienen poder, hoy han conquistado espacios en el Estado, particularmente en el Congreso de la República. Y su búsqueda es ocupar posiciones de poder cada vez más altas para avanzar en un proyecto que ya no es solamente la agenda moral, sino conquistar el Estado para defender sus intereses económicos y grupales.
Tú dices que su periodo de consolidación se da entre el 2016, con la elección de Pedro Pablo Kuczynski, y el 2019, con la disolución del Congreso, ¿por qué?
Me parece que la aprobación y el inicio de la implementación del enfoque de género en el currículo nacional, que comienza en los primeros días del 2017, hace que varias de estas fuerzas conservadoras, del sector más tradicional y más conservador del catolicismo, como de los liderazgos evangélicos, se articulen. Antes todos tenían un interés sobre lo que pasaba en términos de la agenda moral, pero estaban desconectados entre sí. Lo que pasa con el enfoque de género es que termina siendo el momento que nuclea a todos estos actores. Es un periodo además en el que se dan alianzas entre legisladores y el movimiento social conservador. Empiezan además a avanzar una estrategia de movilizaciones que lideraba el colectivo ‘Con mis hijos no te metas’, y demandan al Ministerio de Educación para bloquear la implementación del enfoque de género en el currículo.
Además, ocurren hechos históricos, como que representantes de la Iglesia católica se alíen con fieles evangélicos.
Es interesante eso. Son tremendamente pragmáticos y estratégicos para poner sus diferencias de lado a fin de hacer un bloque cada vez más fuerte que pueda pelear lo que llaman su batalla cultural y política.
¿Qué significa la figura de Renovación Popular y la de López Aliaga para este sector conservador religioso?
Es la plataforma que representa de manera más clara la agenda moral que este movimiento conservador había venido avanzando durante los años anteriores. Es el partido que les promete defender a la familia tradicional, que les promete pelear contra el enfoque de género o contra el género en cualquiera de sus manifestaciones, en caso de ser autoridades o en caso de llegar a formar una bancada parlamentaria. Y son consecuentes. Terminan defendiendo la agenda moral en las instituciones luego de la elección del 2021. Para mí, es la encarnación política del movimiento conservador, que había venido operando a nivel de las calles, de los medios de comunicación y de las Iglesias. Tan es así que muchos activistas del movimiento conservador son luego candidatos al Congreso por Renovación Popular y ganan escaños.
¿Y la lealtad de estos grupos conservadores a Renovación Popular es total o hay algunos resquicios que pueden hacer que se rompa esa alianza?
Hacia la elección del 2021, muchos liderazgos del movimiento conservador coquetearon con la posibilidad de formar parte de las listas parlamentarias o de la fórmula presidencial. Pero en esa campaña hubo tensiones, hubo disputas entre algunos activistas y López Aliaga. De hecho, algunos terminaron saliendo de la propuesta electoral de Renovación Popular. En ese contexto sí hubo una dificultad para alinear completamente los intereses del movimiento con el partido. Pero la elección acabó, pasó lo que pasó, se formó la bancada en el Congreso, López ganó la elección de Lima metropolitana, y me parece que con el tiempo ha ido quedando cada vez más claro que el partido que representa desde la derecha al conservadurismo nacional es Renovación Popular.
Ahora, ¿este grupo conservador religioso es parte de la ultraderecha? ¿Tú qué piensas?
Sí, yo creo que más allá de defender el modelo económico o el modelo neoliberal, esta es una ultraderecha que está avanzando en una batalla cultural, casi de defensa de la supuesta integridad de un país como el Perú, de una nación cristiana o católica. Es un movimiento conservador que calza dentro de una ultraderecha regional y global, en el sentido de que su objetivo es frenar cualquier imposición o presunta imposición de una agenda progresista globalista. Y muchas veces esa vinculación con la ultraderecha está aparejada con propuestas autoritarias, con propuestas nativistas, con propuestas de mano dura y de orden para poder ser exitosos en la defensa de su agenda.
Eso tiene su riesgo. Tú dices en el libro que estos grupos conservadores, en su afán por preservar lo que llaman los valores tradicionales, pueden incluso ir contra instituciones democráticas para imponer su propia agenda.
Sí. Es además un aprendizaje que no es solamente local. Lo hemos visto en diferentes países. Ante la sensación de pérdida, ante el avasallamiento del contrario, lo que hay es un “salgamos a detonar las instituciones democráticas para consolidar nuestra propia agenda”. No hay acá una visión de que el adversario político es alguien con quien yo pueda consensuar, con quien pueda ponerme a discutir. Para el movimiento conservador, un adversario es un enemigo al cual hay que derrotar, es el mal encarnado al cual uno tiene que eliminar políticamente. Y cuando uno plantea una división tan clara entre amigos y enemigos, entre los míos y los tuyos, eso es una guerra, y obviamente las débiles instituciones democráticas de nuestro país no pueden soportar ese tipo de carga. Entonces, sí, el peligro de todo esto es que cuando se vean perdedores van a querer cobrarse una revancha y eso tiene la posibilidad ser inmensamente perjudicial. Es un juego de suma cero, ellos ven a vencedores y perdedores. Y cuando uno enfrenta la política así, ciertamente todos los que quedan en el medio son altamente perjudicados.