Detalles de la peligrosa travesía del Granma
LOS CAYUELOS, Niquero, Granma.— La tripulación entera, como escribió uno de los que se enrolaron en aquella aventura, «presentaba un aspecto ridículamente trágico: hombres con la angustia reflejada en el rostro, agarrándose el estómago. Unos con la cabeza metida dentro de un cubo y otros tumbados en las más extrañas posiciones, inmóviles y con las ropas sucias por el vómito».
Si a ese cuadro calamitoso descrito por el Che, sumamos los enjambres de jejenes y mosquitos, el frío tremendo, los siete días de navegación accidentada y el mangle tupido que recibió a los 82 hombres del yate Granma, entenderemos mejor la odisea vivida por los navegantes de esa embarcación entre el 25 de noviembre y el 2 de diciembre de 1956.
Incluso, la comprensión de los sucesos es mucho más exacta cuando uno visita el lugar del desembarco, en Los Cayuelos, donde hoy se levanta un puente de concreto de más de 1 500 metros de largo, la distancia más o menos recorrida entonces durante dos horas entre la ciénaga y tierra firme. «Qué difícil debe haber sido aquella travesía», suele decir con admiración cualquiera que pise este terreno.
«Desembarcamos en los pantanos (…) El primer expedicionario en tirarse al agua fue René Rodríguez, que como era muy delgado, el agua le llegaba al pecho y le decía a Fidel: “Ya di pie. Se puede caminar bien”. Cuando se tiró Fidel que era mucho más corpulento que él, se hundió en el lodo. El único bote que teníamos se bajó para ayudar a llegar a los pocos metros que nos separaban de la costa. Pero se hundió», contaría Raúl en el documental La guerra necesaria, de Santiago Álvarez.
Sin embargo, 68 años después de los acontecimientos, no solo deberíamos hablar de peligros y obstáculos. Hay detalles, como la edad, las profesiones y procedencia de los expedicionarios, que sirven para armar la historia. Sobre esos aspectos y los desembarcos que vinieron después podemos profundizar más.
No llegaban a 30 años
El promedio de edad de los expedicionarios del yate Granma era de 27 años; 44 de ellos tenían nivel primario, 20 habían vencido la enseñanza elemental media, ocho la media superior y diez la universitaria.
Lo anterior aparece plasmado en el libro La guerra de liberación nacional en Cuba (1956-1959), de Mayra Aladro, Servando Valdés y Luis Rosado, un volumen que brinda otros pormenores interesantes: 53 eran empleados, 16 obreros, cuatro estudiantes y nueve profesionales o técnicos.
Por provincias, 38 eran de La Habana, 11 de Las Villas, nueve de Pinar del Río, igual cantidad de Oriente, siete de Matanzas y cuatro de Camagüey. También se enrolaron un italiano (Gino Doné Paró), un argentino (Ernesto Che Guevara de la Serna), un mexicano (Alfonso Guillén Zelaya Alger) y un dominicano (Ramón Emilio Mejías del Castillo.
El mayor de los expedicionarios era Juan Manuel Márquez, designado, a los 41, capitán y miembro del Estado Mayor. Era político, periodista y brillante orador.
Nació el 3 julio de 1915 en Santa Fe, en la capital del país, y pronto se vio envuelto en la lucha contra el Gobierno de Gerardo Machado, por lo que estuvo preso, con apenas 17 abriles, en la entonces Isla de Pinos. A los 21 también fue enviado a las cárceles del llamado Presidio Modelo.
Recibió una golpiza brutal en junio de 1955 y cuando se reponía en el hospital, fue visitado por Fidel. «Pleno fue el entendimiento entre ellos. Tanto que, el 12 de junio, al crearse la Dirección Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (M-26-7) es nombrado segundo jefe de esa organización», escribió hace tres años el investigador Pedro Rioseco en el periódico Granma.
Luego del revés de Alegría de Pío (5 de diciembre de 1956), quedó solo, entre montes inhóspitos. Extenuado al límite fue capturado por la soldadesca batistiana y asesinado el 15 de diciembre de 1956.
Paradoja del destino
Como relataría el escritor argentino Miguel Bonasso, por paradojas del destino, el yate en el que vinieron a Cuba los expedicionarios «pertenecía a un yanqui y se llamaba Granma, en homenaje a la abuela del gringo Robert B. Erickson, que se lo vendió a dos pintorescos personajes, un mexicano y un cubano que hablaba poco y simulaba ser hermano del local».
En realidad, eran Fidel y Antonio del Conde Pontones (El Cuate), uno de los fieles colaboradores de la expedición. Este último le diría al líder que ese barco «era muy chico, con apenas un camarote y dos literas, y pañol para un marinero».
El Granma, un yate de madera, construido en 1943, estaba deteriorado por el naufragio durante un ciclón; luego permaneció un tiempo bajo el agua. Y, como contó El Cuate en una entrevista con la periodista Susana Lee, hubo que cambiarle desde «montones de tablas al casco, calafatearlo, incrustarle cobre, repararle los motores, adicionarle tanques de combustible, de agua, hasta pintarlo».
Algunos expedicionarios, al mirar aquella pequeña nave, apta para trasladar solo a unos 20 pasajeros, pensaron que era una embarcación provisional, que los llevaría a otra mayor. Por eso, muchos ni se fijaron en su nombre.
«¿Cómo se llamará este bote?», le preguntó el Che a Raúl al descender al agua, cerca de las costas cubanas. Entonces, el hoy General de Ejército Raúl Castro fue hasta la popa y le dijo: «Granma». En realidad «no se nos había ocurrido nunca preguntarnos cómo se llamaba. Empezando porque algunos creían que era un barquito chiquito que nos iba a llevar al barco grande en el cual vendríamos a Cuba. Y otros pensamos que seguro sería un barco de gran velocidad», diría Raúl.
Otros desembarcos
Todavía está por precisarse la fecha exacta en que comenzó a evocarse, con un desembarco simbólico de los jóvenes, la efeméride del 2 de diciembre. El historiador niquereño Alberto Debs Cardellá sostiene que la rememoración comenzó desde principios de la Revolución, incluso cuando el puente entre la ciénaga y tierra firme era de madera.
Uno de los actos más emotivos en Los Cayuelos ocurrió el 2 de diciembre de 1981, que estuvo presidido por el General de Ejército. Precisamente, en esa jornada se inauguró la primera parte del complejo monumentario Portada de la Libertad, con la puesta en funcionamiento de la plaza de ceremonias, un salón de protocolo, una cafetería, la tienda de artesanías y dos parqueos.
En la conmemoración estuvieron, entre otros, Vilma Espín, Faustino Pérez, Roberto Damián Alfonso y los comandantes de la Revolución Guillermo García Frías y Ramiro Valdés Menéndez, quien realizó las conclusiones.
En esa ocasión, Raúl, al conversar con una delegación de la antigua Unión Soviética, dijo: «Imagínese lo que es caminar por todo esto con la mochila, el fusil, con el cansancio de la travesía y antes de salir de aquí vinieron los aviones».
Otro acto memorable fue el de 1986, en el que habló el desaparecido Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. «Hace 30 años nosotros no podíamos soñar qué estaríamos haciendo hoy ni podíamos imaginar cómo sería Cuba y cómo sería nuestro pueblo», dijo emocionado entonces.
Impactante resultó la rememoración de 1996, también presidida por Almeida. El 2 de diciembre de ese año llegaron a Los Cayuelos, después de bojear con un pequeño bote la Isla, los combatientes Florentino Calzadilla y Pedro Vargas. Estos mismos hombres, diez años después, con más de seis décadas de vida cada uno, realizaron otra proeza admirable en «homenaje a los jóvenes cubanos»: caminaron 900 kilómetros desde el memorial Granma, en la capital del país, hasta la cercana playa de Las Coloradas.
Claro, no ha sido la única caminata. Columnas juveniles realizaron periplos desde diferentes lugares históricos hasta Los Cayuelos en 1977, 1981, 1983, 1985 y 1988. En este último año, por ejemplo, universitarios de Santiago de Cuba anduvieron a pie desde esa ciudad hasta Niquero.
Asimismo, resulta imborrable la mañana del 2 de diciembre de 2014, en la que la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) lanzó la Convocatoria al 10mo. congreso de su organización, en un acto presidido por José Ramón Machado Ventura, entonces segundo secretario del Comité Central del Partido, y que contó, además, con la presencia de los Comandantes de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez y Guillermo García Frías. A estos dos últimos se les entregó una réplica del fusil utilizado por Fidel en los momentos posteriores a la llegada del yate Granma a Cuba.
Epílogo
Todavía hay infinidad de jejenes y mosquitos. Todavía el frío parece taladrar los huesos en la madrugada de diciembre.
Hoy, el sitio Portada de la Libertad (Monumento Nacional desde 1978) no tiene viviendas a su alrededor. Los pocos vecinos de entonces ya no están. Pero sí permanece en la cabeza de la explanada una réplica del yate Granma, que nos recuerda la hermosa proeza escrita por un puñado de hombres después de desafiar el mar, el mal tiempo, los aviones enemigos y otras tempestades en simple cáscara de nuez.