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Von der Leyen y su equipo, ante una nueva (y decisiva) etapa para la Unión Europea

El flanco prorruso que abandera Viktor Orbán y la entrada de nuevos miembros harán todavía más difícil mantener el rumbo si no se decide llevar a cabo una profunda reforma de los procesos de toma de decisiones

La Eurocámara más dividida anticipa un camino cuesta arriba para Von der Leyen y una guerra del PP contra Teresa Ribera

Tras superar una carrera de obstáculos en la que los factores de política nacional han enrarecido hasta el último momento el proceso para obtener el plácet del Parlamento Europeo, la Comisión Europea inicia una nueva etapa para los próximos cinco años. El hecho de que su presidenta siga siendo Ursula von der Leyen no significa que lo que viene sea 'business as usual', dado que ni la relación de fuerzas entre los Veintisiete ni los desafíos a los que nos enfrentamos pueden ser atendidos con las reglas de juego válidas hasta ahora.

Por una parte, el peso de las opciones políticas de signo conservador se ha incrementado notablemente tanto en la propia Comisión (con 14 de los 27 comisarios) como en la Eurocámara (188 de los 720 eurodiputados son del Partido Popular Europeo, primer grupo de la cámara). Un giro que incluye la creciente presencia de elementos ultranacionalistas 84 eurodiputados de Patriotas por Europa (PfE), 78 del Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) y 76 de Renew Europe (Renew) que, por definición, son euroescépticos o incluso antieuropeístas.

Los 282 votos en contra que ha recibido finalmente Von der Leyen y su Colegio de Comisarios, de un total de 688 emitidos, es un dato que augura muchas dificultades para sacar adelante medidas como las que, por ejemplo, plantea el informe Draghi si la Unión Europea no quiere caer en la irrelevancia.

A eso se suma el factor Donald Trump, calculando que su regreso a la Casa Blanca supondrá un debilitamiento del vínculo transatlántico y de la cobertura de seguridad que Washington presta desde hace décadas a sus aliados europeos de la OTAN, junto a una guerra comercial que puede dañar significativamente a las economías europeas y a un intento por quebrar aún más la delicada unidad de los Veintisiete con premios y castigos basados en relaciones bilaterales.

Asimismo, lo que Trump decida en relación con Ucrania —mientras va cobrando fuerza la idea de que terminará por forzar a Kiev a aceptar la fragmentación del país— repercutirá muy directamente en la agenda de la Unión, indecisa sobre el nivel de implicación en el apoyo a largo plazo a Volodímir Zelenski y los suyos.

Tampoco corren buenos tiempos para empujar la agenda común dotando a la Unión de una voz única en el escenario internacional, con un Consejo Europeo anclado en la regla de la unanimidad que cada vez es más disfuncional y sin figuras reconocidas para liderar el europeísmo.

Aunque sea cierto que el motor franco-alemán ya no basta para impulsar el proceso hacia una unión política, el hecho de que el gobierno de Olaf Scholz haya colapsado en mitad de una recesión económica y que Emmanuel Macron parezca haber agotado su discurso sobre la autonomía estratégica, deja a la Unión en una situación peliaguda. Más aún si se confirma la victoria de Calin Georgescu en Rumania, reforzando el flanco prorruso que ya abandera Viktor Orbán en Hungría y a la espera de la entrada de nuevos miembros que harán todavía más difícil mantener el rumbo si no se decide llevar a cabo una profunda reforma de los procesos de toma de decisiones.

En esas condiciones, cuando la propia presidenta de la Comisión advierte que habrá que tomar decisiones difíciles, especialmente en materia de seguridad, prosperidad, transición energética y política de migración y asilo, nada asegura que los Veintisiete sean capaces de superar sus anacrónicas visiones nacionalistas, asumiendo que ninguna de las asignaturas pendientes en nuestras respectivas agendas va a ser superada individualmente.

Uno de los campos en los que se podrá calibrar hasta dónde llega el impulso europeísta es el de la seguridad y defensa. El novedoso nombramiento de un Comisario de Defensa y Espacio, el lituano Andrius Kubilius, tiene que ir definiendo su propio espacio prácticamente desde cero a costa de los responsables nacionales de defensa, dado que esa materia es de hecho la última que todavía está reservada a los gobiernos nacionales. Y aunque se plantee que su trabajo estará más centrado en el área industrial de la defensa, también es previsible que haya diferencias de opinión con la Alta Representante para la Política Exterior y de Seguridad, la estonia Kaja Kallas.

En el marco de competición entre grandes potencias en el que estamos inmersos, la Unión Europea todavía es un actor en formación. Y aunque hasta ahora puede vanagloriarse de ser el rincón del planeta con mayor nivel de bienestar y seguridad, nada asegura que así vaya a seguir siendo indefinidamente. Nadie va a esperar por nosotros hasta que superemos nuestras discusiones de familia y serán muchos los que tratarán de dividirnos y manipularnos al servicio de sus intereses. Se agota el tiempo para reaccionar y completar el proceso. Ojalá Von der Leyen y su equipo acierten.

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