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Advertencia sobre el fascismo

En su libro Fascismo: una advertencia, Madeleine Albright (1937-2022), exsecretaria de Estado de EE. UU., afirma que el fascismo no solo sobrevivió al siglo XX, sino que supone una amenaza más virulenta que en cualquier otro momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Determinados factores, dice, están debilitando el poder político en muchos países y alimentando el extremismo. Primo Levi, escritor italiano de origen judío sefardí y sobreviviente de Auschwitz, ya había pronosticado que “cada época tiene su fascismo”.

Albright, nacida en Praga en una familia judía —tres de sus abuelos fueron asesinados durante el Holocausto—, migró a los 11 años a Estados Unidos. Afirma que debemos conocer el pasado para evitar los trágicos errores que contribuyeron al nacimiento de semejante doctrina.

El historiador y politólogo estadounidense Robert Paxton, autor de Anatomía del fascismo, empieza uno de sus libros con esta frase: “El fascismo fue la mayor innovación política del siglo XX y la fuente de gran parte de sus padecimientos".

Según él, obtiene su energía vital de hombres y mujeres descontentos por un empleo perdido, el recuerdo de una humillación nacional o personal, la frustración del servicio no recibido, el nepotismo u otras formas de corrupción, y el sentimiento de que el corporativismo generalizado amenaza con partir su país en pedazos, lo que produce la idea de que vamos a la derrota.

Cuanto más dolor hay en la base de ese resentimiento, afirma Albright, más fácil le resultará a un dirigente autoritario obtener seguidores, ya sea prometiendo una mejora futura o la devolución de lo robado.

El fascismo se extendió en Italia porque millones de votantes odiaban lo que estaban viendo en su país. Discurso tras discurso, Benito Mussolini ofrecía una alternativa a ese panorama. Ofrecía a sus partidarios defenderlos de los “parásitos" que habían frenado el progreso de su país y lo mantenían sumido en la parálisis.

“Nunca antes en la historia han estado los pueblos tan sedientos de autoridad, de dirección, de orden, como lo están ahora. Si toda época tiene su doctrina (…), la doctrina de nuestro tiempo es el fascismo", sostenía el Duce.

Adolf Hitler nació en 1889 en Braunau, zona fronteriza con Austria y Baviera. A los 30 años, ya era un orador indisciplinado, pero cautivador. Empleaba una y otra vez los mismos verbos de acción: “destruir”, “destrozar”, “aniquilar”, “matar”.

Los líderes de los partidos políticos tradicionales alemanes, que no hacían más que armar escándalo, llevaron al Reichstag a la parálisis. Hombre enfurecido en una época enfurecida —parafraseando a Madeleine Albright—, el futuro Führer había encontrado al fin su público. El resto de la historia la conocemos.

Así empezaron el fascismo y el nazismo en el siglo XX: unos líderes magnéticos que explotaron la insatisfacción generalizada y prometían de todo. Podría ampliarse el mazo integrando el bolchevismo y su hecho más terrible: que cien años y cien millones de muertes después siga siendo una ideología respetada por políticos, profesores y periodistas. Sin olvidar el hijo bastardo de ambos, el populismo.

Lamentablemente, el electorado costarricense viene dando muestras de una profunda fatiga democrática, de un sentimiento de frustración, lo que se traduce en un desprecio significativo por la institucionalidad del Estado, por los partidos políticos.

Esta frustración y rabia contenidas se vuelcan en apoyo a quienes toman posiciones fuertes, y algunos habitantes abogan por medidas apoyadas en una mayoría parlamentaria que “ponga orden” en este país; que retome la gobernabilidad del magisterio nacional, puesta en bandeja a una nefasta estructura administrativo-sindical y a una convención colectiva que permite que los docentes, administrativos docentes y administrativos cierren las instituciones varias semanas al año para participar en ridículas asambleas y congresos “virtuales”, desastre que usted, lamentablemente, no leerá en algunos populares informes vinculados a las universidades públicas.

Piden que se democratice el estudio de las especialidades médicas, concentrado en grupos de poder, o bien, que se apliquen medidas de emergencia para el ingreso de profesionales extranjeros, defendiendo así a la ciudadanía contra la tiranía de esos profesionales, o que liberen a la gente de los cánones impuestos por colegios profesionales.

Nunca como hoy, debemos valorar lo escrito hace 70 años por Ayn Rand, escritora rusa nacionalizada estadounidense: “Cuándo adviertes que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebas que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes, sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada”.

Volviendo a Albright, así comienzan el fascismo, el nazismo, el comunismo y el populismo: con líderes que explotan la insatisfacción generalizada y prometen todo. Como comienza la gran novela china ambientada a principios de nuestra era Romance de los tres reinos: “Todo lo que está unido se desmorona y todo lo que se desmorona vuelve a unirse. Siempre ha sido así”.

Recordemos que, para situaciones parecidas, los griegos idearon la figura de la tiranía. Pareciera que, parafraseando a Bertolt Brecht, el monstruo que engendró este adefesio político-cultural sigue siendo fecundo.

Solo falta la aparición de unos líderes magnéticos que exploten la insatisfacción generalizada y prometan de todo, porque la mesa está servida.

josejoaquinarguedas@gmail.com

José Joaquín Arguedas H. es politólogo y administrador, exdirector del Servicio Civil.

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