Sevilla también dijo sí para abrazar una Magna para la historia
Al igual que sucediera hace ya 775 años, con la reconquista del Rey Santo, la religiosidad popular fue la que preguntó el domingo y Sevilla contestó que sí. Sí a la concepción de una procesión de clausura que puso su firma justo como empezó la más importante de sus historias, en el pesebre de sus entretelas. Sí a la devoción de siglos en esta ciudad verdadera, de la que emana el amor a Dios y al prójimo en cualquier rumor de capillas. Sí a la capacidad de organización de tan magno evento para estar a la altura de lo que la piedad merecía. Sí a la evangelización que la Virgen de los Reyes impulsó, antes de recoger aquellos zapatitos del niño que tan bien conoció Antonio Burgos. Sí a la proclamación del dogma de la Inmaculada, un líquido en forma del río que nunca separa, sino que une nuestras Esperanzas. Sí a la divulgación de todas las lecciones de todo un II Congreso Internacional de Hermandades que amplificó la fe sentida y practicada en Lora, Dos Hermanas y Utrera. Sí a la romanísima muerte del Cachorro, ese «río de miel lentísimo», que escribiría Aquilino, que puso muerte a la vida que la Esperanza de Triana y la Macarena fueron repartiendo beso a beso, abrazo a abrazo, suspiro a suspiro, en una noche que no caerá en el olvido por los siglos de los siglos. Apenas el Señor iba introduciendo sus manos misericordiosas por el interior de su basílica en la plaza de San Lorenzo, hoy menos vencidas que ayer por el peso de nuestros pecados, casi media hora antes de lo previsto, la Macarena traía en sus mejillas el estruendo de 'Virgen de las Aguas' al Paseo Colón, y Triana era Triana en Reyes Católicos antes de que el recorrido común se diese por concluido. No hubo reencuentro en la calle, pero sí en la Catedral . Algún niño con la sangre del color de la muralla vieja recordaría entonces que la 'Esperanza Macarena' que imaginó un buen día Pedro Morales nació de la brillantez del compositor, a quien la Santísima Virgen hizo de cicerone en la mismísima Sierpes para tejer una partitura que es obra y gracia del Espíritu Santo. Ya sonó el viernes cuando la Esperanza atravesó corazones por la Alameda y lo hizo ayer una hora antes de que Setefilla terminase de hacer historia en San Andrés . En esa petitoria está ya todo pagado a cuenta de una tal Santa Marta. Por eso hicieron verdad todas las colgaduras hechas plegarias que habían hilvanado con su fe todos los loreños. Sevilla es con todo merecimiento hermana de honor de esta preciosa manera de entender como nadie la religiosidad popular según la demuestra Lora del Río. Dios la bendiga siempre. Lo dice la admiración con que cantaron cada ruego todos los que siguieron su estela por la capital, portando en el recuerdo aquella primitiva imagen tardogótica: «¡Viva el orgullo de Lora! ¡Y viva la madre de Dios! ¡Viva la Serranita hermosa!», replicaban sin cesar. La hermandad hizo entrada nada menos que una hora y media antes de lo que estaba programado. A medida que iba acercándose la medianoche, la muchacha de los amaneceres largos proseguía perdiéndose por la Magdalena. ¿Quién osaría negarle una rosa a quien ya es primavera? Sería como quitarle las llaves de la ciudad a quien la fundió: una Virgen de los Reyes que un cuarto de hora antes de las once de la noche acabaría pintando un óleo sobre lienzo de su propia recogida, como una evangelista más de la capilla que acabó dejando atrás. Ni Hernando de Esturmio acierta a adivinar el secreto de la sonrisa de esta 'Mona Lisa' que es y será siempre la patrona. Lo cierto es que para ella todo había tenido sentido desde que volvía a tomar la normalidad de su Capilla Real, presidenta de cuantos gobernaron, porque como ustedes saben: 'Per me reges regnant'. Por ella creen los creyentes, todos ellos convencidos de que su lustrosa tumbilla acabarían por sofocar la última expiración del que murió en la Cava, que otrora se fue colando en algunas estampas en esta Magna perfecta. La Centuria aplacaba el silencio desde la Campana. Ni los alfayates de las sastrerías de O'Donnell dan puntada sin hilo cuando un niño agarra de la mano a su abuelo. Éste le cuenta la caducidad cuasi política que tienen los hermanos mayores con sus legislaturas así como la distribución de los costaleros. «Hay varias cuadrillas para dividir el peso», incide. Mientras tanto él se limita a sonreír, atender y poco más. Nada menos. El abuelo le cuenta a quien tiene a su lado que su nieto sale de monaguillo en Pasión, que habla poco pero que es tan macareno como el que nos dejó besar el viernes. Que viene de darle pese a sus cinco años otro beso al anillo del nuncio apostólico, Bernardito Auza , que le preguntaba con esmero una hora atrás: «Oye, ¿serás cura en el futuro? A lo que él no duda en replicar con tronío: «Yo seré Papa». El abuelo le dio a Eduardo un beso y lo subió a sus ya pesados hombros y los dos se dejaron embrujar por la Esperanza. Cuando la Macarena iba alcanzando los últimos metros de O' Donnell, el abuelo le dijo a Eduardo que le diera las gracias, pero que sobre todo que pidiera, que pidiera por todos. Mirando siempre a la Esperanza con esa emoción contrita de quien no sabe si será la última vez. Quien se gana el corazón de las hermanas de la Cruz —que también Cristo eres tú, pregonaba Lutgardo García— tienen a Sevilla en sus manos como un rosario. Es lo que sucedió con Consolación de Utrera , testigo excepcional del amor de la tierra sevillana, a cuya fe indiscutible hacia Sor Ángela profesan desde tiempos inmemoriales. De ahí que la emoción fuera incontenible para ellos cuando las monjitas comenzaron a cantar muy cerca de la patrona utrerana, a la que apodaban «Madre de la Iglesia» y «celestial protectora», ante la nota musical de la banda Álvarez Quintero, que dejó un sabor especial. Casi tanto como el que se degustaba en Alfarería, cuando los cantores que más añoran a Pascual entonaban 'Mi Triana de Esperanza'. La sorpresa también caía por la otra cara de la esa moneda cuando la Centuria decidía versionar marchas tanto de la Macarena como de la propia banda de cornetas y tambores hechos con la piel del duende que tenía en sus manos Hidalgo. 'Eterna, Macarena', fue el compendio de Francisco Moraza que recordó a aquel regreso de la extraordinaria de 2014. Era turno para que Dos Hermanas levantase la mano para decir adiós a un día para los anales de Valme . Lo hizo a lo grande primero con una petalada maravillosa desde la calle Francos, y después con una recogida puntual en la Colegial del Divino Salvador para quien lucía en la Magna de Sevilla la Rosa de Pasión como embajadora de la donación de órganos, «llevando solidaridad a los corazones y salud a los enfermos que precisan un trasplante», como contaba el doctor Pérez Bernal. Los nazarenos disfrutaron de un día inolvidable para quienes veneran a tan ilustre imagen fernandina. Sonaba casi el unísono un 'Ave María' rezado al son que manda la Esperanza de Triana. Y entraba el Cachorro, haciéndonos creer que su basílica era una sombra de la de San Pedro, porque la próxima vez que cualquiera lo vea expirante, a la siguiente morirá colgado de los gallardetes de Roma. Si el Cachorro es el Cachorro es porque se rompe en pedazos con su 'Saeta sevillana', santo y seña de una recogida que es todo un aldabonazo como obra cumbre del barroco al entenderse su figura como silueta inmortal de esta procesión popular. Ya sólo quedaban en la calle las Esperanzas, guardianas de la fe en Sevilla, cual Justa y Rufina imaginadas por Murillo. El todo y la nada, según Macarena y según Triana. Y aparecía en medio de la noche esa morena alfarera para ser caudal de emoción en las últimas horas. Faro, puente y barca. 'Triana tu Esperanza' interpretaba Cigarreras a la vera de Santa Ana, entre la penumbra del barrio y la —juanramoniana— luz con el tiempo dentro de quien se había llevado sin dudas todos los oles en un catálogo de estampas memorables. Por Parras, siempre la bendita calle Parras, la Macarena abría la última carbonería del cante que existe en este país para que su palio encajara más pétalos a esa rosa sin espinas. Villancicos sonaban, o eso dicen, en el vetusto arrabal. Ese 'Creo en la Esperanza' con las Nanas de Santa Ana que compusiera Manolo Garrido en los años 70 encendió las pupilas de la hija predilecta de Pureza, que con media hora de retraso llegaba al fin a la capilla de los Marineros como puerto y segura patria. La 'Estrella de la Mañana' cerraría este sueño imposible de los cofrades que ya sabían que tras un arco se las prometerían felices. Lo dijo Cernuda; como monseñor Saiz Meneses aseguró que su ilusión al término del Congreso pasaba por que el Señor concediese, por intercesión de la Esperanza, «la purificación del corazón para alcanzar la visión de Dios». Y así llegar a la felicidad, la que regaló la Macarena cuando entró en su basílica. Razón de felicidad, que diría el poeta. Porque Sevilla también dijo sí para abrazar una Magna que ya es la mejor historia de todas las que hubo y habrá.